Si a una persona se le mueren los padres, lo llamamos huérfano. Si a una mujer se le muere el esposo, la llamamos viuda; pero, cuando a unos padres se les muere un hijo, el idioma español no tiene ninguna palabra para describir ese dolor.
De eso trata esta historia.
En Cóbano de Puntarenas, al filo del mediodía, el aire caliente se impregna en la piel. Una muchacha bajita, morena, que viste jeans por debajo de la rodilla y una blusa de tirantes morada, me recibe en la oficina de su abogado, donde el aire acondicionado nos rescata del bochorno.
Tiene unos ojos enormes con los cuales hablará cuando las palabras no le alcancen. También –como todos nosotros– tiene un nombre, pero lo que importa en este relato es que es una madre de 23 años que perdió a su primer hijo, José Carlos, a quien insistirá en llamar Bebé.
Bebé nació el 1.° de enero del 2014, a las 11:50 a. m., en el hospital de San Ramón (Alajuela), y tuvo una vida fugaz, que transcurrió en solo 15 días.
Esas escuetas dos semanas fueron suficientes para llenar de amor a sus padres y, al mismo tiempo, de un dolor que los acompañará durante todas sus vidas. Le alcanzaron también para conmover a todo un país, para zarandear la estructura del único hospital especializado en niños de Costa Rica y, quizá, para salvar la vida de otros recién nacidos.
A la muchacha de los ojos enormes se le endurece la mirada cuando recuerda el torbellino de sucesos que precedieron a la muerte de su hijo, el 15 de enero.
Su relato coincide con una publicación del Hospital Nacional de Niños (HNN) en el diario oficial La Gaceta del 20 de febrero pasado, en la cual, el centro médico le notifica al doctor Oswaldo Alvarado Jiménez que está suspendido mientras se le investiga por abandonar la sala de cirugía para hablar por teléfono y, luego, dejar el hospital para atender una apendecitis en una clínica privada.
Esos hechos ocurrieron justo en el momento en que Bebé era operado del corazón, en la sala a cargo de Alvarado.
La muchacha de los ojos enormes no olvida aquel día, pero su memoria viaja hasta días antes, cuando su hijo enfermó.
“Era sábado, amanecer domingo”, evoca, tras una pausa en la que, con la mirada, busca los gestos de aprobación de su abogado y de su madre. “Bebé a medianoche empezó a llorar, se puso pálido, frío y se quedó...”.
Los padres lo llevaron al hospital de Alajuela, de donde Bebé salió hacia el HNN con un diagnóstico de “corazón grande”. Al llegar, un doctor les dijo que el niño estaba grave.
“Después, yo hablé con un cardiólogo y me dijo que tenían que operarlo porque tenía un problema de coartación de aorta. Ahí me dijeron que el corazón tenía un tamaño normal y que, de las válvulas que llevan la sangre a los pulmones, una era mas grandecita… Fue lo que me dijeron, y después, que tenía un soplo en el corazón”.
Los dos días que siguieron, Bebé tomó fuerza. Los padres escucharon todo tipo de explicaciones médicas sobre lo que habría que hacer para curarlo: había que operar.
Los doctores les dijeron que, antes, les detallarían todos los riesgos. Los invitaron a una reunión el miércoles 15 de enero, en la que se fijaría la fecha de la cirugía. Pero la cita nunca se dio.
“Yo no vi a Bebé desde el martes en la noche cuando me despedí de él. Cuando lo volví a ver, lo vi muerto”, recuerda la joven de ojos enormes con la voz entrecortada por el llanto.
El miércoles, mientras ella viajaba en el bus de la mañana hacia la reunión programada, recibió una llamada de una neonatóloga que le avisaba que a las 10 a. m., Bebé entraría a cirugía.
“Yo llegué al hospital, subí directamente a los quirófanos, y ahí me topé en el pasillo con el cirujano principal. A ese en la vida lo había visto, fue la primera vez que lo vi. Salí del ascensor y pregunté cuál era el cirujano encargado de la cirugía y él me dijo: ‘Soy yo, ya casi le traigo los documentos para que los firme y proceder con la cirugía’, y me quedé esperando los documentos que nunca llegaron”.
Mientras ella aguardaba para firmar un consentimiento, Bebé entraba a sala. La madre lo supo hasta el mediodía, cuando la neonatóloga le dijo que la operación “iba bien”.
“Yo le contesté: ‘Pero, ¿cómo? Si yo no he firmado el consentimiento’. Y ella me respondió que iba a llamar para que los firmara, documentos que no llegaron hasta como dos horas después, cuando me los llevaron a firmar en puras carreras, y yo ni siquiera supe qué decían porque ni chance me dieron de leer eso”.
Los minutos que siguieron se le vienen a la mente como una lluvia de horrores que ella deja salir en forma de reclamos.
“Salió el médico principal con la gabacha encajada y el teléfono dentro de la gabacha, como bonita cosa. Prácticamente se puede decir que le interesaban más las llamadas que le entraban al celular que hablar conmigo”, dice al tiempo que los ojos enormes se le encienden como brasas.
