Venía del norte y no tenía un punto de llegada. Cargaba solo un maletín y el peso de la nostalgia por haber dejado a sus tres hijos sobre las polvorientas calles de un barrio de Masaya, en Nicaragua.
Frente a la parada de buses de la Coca Cola, en San José, veía pasar a la muchedumbre. Estaba perdida, pero traía la convicción de trabajar duro por los billetes que necesitaban sus tres “chigüines” (niños), quienes quedaron bajo el cuido de la abuela.
“El dinero no es todo en la vida, pero es necesario para sobrevivir. Yo era la única responsable en casa y estaba fregada en Nicaragua”, narró Jeannette Romero, quien cruzó la frontera hace 14 años sin saber que el “sueño tico” era una mezcla de anhelos, luchas y un desconsuelo que nunca acaba.
Ante el abandono de la figura paterna, la responsabilidad recae sobre estas mujeres. Los bajos salarios en su país y las escasas posibilidades de empleo, las obligan a venir a laborar en hogares ticos para enviar el sustento a sus familias.
El Censo del 2011 reveló que 19.823 nicaragüenses trabajaban aquí en servicios domésticos.
De ellas, entre un 13% y un 17% (más de 3.000) son jefas de hogar que dejan a sus hijos a cargo de otras mujeres en su país, dijo Ana Hidalgo, investigadora de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM).
Un estudio publicado por la Organización de Naciones Unidas (ONU-Mujeres) y la Agencia de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid) reveló que un 70% de la población de Nicaragua vive por debajo del umbral de pobreza. Allá, la mayoría de mujeres con hijos son jefas de hogar.
Muchas de ellas, con edades de entre 24 y 38 años, dejan a sus retoños a cargo de algún pariente, con la esperanza de un pronto reencuentro. Sin embargo, la lejanía les pasa una cara factura.
“Hay días en que yo no paro de llorar; la separación de los hijos es durísima. Solo podía platicar con ellos por teléfono una vez al mes porque no tenía plata y a veces recibía llamadas y deseaba irme para allá de inmediato, pero era imposible. Sentía que todo el mundo se venía encima”, ralató Romero.
Distancias. Vivir el “sueño tico” no es garantía de mejoras. Muchas inmigrantes siguen desempleadas. Tal es el caso de Jeannette Romero, quien lleva un año sin trabajo. Otras laboran jornadas superiores a las ocho horas diarias, no reciben seguro social, no tienen día de descanso ni firman contratos con sus patronos.
“En este tema, las cifras invisibilizan a todas aquellas mujeres que vienen sin documentos y que también forman parte de la fuerza laboral. En todo este proceso, hay un costo emocional muy fuerte para ellas”, indicó la investigadora de la OIM, Ana Hidalgo.
En Costa Rica, una mayoría de estas servidoras domésticas viven en hogares urbano-marginales, pagan alquileres de entre ¢60.000 y ¢100.000 y viven con la añoranza de regresar a cuidar a los hijos que nunca vieron crecer.
“El sueño tico no siempre cubre sus expectativas. No se solucionan sus problemas y enfrentan, algunas, xenofobia y discriminación”, concluyó la investigadora Ana Carcedo, del Centro Feminista de Información y Acción (Cefémina).