Padres de Carlos Alvarado relatan cómo fue formado el presidente número 48

Alejandro Alvarado y Adelia Quesada describen a su hijo como un hombre reservado y de resultados

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Un día invitó a sus padres a una actividad del colegio y, cuando se dieron cuenta, estaba subido en el escenario dando un discurso. ¡Era el presidente del tribunal electoral y hasta entonces se enteraban!

Un hombre reservado y de resultados. Así describen Alejandro Alvarado y Adelia Quesada a su hijo Carlos, quien este martes 8 de mayo recibió la banda presidencial para dirigir el país por los próximos cuatro años.

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Aquella escena bien habría sido un resumen de vida. El muchacho asumía el reto de hablar frente al colegio acuerpado, como siempre, por sus progenitores.

“En ese momento yo le dije a mi esposa: ‘Ah, sí, aquí está rara la cosa’”, contó don Alejandro rememorando aquel episodio que dio la primera luz sobre la inclinación política del mandatario número 48.

El pasaje también daba indicios del talante. “Él va haciendo su camino, pero va calladito. Después viene y le dice a uno: 'Ya hice'. Aquí traigo el libro que escribí'”, expresó doña Adelia.

Arraigo familiar

Los años no pasan si se trata de festejar a los hijos. Mucho menos en una casa de clase media cuyo interior pareciera un culto a la familia, llena de fotos desbordadas de abrazos y caras felices.

En una mesa, Carlos y su esposa, Claudia Dobles, mejilla con mejilla; al lado, ambos, pero junto a su hijo Gabriel.

Centímetros después, la adolescencia de los tres hermanos: Federico, Carlos e Irene; ahora con de 41, 38 y 33 años, respectivamente.

Un poco más allá, los tres nietos: Gabriel, Felipe y Daniel. Los dos últimos, hijos de Federico.

Y así está forrada toda la casa; paredes y estantes consagrados a una amada descendencia, pero con espacio suficiente para compartirlo con crucifijos, santos y hasta la Virgen de los Ángeles.

“Cuando se van al extranjero, uno siempre piensa que ojalá vuelvan, porque si se enamoran por allá, se quedan… Nosotros somos muy unidos entre nosotros. Los cinco somos muy pegados”, contó doña Adelia, quien ha tenido que ver partir a sus tres hijos al extranjero por asuntos laborales o para cumplir sueños estudiando.

Una formación en centros educativos privados –en la escuela Angloamericana y en el colegio Saint Francis– debía garantizarles las herramientas suficientes para abrirse puertas en el futuro.

Los padres soñaron con que sus hijos fueran “personas preparadas y de bien”.

“Mi esposa y yo salimos de colegios públicos y, aunque en aquel tiempo eran mejores que ahora, no teníamos el idioma inglés. Yo siempre trabajé en empresas privadas, y ahí era indispensable. Tuve que meterme a aprender, y ahora no es que lo hable muy fluido… Me costó mucho esa parte y por eso siempre pensamos que ellos debían tener oportunidades”, recalcó el padre.

Padres tenaces y entregados

Doña Adelia y don Alejandro, hoy con 68 y 71 años, respectivamente, provienen de familias de escasos ingresos. Ella es la cuarta de 11 hermanos; él, el tercero de cinco.

Se casaron con 26 y 29 años y, “mientras tanto”, vivieron en un pequeño apartamento en el barrio donde fueron vecinos y se conocieron, en Paseo Colón.

Él es hijo de un electricista, estudió Ingeniería Eléctrica y se dedicó a trabajar en empresas privadas como Conducen, Firestone (hoy Bridgestone) y Scott Paper (actual Kimberly Clark).

Ella, en tanto, le heredó la vena periodística a su hijo, pues doña Adelia había empezado a estudiar Comunicación en la Universidad de Costa Rica (UCR). Sin embargo, luego la pareja acordó que ella se quedaría en casa, al pendiente de los niños.

Dos años después de casados, allá por 1977, hubo que pensar en una vivienda más amplia.

“Había que buscar un apartamentito que tuviera dos habitaciones, porque venía Carlos. Entonces buscamos uno cerca de aquí, como a 500 metros, mientras se terminaba la construcción… Bueno, mientras se terminaba la plata, porque la construcción no se terminó en ese momento y tuvimos que pasarnos sin terminar”, evocó, nostálgica, doña Adelia.

En esa casa de tres habitaciones, en el barrio La Favorita, en Rohrmoser, crecieron los hermanos Alvarado Quesada.

En uno de los cuartos –el que compartían los hombres– todavía se conserva una cama que ahora funciona como válvula de escape del mandatario cuando está muy estresado.

“Ahí viene y se acuesta, para que yo le haga cariños. Es muy chineado… Le encantan los cortes de carne, entonces yo le hago de todo: lengua, entraña, rabo”, amplió la madre.

Ese también es el recinto predilecto del retoño del presidente, Gabriel, quien tiene cuatro años y a quien describen como “igualito al papá”.

