Autómatas sombríos

El mundo se encargó de dar vida a la literatura fantástica, a generar siniestros fantasmas de duelo, melancolía y destrucción.

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Fue sobre todo por influjo de Jorge Luis Borges que la literatura fantástica se puso de relativa moda en Hispanoamérica a mediados del siglo pasado. No obstante, habría que tener en cuenta que su previo surgimiento, a fines del siglo XVIII en Europa, supuso cierto grado de secularización social, cuando las creencias religiosas tradicionales se vieron afectadas por el paradigma racionalista.

Desde entonces, se debilitó el cristianismo tradicional, de dogma y fe, pero en cambio floreció el esoterismo en mil y una formas (teosofía, espiritismo, rosacruces, masones…), lo que influyó en la naciente literatura fantástica permitiendo así a algunos seguir creyendo de otras maneras (heterodoxas, literarias), de formas más acordes con los nuevos tiempos de ciencia y democracia.

Viejos y nuevos fantasmas. Uno de los temas fantásticos por excelencia es la reaparición del muerto entre los vivos, con lo cual la tranquilizadora separación entre los ámbitos de vida y muerte queda cuestionada, cuando menos durante el momento de la manifestación macabra.

Esto ha sido así desde hace siglos, incluso milenios, cuando no había literatura en tanto escritura y las historias de aparecidos vivían en la oralidad. En el caso de la literatura fantástica, también se dio este recurso al fantasma, con un trasvase de lo oral a lo escrito, del mito y la leyenda a la narración literaria, en el nuevo contexto histórico, en lo que algunos llaman el “desencantamiento” del mundo.

Esta ampliación de las ideas, más allá del límite de las instituciones religiosas y políticas del Antiguo Régimen y su progresiva sustitución por los referentes materialistas y científicos, en un contexto de mayor libertad y democracia, no fue vivida por todos de manera eufórica como un avance progresista, sino que también generó dudas e incertidumbre entre quienes, sin ser necesariamente refractarios al cambio, anhelaban las certezas metafísicas de antaño, el formar parte de un universo vivo y orgánico, como se aprecia muy bien en tantos autores románticos.

Fue de este humus sombrío y nostálgico, de este duelo colectivo aunque marginal de Occidente por la pérdida de esa integración cósmica que, mal que bien, brindaba la vieja religión, que se alimentó mucha de la naciente literatura fantástica, desde fines del siglo XVIII, cuando surgió la narrativa gótica.

No es de extrañar que los muertos, los fantasmas o los dobles tuvieran un papel tan importante en autores fundacionales de la nueva tradición literaria, como ETA Hoffmann o Edgar Allan Poe.

El fantasma interior. Si bien en el siglo XIX se dio un desarrollo notorio del fantasma como asunto literario, creándose incluso el subgénero de la ghost story en el marco de la literatura anglófona, más innovador y perturbador fue una figura afín: la del fantasma interior. Me refiero al doble, que puso en evidencia un proceso que podríamos llamar de “psicologización del fantasma”, su interiorización y posterior proyección, como corresponde al nuevo orden burgués asentado en el individuo y en la ciencia que da cuenta de este, la psicología. Aquí el fantasma no es el otro, sino que el fantasma soy yo.

En Freud, lo siniestro, base de lo fantástico, aparece asociado con las ideas de duelo y melancolía, que por supuesto no son sinónimos. El duelo es la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que funcione como tal, por ejemplo, la patria o la libertad. El sujeto, tras el impacto de la ausencia del objeto amado, progresivamente retira todo amarre con él y, tras un cierto tiempo de tribulación, se reintegra a la acción del mundo. Por su parte, en la melancolía, que hoy llamamos depresión, hay una desazón profunda, una cancelación del interés por el mundo exterior, una inhibición de toda productividad y una rebaja de la propia valoración. En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío temporalmente, mientras que en la melancolía esto se extiende al propio yo, que tiende a estancarse en tal percepción.

Desde este fondo de pobreza psíquica, el yo proyecta su propia carencia y es así como surge el doble en el escenario del sujeto y, por extensión, en el de la literatura. Una parte del yo se contrapone a sí mismo, lo valora críticamente, lo toma por objeto y busca su exterminio. Se genera así toda una estética fantástica del desdoblamiento asentada en un sentimiento de muerte, que se expresa en temas como el fantasma del amado que regresa por su amante, o en las variaciones del doble, todo esto sostenido en un conjunto metafórico en que abundan espejos y agua, retratos y sombras.

Un fantasma recorre el mundo. La comunidad de temas, motivos y percepciones de tipo fantástico en autores de diversas partes del mundo, incluida Costa Rica, desde León Fernández Guardia a Ricardo Blanco Segura, para marcar un arco de referencia local en el siglo XX, no se debió solamente a asuntos de modas o influencias literarias, sino, sobre todo, a un estado de ánimo y a una situación cultural compartidas que la modernidad creciente entretejía cual telaraña en el mundo occidental.

El duelo de los escritores románticos y fantásticos fue también el luto de una cultura que perdía sus antiguos basamentos metafísicos, con lo que la melancolía generada no era solo individual sino también colectiva. Mientras los realismos literarios aplaudían o criticaban al nuevo mundo burgués, la imaginación sombría apelaba a un pasado mítico ahora perdido y del que solo quedaban trazas en el propio sujeto, en su sombra, como inciertos jeroglíficos espectrales.

Si el ilustrado siglo XVIII había matado al diablo, a su juicio emblema de ignorancia y superstición, y el positivista o nietzscheano siglo XIX a Dios, el siglo XX, con dos guerras mundiales y tantas locales, se encargó de anunciar la muerte del ser humano, reducido apenas a ser un sombrío autómata de carne movido por la economía, el sexo o el poder. Con este paisaje de desolación metafísica, ¿cómo no iba la literatura fantástica a generar siniestros fantasmas de duelo, melancolía y destrucción?

El autor es escritor.