“Me dijo que el bebé estaba estable, pero delicado, que no había podido ponerle los parches a los benditos soplos que tenía en el corazón, que en ese momento me dijeron que eran tres cuando me habían dicho que era uno, porque se le desgarraban los tejidos porque eran muy frágiles. ¡Cómo no iban a ser frágiles si era un bebé, por Dios!”.
Siguiendo las instrucciones de aquel médico, ella esperó en las bancas del pasillo, hasta que el calor del sol que entraba por la ventana –o tal vez su necesidad de madre– la hizo correrse hacia una sala de espera, cerca de la puerta que la separaba de su hijo.
El hombre de gabacha blanca regresó al quirófano y salió nuevamente a las 4:30 p. m.
“Salió como a buscarme al pasillo y le dije: ‘Doctor, ¿qué pasó? Y me dijo: ‘No, ya la cirugía terminó, ya su bebé está estable, pero delicado, y lo están preparando para pasarlo a salón’. Yo le contesté: ‘Gracias a Dios’, y en un tono sarcástico, él me dijo: ‘No cante victoria’. Zafó y se fue. Ya ahí el señor se perdió y no volvió más”, relata, mientras los ojos enormes se vuelven hacia la nada , como siguiendo al recuerdo de aquel momento.
Apenas habían pasado 30 minutos cuando otro hombre que también llevaba gabacha salió para anunciarle que, inesperadamente, a Bebé “lo tenían que volver a abrir”.
El último en salir, al final de la tarde, fue un asistente de cirujanos quien puso fin a la esperanza de la madre.
“Me dijo que Bebé falleció, que no pudo hacer nada. Pero, ¿qué podía hacer él, si el cirujano principal ya no estaba en el quirófano?”. Los ojos enormes se llenan de furia.
La voz anónima
La resignación casi se instalaba en medio del dolor de aquella familia que acababa de enterrar a su bebé en Cóbano, cuando una voz al otro lado del teléfono sembró ira en el alma y en los ojos de la madre.
“Me llamó dos veces una supuesta enfermera del hospital; al día de hoy no sé quién es esa persona, y me dijo que hiciera algo porque las cosas no estaban bien, que la muerte de Bebé no había sido natural, sino provocada. Yo en la primera llamada no creí; ya en la segunda, me pasaron números del OIJ y me pasaron más información y me dijeron que fuera al OIJ de San José, fuimos, y allá nos llevamos la sorpresa de que sí había una investigación abierta por ese caso”.
Ese no fue el único hecho que descubrió la pareja de jóvenes padres, sino que, ellos y el resto del país, se enteraron de que varios informes de organizaciones internacionales criticaban la técnica, habilidad y liderazgo del cirujano de la gabacha y el celular, quien dirigía el área de Cirugía Cardiovasculiar Pediátrica del HNN.
Supieron también que, en una operación realizada años antes, aquel médico fue señalado por causar “cuatro lesiones no intencionales de estructuras cardiovasculares”. Médicos estadounidenses que lo observaron, dejaron constancia de su frágil habilidad técnica y de que atendía llamadas al celular durante la operación.
Junto con las críticas hacia aquella labor, los estudios señalaban una serie de números que cobraron un nuevo sentido en ese momento.
Bebé, y su muerte, fueron parte de una estadística que se advirtió en el 2009 por el Instituto Costarricense de Investigación y Enseñanza en Salud (Inciensa), el cual señaló que había 22,5% de mortalidad por cirugía cardíaca en el HNN, cuando en el resto del mundo, en ese procedimiento, fallecen entre el 3% y el 4% de los niños.
El legado
La muerte de Bebé –y la de otros recién nacidos– sigue en espera de un informe del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) para que las autoridades decidan si será llevada a juicio.
La Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) mantiene un proceso disciplinario abierto contra el médico de la gabacha y el celular, y contra su ayudante, quienes están suspendidos con goce de salario.
Pero, aquella vida que duró tan solo 15 días causó más que pesquisas de las que no se oyen resultados. El suceso cambió por completo la solitaria forma de trabajar de la Unidad Cardíaca, que ahora labora en colaboración con la de Cuidados Intensivos, Cardiología, Enfermería y Cirugía Cardiovascular. Las autoridades aseguran que las alarmantes estadísticas han mejorado.
“Esa es una de las cosas que de cierta manera me ponen contenta, pero a la vez, como madre, me pregunto: ¿por qué hasta ahora? ¿Por qué si ya sabían lo que venía pasando desde muchos años atrás? ¿Por qué hasta ahora es la pregunta que yo me hago? ¿Por qué tenían que esperar a que pasara lo que pasó con mi hijo y que tuviera que ser yo la que viera qué hacía para que ellos se dieran cuenta de los errores?”, me dicen los ojos enormes enrojecidos por la rabia.
Cuando a una madre se le muere un hijo, no hay una palabra con la que se pueda describir fielmente ese dolor. Quizás por eso, aquella humilde y joven madre de los ojos enormes, busca en los cambios que ocurrieron en el HNN, tras la muerte de su bebé, la forma de explicárselo a ella y al mundo.
“Yo sé que Bebé es un ángel, mi hijo es un ángel, y sé que él así lo quiso, que su muerte sirviera para salvar otras vidas”.