La labor de los sacerdotes normalmente se asocia con una parroquia, pero hay algunos que deciden trabajar en un hospital, donde deben lidiar a diario con la enfermedad y el dolor.
Es ahí donde realizan eucaristías, dan la comunión, confiesan en los pasillos o, por supuesto, junto a la cama del enfermo.
Solo en la arquidiócesis de San José hay 13 capellanes distribuidos en los centros de salud.
Sin embargo, con la pandemia de covid-19, su cotidianidad en los hospitales cambió mucho.
Ignacio Gamboa, quien ejerce la función en el Hospital Nacional de Geriatría y Gerontología y es coordinador de capellanes, afirmó:
“De marzo del año pasado hasta ahora, nos sobresaltó. Veníamos acostumbrados a un tipo de enfermedades y de esto no conocía nada. (...) Y no solo es covid-19, debemos seguir atendiendo gente que llega al hospital por cualquier otra razón”, afirmó.
Según dijo, la pastoral de salud no existe en la currícula del Seminario, sino que a los capellanes de hospitales les toca aprender de cero.
“Yo coordiné con el doctor Fernando Morales (exdirector del centro médico) y él me fue enseñando, pero la pandemia nos llevó a adaptarlo todo”, relató Gamboa, con una trayectoria de 13 años en la misión.
La adaptación tuvo que hacerse de forma rápida.
La llegada de la pandemia
Con la emergencia sanitaria, por ejemplo, ya no fue posible enviar ministros de la eucaristía para que se distribuyeran por los salones de los hospitales. Había que sensibilizarse frente a la nueva enfermedad y pensar, incluso, en su propia protección.
“Cuando a uno lo llaman a una unción, sí hay que prepararse psicológicamente, humanamente, espiritualmente, con mucha fuerza espiritual para enfrentarse”, relató Gamboa.
También, se requería de otros preparativos, como vestimenta que incluye gabacha, bata, botas, guantes, cubrebocas, mascarilla y gorra.
“Eso sí, la unción hay que llevarla en el guante. El aceite va en el guante para no entrar ahí con ninguna vasija o crismera o portaunción, porque hay que evitar al máximo llevar implementos”, subrayó.
Lamentó que no puedan llevar la comunión que muchos pacientes piden, pero no es posible por el riesgo de contagios.
Con 34 años de sacerdocio, Francisco “Chico” Flores trabaja en el hospital San Juan de Dios, también como capellán. Reparte su tiempo con la parroquia El Carmen, en el centro de San José, donde reside, y colabora los fines de semana en Tres Ríos.
“A veces, nos da temor o incertidumbre que estamos a merced de algo que no podemos controlar. Todo está en el plan de Dios, sea que vayamos a quedarnos en este mundo o que vayamos a partir. Hay que verlo con calma, sin desesperarnos, y seguir amándonos unos a otros”, expresó días atrás.
Gerardo Alpízar, quien estuvo un tiempo de capellán en el hospital de San Carlos, recuerda que, por su propio bien, las mismas autoridades de salud le aconsejaron no ingresar.
“Yo soy diabético e hipertenso. Los del hospital sabían que, si me contagiaba, me podía ir feo. Yo de todas formas seguía yendo, pero una vez me pidieron no volver”, relató.
Una de las personas que llegó a cubrir al Hospital de San Carlos fue Fabio Hidalgo, párroco de la catedral de Ciudad Quesada.
“Ir a la unidad covid y ungir a una persona fue lo más difícil de esta época, pero también hermoso; es poner en riesgo la vida por ayudar a otro.
“También es difícil pensar que hay personas a las que uno no logra ayudar”, dijo Hidalgo a La Nación.
Con la pandemia, también se acabaron las reuniones bimensuales de los capellanes, que como todos los encuentros, pasaron a ser virtuales.
“Eran momentos de compartir, de desahogo; ahora, cambiaron un poco”, recalcó Gamboa.
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Distribución
Los hospitales más grandes cuentan con dos o tres capellanes. Hay tres en el San Juan de Dios, dos en el México (uno de ellos en el Centro Especializado para la Atención de Covid, Ceaco).
Entretanto, tienen uno cada uno el San Vicente de Paúl, en Heredia; el Hospital Nacional de las Mujeres, el Nacional Psiquiátrico, el de Niños y el de Geriatría.
También, hay otro a medio tiempo en el Hospital La Católica, mientras que la Clínica Bíblica es asistida por los frailes dominicos.
Estas personas tienen jornadas de ocho horas. En los hospitales más grandes, donde hay más de un sacerdote, hay horarios de 6 a. m. a 2 p. m. y de 2 p. m. a 10 p. m.
“La presencia es necesaria, la gente la pide”, comentó Gamboa.
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Los duelos
Por su labor, los capellanes han estado muy cerca de las tantas muertes por covid, donde los pacientes parten sin la posibilidad de una despedida.
Ellos también viven esos duelos, así como las de sus compañeros que han sido víctimas de la enfermedad, como los sacerdotes Jorge Pacheco o Emilio Montes de Oca.
Sin embargo, en medio de esos sentimientos, los reconforta sentir la compañía de sus fieles, que oran por ellos.
“Ese vuelco de la población orando por nosotros nos mantiene”, concluyó Gamboa.
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