Corre el año 2200 en Costa Rica. Ya los periódicos dejaron de existir hace tiempo, pero una pantalla electrónica en nuestros hogares, controlada por satélites interestelares, nos permite ver la principal noticia de este día: "De manera improrrogable, el Gobierno renueva por enésima vez el acuerdo para utilizar Río Azul como botadero de basura por un año más".
En un acto histórico que se viene repitiendo cada año desde hace 210 años, el Presidente de la República y los líderes de la comunidad de Río Azul firmaron el nuevo acuerdo en un documento de un kilómetro de largo que contiene todas las prórrogas desde que estas se iniciaron en 1990, bajo el ineludible compromiso de no renovarlas porque el vertedero se trasladaría a un lugar más apto y retirado de los centros urbanos.
Desde entonces, esta preclara renovación se ha convertido, después de la Independencia, en el acto patriótico más trascendental por ser el único legado histórico que le quedó al país luego del cambio que a lo largo de estos dos últimos siglos experimentó en todos los órdenes de la vida, menos, claro está, en el de la basura, que para fortuna de nuestra época, sigue siendo un privilegiado desorden.
Gracias a la transformación tecnológica de estas dos últimas centurias, todo el tránsito nacional es ahora aéreo; la gente trabaja en módulos espaciales por computadora; las excursiones a la Luna son cada media hora y los viajes a Estados Unidos, que desde hace un siglo se trasladó entero a Venus, salen cada quince minutos, pero el traslado del relleno sanitario a otro lugar del país se mantiene dichosamente intacto: sin trasladarse.
Gracias también al fortalecimiento del sistema político costarricense a partir del pacto Figueres-Calderón allá por mayo de 1995, según Archivos Nacionales, el Estado se redujo a la mínima expresión, los monopolios se acabaron, los privilegios desaparecieron, los políticos corruptos se extinguieron y la sociedad entera se llenó de prosperidad. Sin embargo, la promesa de cerrar Río Azul se mantuvo incólume con la visionaria intención de que nuestras generaciones del 2200 recordáramos con afecto bucólico a las que nos antecedieron a fines del segundo milenio.
Como durante todo ese tiempo ninguna provincia de Costa Rica aceptó ser relleno sanitario de nadie, Río Azul fue designado con todos los honores Parque Basurásico Nacional por la generosa y desprendida comprensión de sus líderes hacia los gobiernos de turno que, a falta de autoridad para resolver definitivamente el problema, lo prolongaron de plazo en plazo hasta la fecha de hoy en que el Presidente de la República de turno se reúne ritualmente cada año con los líderes de Río Azul a estampar una firma que ya es automática y mediante la que, bajo palabra, se comprometen a prorrogar el uso de ese botadero solo por otro año mientras se activa el nuevo.
De ahí que, como reliquia histórica que es, el Parque Basurásico de Río Azul sea en este momento el mayor atractivo turístico mundial, una suerte de octava maravilla visitada desde todos los confines del orbe y más allá, por gente que nos frecuenta en sus naves espaciales para contemplar con asombro este espectáculo pletórico de zopilotes condecorados por su abnegación y paciencia, de "buzos" fosilizados por la eterna búsqueda de mejor suerte, de ratas fieles a los avatares políticos de la época, de moscas sostenibles que disimulan tanta contrariedad estatal, y de decretos anuales (210 en total) con sus firmas posponiendo el cierre bajo el juramento de no posponerlo más.
!Oh tiempos aquellos! (Mayo del 2200).