El ardiente viejo sol de encendidos oros que hacía huir a Rubén Darío hacia tierras de Asturias me recibió a mediados de junio.
Un águila real abrió sus alas para cobijar el nacimiento de un poeta que llegaría a ser el símbolo del país entero
En nuestras más preciadas instituciones se revelan contornos inequívocos de histórica fatiga