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Era un San José tan breve que cabía en el ventanal de ‘La Nación’, y las noticias se agarraban al vuelo con solo sacar la mano. Los supremos poderes, a pocos pasos; los ministerios, ahí no más; la Curia Metropolitana, al alcance de una Ave María, y la vida toda, gravitando con su olor a aldea entre repiques de campana y cascos de caballo.