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Las imágenes son dantescas: chozas en llamas, mulsumanes activistas protestando en las calles de Myanmar, familias enteras atravesando campos de arroz sin alimento ni agua. Madres agotadas cargando a sus hijos mientras tratan de llegar a un lugar seguro.


Malasia e Indonesia recibieron, el fin de semana, a unos 1.600 refugiados, la mayoría de la etnia rohingya, a la cual la Organización de Naciones Unidas (ONU) considera la más perseguida del mundo.


El Gobierno de Birmania ha dado al casi un millón de integrantes del pueblo rohingya, en esta región costera del país, una opción desalentadora: probar que su familia ha vivido aquí por más de 60 años y calificar para la ciudadanía de segunda clase, o ser colocados en campamentos y enfrentar la deportación.