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Empecemos con un juicio, como en la novela de 1850, La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne y preguntémonos si los acusados están allí porque lo merecen, porque lo desearon o porque erraron. Es más, hagámoslo público, en la plaza principal, y que todo aquel que lo presencie se pregunte “¿por qué lleva una letra ‘A’ roja en su pecho? (o más de acuerdo con nuestra época ¿por qué porta un brazalete electrónico en su tobillo?).