Enamorado del país

Ese calor de hogar podría ser el responsable del amor que, según sus progenitores, profesa Carlos Alvarado por el país.

“Cuando tuvimos la oportunidad de viajar con ellos (con los hijos), él añoraba ver las montañas entrando a Costa Rica. Decía que todo era lindo, pero que más lindo era Costa Rica”, amplió la madre.

“Siempre pensó que tenía que devolverle algo al país”, ahondó don Alejandro. “Es por Costa Rica”, remata doña Adelia evocando el slogan de campaña.

De hecho, de las veces en que los muchachos han salido del país, ella siempre tuvo la certeza de que, si alguno se quedaría viviendo en el exterior, ese no sería Carlos.

“Con Carlos no estaba pensando en que se quedara; es muy difícil que él se quedara en otro país, porque él está enamorado de Costa Rica”.

El actual presidente, quien es de profesión periodista y politólogo, vivió un año en Francia, en el 2007, donde trabajó como profesor de español.

En el 2008, se mudó a Brighton, Inglaterra, donde obtuvo una maestría en Estudios del Desarrollo y, más adelante, en el 2010, se trasladó a Panamá, donde laboraba Claudia cuando eran novios.

Casero y noble

Siempre ha sido muy casero, replicaron los padres. Estando en el colegio –y hasta la fecha– sus grandes pasiones han sido la lectura, la escritura y la música.

“Esta sala era sin nada y llena como de 30 chiquillos. Los amigos del colegio, que todavía son amigos de él, hacían un escándalo, pero yo prefería que estuvieran aquí a que anduvieran en la calle”, aclaró la madre.

Aquella también fue época de cosechar una vida en pareja. Conoció a Claudia en el colegio. Fueron novios desde que estaban en cuarto año y hasta poco antes de que él terminara la carrera de Comunicación en la Universidad de Costa Rica (UCR).

Se distanciaron un tiempo y, años después, retomaron una relación que ya suma ocho años de casados.

A la lista de calificativos del presidente, sus padres suman la nobleza.

“Muchos le decían que le diera duro en los debates (a Fabricio Alvarado), pero él decía que no, que él no haría eso, porque él no es así”, dijo don Alejandro.

Según la madre, siempre ha tratado de ser una persona considerada; eso sí, tajante cuando debe serlo.

“Él decía que él no iba a atacarlo feo (a Fabricio Alvarado), porque él sabía que (Fabricio) también había hecho un gran esfuerzo para haber llegado hasta donde estaba”, agregó doña Adelia.

Rememoró, entonces, los pasajes en que, también en familia, llevaban a los dos mayores a clases de karate. Irene, por su parte, asistía a ballet y estudiaba idiomas.

“Me acuerdo que, en las peleas, él se defendía muy bien, pero no lastimaba a los compañeros. Carlos nunca ha sido de atacar; él es de defenderse”, exhortó la madre.

De solicitudes de empleo y bonos de vivienda

Ser los padres del presidente no es cosa fácil. Mucho menos para una familia ajena a la política; unida, sí, pero respetuosa de la vida privada de sus miembros.

“Nos llaman para pedirnos trabajo. Hasta por debajo del portón tiran cartas pidiendo el bono (de la vivienda)”, afirmó don Alejandro.

De los dos, él es quien ha tenido que asumir, más de golpe, el cambio que supone en la dinámica familiar la actual investidura del hijo.

Se metió de lleno en la campaña de Carlos cuando decidió ser candidato presidencial. Hombro a hombro, recorrió el país ayudándolo a repartir volantes porque, como él mismo reconoce, “nadie sabía quién era”.

Año y medio después, las cosas han cambiado. De esa transformación fueron testigos hace unas semanas en uno de sus tradicionales convivios familiares.

El 11 de abril reservaron un espacio en el Castillo Country Club, donde se reúnen normalmente cuando hay alguna celebración. Festejarían el cumpleaños de Federico –el hermano mayor de Carlos– y el triunfo en la contienda electoral.

“Cuando pasaron unos chiquillos y se dieron cuenta de que ahí estaba Carlos, adiós fiesta. La gente entraba al rancho como estar en su casa. Solo faltaba que se sirvieran un pedacito de carne con fresco. Entraban y se tomaban fotos y todo”, contó don Alejandro entre risas.

Doña Adelia es un poco más lejana a ese trajín de ser los padres presidenciales. Si bien asegura que comprende que se trata de una nueva rutina, confía en que esto no empañe el arraigo familiar por el que tanto se han esforzado.

“La vida cambia si uno lo permite. Es una bendición que Carlos esté ahí. Yo pienso que Dios nos regaló eso a nosotros, pero así como cambia, seguimos teniendo nuestra vida... Yo digo que de la puerta de la casa para adentro, él siempre seguirá siendo mi chiquito; ya no el presidente”, exhortó la madre.