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Cuenta Rubén Darío en su autobiografía, que en un viejo armario de la casa solariega donde pasó su infancia en León, la antigua capital colonial de Nicaragua, encontró los primeros libros de su vida. Tenía diez años. “Eran un <em>Quijote</em> ”, dice, “las obras de Moratín, <em>Las mil y una noches</em> , la <em>Biblia</em> ; <em>Los oficios</em> , de Cicerón; la <em>Corina</em> , de Madame Staël; un tomo de comedias clásicas españolas, y una novela terrorífica de ya no recuerdo qué autor, <em>La caverna de Strozzi</em> . Extraña y ardua mezcla de cosas para la cabeza de un niño”.



Hace 100 años comenzó el tránsito del célebre poeta nicaragüense por la inmortalidad. Hoy, diez profesionales y amantes de la literatura recuerdan al poeta desde sus vivencias y anécdotas.