Ticos compraban documentos falsos para trabajar en club de golf de Donald Trump

Mayoría eran de Pérez Zeledón, viajaban con visas de turismo y se contactaban por medio de conocidos; al principio, recibían una quinta parte de lo que cobraba un estadounidense

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“Había como unos 30 ticos. Después de ahí, guatemaltecos, hondureños... La cancha es muy grande, yo calculo que de aquí a la casa mía. A pie no se podía andar, esa cancha es increíblemente grande, entiendo que es una de las mejores canchas de golf de Estados Unidos.”

Así describe el costarricense Franklin Mora, vecino de Cajón de Pérez Zeledón, el sitio donde laboró sin permiso de trabajo para una empresa propiedad del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien promueve fuertes políticas contra la inmigración ilegal en su país al grado de empujar la construcción de un muro con México.

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Se trata del Trump National Golf Club, en Nueva Jersey, uno de los campos de golf más exclusivo de Trump, construido en su mayoría por costarricenses en Bedminster, uno de los pueblos más adinerados del condado de Somerset.

Franklin Mora trabajó ahí en el 2002, el año de la inauguración.

Para trabajar allí, los ticos compraban documentos falsos, básicamente un número de seguro social (security social number), gracias a que la compañía de Trump simplemente les pedía eso para contratarlos y pagarles.

Así lo relata Franklin Mora, al igual que Mariano Quesada y Abel Mora, también vecinos de Cajón de Pérez Zeledón. Y con ellos coincide Víctor Hugo Camacho, vecino de Aserrí. Los cuatro tienen lazos familiares entre sí.

Todos cuentan que compraron el documento a conocidos, o a conocidos de conocidos, en el “barrio tico” de Nueva Jersey, Bound Brook, a 40 minutos del campo de golf.

“Un social falso. Eso cuesta como unos $100”, dice Franklin. Por su lado, Víctor Hugo matiza: “Yo supe de algunos que les cobraban hasta $300 o $400. A mí me costó $125, más o menos”.

“Eso era un documentillo falso, ahí mismo en Bound Brook se conseguía. Lo que tenía era un social (security number). Era como una tarjetilla, yo lo dejé botado allá”, continúa Franklin Mora.

Franklin, Abel, Mariano, Allan, Víctor Hugo, Risley..., todos costarricenses, casi todos de Cajón o con raíces en este pueblo, se fueron jalando uno al otro a EE. UU. en diferentes momentos durante los últimos 17 años, a fin de trabajar en la empresa de Donald Trump.

Llegar a Estados Unidos era como nada, compraban un tiquete aéreo a Newark, Nueva Jersey, presentaban su visa de turista y, pies en tierra, empezaban a trabajar.

Seis meses después, ya estaban en la misma condición que cualquier indocumentado en Estados Unidos, venga de donde venga.

Paga mucho menor y con rebajos por seguros irreales

Franklin Mora dice que les pagaban entre $8 y $10 por hora, “menos taxes”. Él recuerda que les hacían los rebajos vinculados al número de seguro social aunque, en este caso, eran seguros falsos. Es decir, aunque no estaban asegurados en la realidad, les rebajaban el dinero.

“Entrábamos a las 6 de la mañana y salíamos a las 9 de la noche”, dice Franklin, hoy de 46 años. Sin ser operario de tractor, él se fajaba 14 o 15 horas por día para construir el que hoy es considerado uno de los 10 mejores campos de golf de Estados Unidos, como el mismo Trump lo promociona en el sitio web del club.

Despidos tras denuncia

Poco a poco, los costarricenses fueron regresando a Costa Rica, pero todos tienen familiares allá. Franklin tiene un hermano, cuya residencia estadounidense le permite tener una compañía de landscaping (jardinería).

Abel Mora también tiene un hermano en Estados Unidos. El hermano de Víctor Hugo Camacho trabaja en Maryland en este momento y sus sobrinos tienen residencia.

Sin embargo, están perdiendo sus trabajos muchos costarricenses y otros latinoamericanos que trabajaron para la compañía de golf, sin documentos (sea seguro social, visa de trabajo o una green card).

La denuncia que en diciembre hicieron la costarricense Sandra Díaz y la guatemalteca Victorina Morales, a través de The New York Times, está obligando a los empleadores de Trump a endurecer y aplicar realmente las leyes de contratación de extranjeros en sus clubes.

De hecho, The Washington Post reveló, dos semanas atrás, que ya la “limpia” ha generado 18 despidos en cinco campos de golf entre Nueva York y Nueva Jersey.

El hijo de Víctor Hugo Camacho, Risley, fue uno de los que recientemente regresó al país, en diciembre, luego de la denuncia.

¿Y el trato?

Víctor Hugo suspira, prefiere no ahondar mucho en lo que dicen otros. Cada uno tiene su propia experiencia empleado por Trump.

Franklin Mora recuerda a Max, un tipo muy bueno, uno de sus cuatro jefes, pero también recuerda a Chris, que en su criterio “sí era muy racista”.

Víctor Hugo Camacho insiste en que a él y a sus hijos los trataron muy bien. Él trabajó en la construcción, luego empezó a sufrir un dolor en la pierna derecha, dejó el campo, le pidieron ir a recuperarse y luego regresar.

Doce años después, pocos meses antes de regresar a Costa Rica, volvió a trabajar con Trump, en el campo, cuidando el pasto, cortando cada centímetro desde las 4:30 a. m. junto con sus dos hijos.

Él sí tenía conciencia de que trabajaba para Donald Trump, pero explica: “Ese señor Trump, nada que ver para uno. Parece mentira, pero para uno no significaba nada, en cuanto al trabajo y eso”.

La relación es con los jefes del lugar, aunque según él, “trataban muy bien a la gente”. “Que yo sepa, no maltrataban a nadie, a veces se pasaban de alcahuetas con la gente”, dijo.

“Ya cuando quedó de presidente, yo ya estaba aquí, el muchacho mío sí estaba allá, todavía. Yo decía, pucha, se va a poner fea la cosa, porque el señor habla tan mal de los migrantes”, dice Víctor Hugo Camacho.

Franklin y Abel no tenían conciencia de quién era y es ahora el patrón que tuvieron. Ellos solo trabajaron en los inicios del club.

Los viajes juntos

Hace calor, es miércoles al mediodía. Franklin Mora acepta hablar un rato. Hace un calor húmero.

Él está terminando de construir un edificio en Cajón de Pérez Zeledón y se acuerda de que allá, en Estados Unidos, el calor era todavía peor. El calor y el frío.

“En realidad, yo aquí me la jugaba (en Costa Rica), pero la gente llegaba y decía que en Estados Unidos la ropa casi que se encontraba en los basureros, viera todo lo que le decían a uno, por eso uno va y experimenta por uno mismo”, cuenta Franklin.

Ahora, 17 años después, puede decir que “no es como a uno le cuentan", que no era cierto que el trabajo “estaba vaciado”, porque sí es cierto que a veces le decían que no fuera a trabajar, por lluvias, pero si uno estaba en la cancha, trabajando, y se venía el aguacero, “podía llover o tronar” que no lo dejaban a uno ni escampar ni nada.

“Yo quería ir para que no me contaran, quería experimentar eso. Vivir en Bound Brook (barrio obrero en Nueva Jersey), era como llegar a Santa Teresa (en el distrito de Cajón de Pérez Zeledón)."

“De hecho, todos los que vivíamos allá éramos de Santa Teresa. Trabajábamos en esa cancha, viajábamos en una van o una buseta, para entrar a las 6 de la mañana, íbamos como 20, a veces hasta 30.”