Una chispa de fuego enciende la leña a las 6 a. m. y calienta el agua para el café. Sobre el piso de tierra cae ceniza y el humo impregna los débiles retazos de madera, que son las paredes de este hogar.
Sobre su techo no pasan gatos, sino miles de carros que circulan día y noche sobre la ruta 27, en la carretera Próspero Fernández.
Un alambre de púa sostiene un improvisado portón, y un camino de tablas lleva a la entrada de esta “casa” debajo del puente.
Sus inquilinos son doña Etelvina Solís, de 92 años, y su hijo Olman Jiménez, de 61, quienes llevan 24 años de construir con ingenio lo que ellos llaman “hogar”.
Viven con ¢30.000 mensuales y todos los días en su mesa no faltan el arroz y los frijoles, “y de vez en cuando un huevito o un plátano, que son un lujo”, dijo Jiménez.
“No somos personas que nos guste hacerle daño a nadie, vivimos y dejamos vivir”, expresó doña Etelvina.
Olman llegó hasta segundo grado de la escuela, pero aprender a escribir le sirvió para llenar de rótulos su vivienda con mensajes como “Aquí no se fuma” y “Feliz Navidad y buenos deseos para todos” , que anota en la madera.
En su pobreza, son millonarios en sonrisas y pasan las tardes recordando anécdotas. La que más los ha marcado fue el desalojo que les hicieron hace cuatro años, con la llegada de Autopistas del Sol.
“Un día nos sacaron todo para afuera, viera qué tristeza, botaron todo y nos fuimos a un precario de Puriscal, pero era muy feo”, recuerda doña Etelvina.
Después de cuatro meses, volvieron al puente y Olman, todos los días, hacía un viaje de más de un kilómetro con un carretillo donde montaba la madera para levantar su casa.
“Cuando volvimos, a mí me regresó la paz. Este es mi pueblo, aquí soy feliz y en estas tierras moriré”, asegura doña Etelvina.
Olman trabaja cuidando carros en la iglesia de Piedades, en Santa Ana, todos los fines de semana, pues de lunes a viernes se dedica a cuidar a su madre y llevarla a inyectar al Ebais. Ella padece de diabetes y hace tres décadas perdió la vista.
“Él es el que me cuida y me chinea. Yo nunca me iría para un asilo de ancianos: ahí maltratan a los viejitos, una monja me gritó una vez ”, relató la anciana.
En Navidad. Adornada la “casa” con esferas de colores y un portal que Olman encontró en la basura, ambos celebrarán la Navidad.
“Nosotros el espíritu navideño no lo perdemos: todos los años ponemos el portalito; yo me consigo unos pedacitos de ciprés y le hacemos el rosario al Niño. Hay que agradecer que estamos con salud”, expresó Olman.
Los dos son conscientes de que viven en una propiedad que no les pertenece, pero en ese piso de tierra tienen amarrados sus recuerdos.
“El Ministerio de Obras Públicas y Transportes (MOPT) son gente buena que me prometió que no volveríamos a la calle. Ojalá alguien nos pudiera ayudar con una casita aquí en el pueblo, como es la voluntad de mamá”, dijo Olman.
Él recuerda cómo fueron creciendo, desde unos hace 15 años, los edificios y condominios que hoy son sus vecinos.
A las 6 p. m., un viento helado de diciembre se cuela por las hendijas, el sol apaga su luz y los ratones hacen fiesta en el recinto.
Una candela y un radio de baterías, por el que imaginan lo que escuchan en las noticias, los acompañan antes de empezar otro día.