Marco Vargas, jefe de Ceaco: ‘¿A quién le va a reclamar usted cuando los muertos pasen de 300 y los casos los 50.000?'

Cirujano narra el esfuerzo sobrehumano del personal, a quien llama 'los cara marcada' por las señas que les producen los equipos de protección. 'La Nación' comparte el relato publicado por Vargas en su página de Facebook

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“Como era fin de semana, no fui directo a la oficina. Empecé a caminar por el área de salida de ambulancias. Eran tan solo las 7:20 de la mañana.

“Dado que era una jornada de al menos 33 horas de trabajo, mi paso era un poco más lento. Distraído, casi absorto en mis pasos, no me percaté de lo que sucedía. Sin embargo, una voz fuerte llama mi atención y me da una orden: ‘¡Doctor, pare ahí, no camine más!’. Mis piernas frenaron en raya.

“Varios de mis compañeros con equipo completo de protección personal, valiéndose de una plataforma cercana, transportaban dos cadáveres a sendos equipos de funeraria que los esperaban. Todo era silencio, todos miraban los ataúdes que esperaban a dos de mis pacientes que habían perdido la batalla. En ese momento, pensé: ‘¡ay Dios, ¿de verdad va a empezar así mi guardia?’

“A la distancia, a mis espaldas, pude ver algunas personas quienes era fácil de entender que eran familiares. ¡Qué dolor tener que estar tan lejos de su ser amado! Por las ventanas del hospital, médicos, enfermeras y demás personal habían parado lo que hacían para despedirse de sus pacientes. Dos personas cercanas a donde me encontraba, desde “el otro lado”, apoyaron sus manos contra el vidrio en un gesto instintivo y humano de despedida.

“Gracias a que una de ellas usaba una careta que cubría toda su cara, era fácil entender que sus ojos también despedían a un paciente que había cuidado.

“Lo peor de todo esto es que la historia se repitió a lo largo del día. Se repite a diario y en las próximas semanas va a haber muchos, muchísimos más”.

Había llegado a NOA

“Sus capacidades son máximas de ataque, y comparte la lucha con muchos frentes, pero todos están igual, abarrotados.

“Hace tan solo unos días, pude ir a un servicio de emergencias cercano y uno de mis compañeros me dijo del otro lado del pasillo: ‘Hey, doc, bienvenido a Saigón”. Y no era broma: pacientes en camillas, otros sentados, algunos dormidos robándole a la vida moléculas de oxígeno que ya no eran tan fáciles de aprovechar, porque sus pulmones se hinchaban con cada respiración.

“¿Cómo les va a ustedes? ¿Aún tiene CAF (un dispositivo respiratorio)? En las últimas dos horas hemos intubado a cuatro y hay dos más que están tan críticos que van por lo mismo.

“Este escenario lo viven los servicios de emergencia a lo largo de todo el país. Mis amigos emergenciólogos tienen, la mayoría, la cara hundida con grandes marcas. Pero no son los únicos. Las enfermeras, los internistas, los compañeros de aseo, de terapia respiratoria, los médicos generales, ¡todos! Todos tienen grandes marcas: algunas rosadas, otros ya con sus caras rotas solo exponen granos que apenas secan son expuestos a más presión de los equipos.

“¡Diay, doctor, o nos marcamos o nos morimos como los señores, así es la vara!” Y es que no se equivocaba este joven.

“Son tantas horas con equipo de protección que lo llevan en sus caras, en su espalda y en sus torsos que terminan empapados de sudor cuando se los quitan. Personas con desesperación por tomar agua al quitarse el equipo después de 4, 6, 8, 10 o más horas continuas sin poder hacerlo; sin poder orinar.

“Sus manos quedan blancas como si hubiesen pasado horas en una piscina, húmedas y rotas de tantas y tantas veces que se deben lavar las manos. Aquí no hay descanso, no hay paz.

“Aún así, mis compañeros que veían los dos cuerpos pasar frente a nosotros tenían agua para, en silencio, sin un gesto, llorar sin poder limpiarse las lágrimas.

“Esto no pasa solo en NOA (nombre hebreo con el que Vargas llama al Ceaco). No. Hay muchos que trabajan igual que ellos en nuevos pisos, nuevas unidades de cuidado intensivo, unidades de pacientes de gravedad intermedia en las que el conocimiento científico trata de golpear a toda hora a la enfermedad, adelantándose a eventos. Todos hacen el esfuerzo, todos tienen sus cerebros a máxima capacidad para ofrecerlo a sus pacientes y a sus familias.

“Se acabó la era romántica.

