Allá por 1946, estábamos haciendo el bachillerato en la Escuela Normal de Heredia y ya Victoria Garrón -una muchacha de 27 años- era nuestra profesora de Castellano.
Sus lecciones estaban siempre inspiradas en alto idealismo y gran profundidad moral.
Nos puso una nota de ternura en el alma con los versos que ella misma escribía y con los consejos que nos daba para que hiciéramos lo mismo.
Victoria Garrón perteneció a esa estirpe de gente trabajadora, estudiosa y honrada que no se doblegaba ante el poder o las circunstancias.
En 1947, después de una refriega entre la gente y la Policía en Cartago, donde hubo gran cantidad de golpeados y baleados, el partido que dirigía Otilio Ulate decretó una huelga de brazos caídos que el Gobierno trataba de impedir a toda costa.
Las mujeres se organizaron al mando de la niña Emma Gamboa y de doña Teresa Obregón de Dengo, para hacer un desfile pacífico, desde la catedral hasta la Casa Presidencial, con la consigna de permanecer ahí hasta que el presidente Teodoro Picado garantizara honestidad en las próximas elecciones, respetando el pronunciamiento que diera un tribunal electoral imparcial.
Ni con ametralladoras. Como ya era tarde en la noche y las mujeres no se iban, la Policía disparó al aire unas ametralladoras con el fin de asustarlas, pero siguieron ahí plantadas y al Presidente no le quedó más remedio que ceder a sus peticiones. Entre esas valientes mujeres estaba Victoria Garrón.
El presidente Picado cumplió el pacto y estableció el primer tribunal electoral que hubo en el país, con tres personas de absoluta confianza: el señor Max Koberg y los licenciados Gerardo Guzmán y José María Vargas. Este Tribunal, no obstante las terribles presiones oficiales que tuvo que soportar, declaró electo en los comicios de 1948 a Otilio Ulate Blanco.
El Congreso, que tenía la potestad de dar por aprobado el veredicto del Tribunal Supremo de Elecciones, lo desconoció con el voto de 27 diputados que no cumplieron el pacto.
Al día siguiente estalló la revolución en las montañas de Santa María de Dota, al mando de José Figueres.
Del liceo a la presidencia. Después del triunfo revolucionario, la paz volvió a reinar en Costa Rica y Victoria Garrón, que ya era licenciada en Filosofía y Letras, se convirtió en la directora del liceo Anastasio Alfaro.
En 1986, al candidato presidencial Óscar Aias se le ocurrió rellenar su papeleta con los nombres de Jorge Manuel Dengo y Victoria Garrón para los puestos de vicepresidentes, y así ofreció a los electores una papeleta de lujo.
Victoria Garrón, ya electa segunda vicepresidenta, fue la primera mujer a quien le tocó ejercer la presidencia en Costa Rica.
Esta mujer, que tan brillantes servicios prestó a la juventud ya la patria, dejó su investidura terrenal en los últimos días de julio, para seguir inspirando desde el cielo a las nuevas generaciones y a los políticos también.