En muletas o descalzos, romeros dieron muestras de fe y agradecimiento a la Negrita

Miles de devotos visitan entre este miércoles y jueves el santuario de la Virgen de los Ángeles

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Muy lentamente, casi midiendo cada paso que daba, Henry Rodríguez Calderón llegó al centro de Taras, en Cartago, ocho horas después de haber iniciado la romería en Dos Cercas de Desamparados, en San José.

Pasaba la 1:30 p. m. de este miércoles, cuando el gran hombre de camiseta anaranjada sobresalía entre la incipiente muchedumbre de romeros con sus dos muletas de metal.

Así se detuvo unos minutos en su caminata para contar que hacía aquel tremendo esfuerzo de realizar la romería en muletas para pedir por otros enfermos y agradecer por tantas bendiciones; empezando por su vida, que comenzó hace 59 años.

Sin tenis, solo con unas chancletas de hule. El rosario colgando de su pecho y una bolsa de plástico azul con la gorra.

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Sin paraguas o suéter, Rodríguez avanzaba amparado en que nunca le ha llovido en los 15 años que tiene de recorrer el mismo camino hacia la basílica de Nuestra Señora de Los Ángeles, en Cartago.

Llegando a Taras, la afluencia de romeros era constante pero no alcanzaba aún volúmenes masivos.

Cientos hicieron la caminata días atrás, aprovechando feriados y fines de semana.

Rodríguez y otros cumplieron la tradición y dejaron el recorrido para este 1.° de agosto.

“Puede parecer difícil pero no. Ahí voy, poquito a poco. En algún momento llegaré. Calculo que en unas dos horas”, dijo este extransportista, padre de cinco hijos, a quienes considera parte de su gran bendición.

Henry se quebró sus piernas en una caída, hace 8 años. Una de sus romerías la hizo en silla de ruedas, empujado por sus hijos. “Parecía que iba en avión“, comentó entre carcajadas, muy abundantes en él, por cierto.

Su camino y el de cientos más es seguido de cerca por casi 1.200 policías y decenas de cruzrojistas apostados en diferentes partes del trayecto desde San José hasta Cartago.

Está programado que la calle que conduce de La Unión a la Vieja Metrópoli cierre en cuanto arrecie la cantidad de romeros, lo cual se espera para primeras horas de la noche.

A las 3 p. m. aún no se hacía necesario porque, aunque constante, la afluencia todavía no era abrumadora.

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De lejos, con promesas y esperanza

Ya en la plazoleta, los espacios vacíos comenzaban a llenarse poco a poco.

Casi a las 4 p. m., Allan Villalobos, de 26 años, caminaba descalzo por la calle al costado sur del santuario con dos platos de comida en sus manos.

Acababa de finalizar 26 horas continuas de una jornada que había comenzado el día anterior en San Ramón de Alajuela, a las 2 p. m.

Tiene 26 años y carga con una pena muy grande en su corazón, que no quiso revelar, pero justifica el que haya caminado descalzo el trayecto de San José a Cartago: unos 25 kilómetros.

Es la cuarta romería que hace así. No paró hasta que llegó a los pies de la Negrita. La repetirá el próximo año y cuantos sean necesarios hasta que su corazón descargue la tristeza que lo consume.

Rebeca Elieth Obando también empezó a caminar descalza pero desde Taras. Lo hizo para agradecer el inmenso favor de curarse del reumatismo, hace diez años.

Vecina de Guàcimo, en Limón, empezó su romería donde las enormes piedras que aún recuerdan la tragedia del río Reventado, desencadenada por las erupciones del volcán Irazú, en 1963.

Iba en silencio, junto a su mamá, sin llamar la atención a no ser que uno se topara en el suelo con sus pies desnudos.

Los caminantes empezaron a llegar como pequeñas olas a la plazoleta, en Cartago, donde los esperaban con música.

Con tan solo tres días de haber ingresado por primera vez al país huyendo del conflicto en Nicaragua, Eliécer Calero Sequeira, un primo y un hermano se atrevieron a plantarse con carteles solicitando ayuda y denunciando la represión.

Calero pintó su cuerpo de 24 años con el azul y blanco de su bandera. “Venimos huyendo. Somos de Juigalpa, Chontales. Luchamos junto a otros estudiantes pero nos amenazaron y torturaron“, contó.

Unos cuantos billetes de mil colones y algunas monedas estaban en un recipiente colocado en el suelo.

Además de ayuda para pagar el sitio donde se quedan, estos jóvenes piden a la Negrita un milagro que les permita regresar a su país.

Colaboró el fotógrafo Rafael Pacheco