“Es simple: estamos en una dura, durísima batalla en la que cada día hay más y más enfermos, en donde los recursos que han llegado pronto van a ser insuficientes, pronto quizá se acaben y no por que no se busquen, o no se hayan buscado, simplemente no hay para comprar en ningún lado.

“Ya algunas líneas de protección simplemente no las venden en el mercado internacional; no importa la cantidad de dinero que se ofrezca. Esa es la dura realidad. Eso tiene meses. Se ha buscado, comprado y atesorado cuanto insumo se nos da, pero es inevitable que se acaben en algún momento, a pesar de que los ahorremos a toda costa, o racionalicemos su uso. De ahí que muchas enfermeras, especialmente, pasan jornadas larguísimas cuidando su equipo de protección mientras se deshidratan a niveles extremos.

“Todo eso va a significar muertes. La cantidad de personas que se enferman es mayor que la cantidad de recursos que han tenido todos los servicios de salud en el mundo, y aquellos que se enferman gravemente generalmente tienen otras enfermedades que hacen que se agraven mucho y mueran. Esta realidad ha sido en Europa, en Estados Unidos, Inglaterra, China y en todo lugar al que esta enfermedad ha llegado.

“La historia natural es que sobrepasa al sistema de salud y la gente enferma gravemente y algunos mueren, y estamos a la puerta de ello. La historia natural es que los sistemas de salud más ricos del mundo colapsaron rápidamente por soberbia. La gente creyó que no iba a llegar a su familia o a su barrio. La verdad es que miles de miles murieron pensando eso. Usted que lee esto, ¿qué piensa?

“¿Por qué reta al sistema de salud? ¿A quién le va a reclamar cuando los muertos pasen de 300 o más o cuando los casos sean más de 50.000? ¿A los que abrieron, a los que no abrieron, a los que fueron a la playa, al gobierno, a los diputados? ¿A quién? ¿A los que no usaron mascarilla, a la policía? ¡A todos! O va a aceptar que usted mismo tiene una enorme responsabilidad por esperar que la cura y la ayuda viniera del cielo mientras se sentó a esperar. ¿A quién?

“La maldición de Cassandra se repite a pesar de que hemos visto como en otros países se hizo realidad. Esa realidad está por romperse ante nuestras puertas; muchos caerán en cuenta cuando su ser más amado enferme o muera. Así es esto, a veces es tan cercano e íntimo como eso. Yo mismo sé que este podría ser mi último escrito.

“Es fácil criticar y decir la ‘forma correcta’ de hacer las cosas. Por favor ¡hágalo! Ojalá sea cierto. Miles alrededor del mundo lo han intentado. Es más sencillo hacerlo con pantuflas y un trago de vino desde su casa, pero si nunca ha empujado una camilla con un enfermo, si nunca le ha dado la cara a un familiar que ha perdido su hijo, hija, madre, esposo o padre, si nunca ha hecho nada proactivo para que esta mierda termine, no sea imprudente pensando que tiene la solución para todo.

“De estos hay muchos, desde quienes niegan la enfermedad (no hay nada peor que un idiota con iniciativa) hasta los científicos que están en laboratorios en las universidades buscando una solución definitiva.

“Créame: todos en el sistema de salud estamos haciendo lo mejor que sabemos para salvar a la mayor cantidad de personas, pero somos conscientes que vamos a perder a muchos.

“Finalmente, algunos me han dicho: ‘Es que vos solo ves la parte de salud, esto es más grande!'

“Cierto, muy cierto, pero mi cerebro fue entrenado para eso, mi cerebro es científico y es desde ahí que puedo generar respuestas. Por otro lado, a pesar de las repercusiones en política, economía y otras muchas, es un problema que empieza con una enfermedad, una que debe de ser controlada.

“NOA no está en problemas, está en su máximo esplendor de trabajo. La gente que aquí trabaja no se queja, ni protesta.

“La gente que está aquí son ‘los cara marcada’. Si los ve en la calle, en un autobús, sepa que ese ser humano tiene sed, hambre, miedo y mucho cansancio, pero también tiene una familia que los ve llegar todos los días con profundas marcas rosadas o con cicatrices que no cubre el maquillaje.

“Son ‘caras marcadas’, orgullosos de servir, que han visto noches y madrugadas, que han visto lágrimas y las han llorado, que han visto la muerte, que han visto también pacientes que sobreviven.

“Los cara marcada” también tienen pequeñas alegrías: ‘Subió la saturación', “a doña ‘E.’ hoy la pudimos volver y sentar'.

Ellos, ‘los cara marcada', lloraron a sus dos pacientes. Los ‘cara marcada’ son mis compañeros de NOA.