Así empieza Carlos Alvarado su día: en t-shirt azul, comiendo su desayuno con una cuchara, viendo el paisaje de Santa Ana por la ventana. Lo vemos en las fotos, nada más. Será la última vez que se asome por ahí sin cargar, finalmente, con el peso de un país poco acostumbrado a los sobresaltos y a las "primeras veces". Y eran apenas las 6:30 a. m.
Pero este 8 de mayo, por primera vez, asumió la presidencia de la República alguien nacido en la década transformadora de los 80. Y fue en enero de 1980 cuando nació Carlos Andrés Alvarado Quesada, a quien hasta hace pocos meses solo las apuestas más insensatas hubieran colocado como líder democrático de un país desencantado de la política.
Miraba por la ventana. Los periodistas y los fotógrafos se aglomeraron en las cercanías del condominio donde reside. Por los próximos cuatro años, no cejarán. Día tras día, Alvarado disfrutará de pocas comidas en soledad, menos días libres y casi nunca habrá silencio. Tendrá que hallarlo de algún modo: el capitán que afronta el mar embravecido necesita concentrarse.
Pronto llegará la primera vez de Alvarado al timón.
La 'estrella' en marcha
Carlos Alvarado salió, escoltado, hasta la explanada del Museo de Arte Costarricense, en La Sabana, donde consagró en un gesto uno de tantos compromisos de campaña. Lo vemos por televisión. Vemos todo lo que hace, poco a poco.
Abordó, junto al gabinete, un autobús eléctrico de hidrógeno del científico Franklin Chang, vehículo inédito en tales eventos. Como tantos otros gestos, es una insinuación de lo posible: el bus se llam Nyuti, "estrella" en chorotega, y llevó al hombre hasta su juramentación sin dejar atrás emisiones de carbono.
Él esperó con calma sentado en el autobús. Alguien bromeó: "doble filita, por favor". Alvarado se asomó, algo inquieto, hasta que todos sus ministros se instalaron. Ni un costado suyo escapó de las docenas de cámaras, pasajeras del bus y agolpadas contra la ventana.
Colocó la mano sobre la rodilla de Claudia Dobles, quien poco después encarnó esa rara figura, emocional y emocionante, de "Primera Dama". Alvarado iba con su usual semblante de seriedad y reserva, pero reaccionó con la misma sonrisa cada vez que surgía una conversación: sabía que la estaba viendo en vivo medio país.
Desde este 8 de mayo, ninguna sonrisa será solo eso. Será un "gesto" presidencial, materia para escrutinio, las primeras piezas de un rompecabezas que, armado en cuatro años, nos ayudará a entender qué fue la administración Alvarado Quesada, 2018-2022.
Pero por ahora, la "estrella" emprendía la marcha.
La plaza en espera
Cerca de la plaza de la Democracia, en un restaurante típico, una pareja de turistas comía tortilla y bebía café chorreado. "Oh, is he coming?", reaccionó ella al oír las sirenas. En una sodita cercana, lo mismo: la señal errática del televisor persiguía el autobús de hidrógeno y mostraba a Alvarado en la parte frontal del vehículo, saludando a quienes lo saludaban desde afuera.
Decenas de ciclistas escoltaron el autobús del futuro. Un hombre que pasaba trotando por la acera agitaba la mano; imposible saber si Alvarado lo veía, pero el presidente electo no dejaba de sonreír. En las tomas aéreas, los ciclistas se confundían con las flores. Dentro del bus, lado a lado, figuras que hasta hacía poquísimos meses nadie imaginaría vecinas: Rodolfo Piza y Juan Carlos Mendoza, compañeros de bus.
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Los últimos músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional entraron ataviados de blanco a la tarima secundaria, violines en mano, desde donde interpretaron el Himno Nacional y las demás piezas ceremoniales que estructuran la sinfonía de todos conocida que llamamos "traspaso de poderes".
Al costado de la tarima, ingresaron los representantes diplomáticos, los mandatarios invitados, los nuevos diputados y el gabinete. A algunos les aplaudieron más que otros, y es obvio que la plaza estaba repleta de simpatizantes del Partido Acción Ciudadana o, al menos, de sus aliados.
En la avenida segunda estaban quienes lo adversan, quienes le reclaman "pactar con la derecha" o quienes le exigen "no a la ideología de género, sí a la vida".
Como todo ritual, el traspaso de poderes estaba lleno justamente de costumbres. Pero este martes sobresalieron algunas primeras veces.
Para empezar, dirigió la orquesta una mujer, Gabriela Mora, la primera que ha dirigido a la Sinfónica en temporada oficial, y tocaron para el ingreso del Pabellón Nacional en manos de un adolescente trans... por primera vez. La ceremonia la ofició una mujer, Carolina Hidalgo (presidenta de la Asamblea Legislativa)... por primera vez.
El ritual se desarrolló, paso a paso, como se esperaba: los saludos protocolarios, los instantes de emoción en el escenario –el beso al escudo patrio, las manos en alto, las lágrimas espontáneas–, las palabras privadas de la esposa de un presidente a la esposa del siguiente, los aplausos de los mandatarios al repaso de la historia tica, salpicada de hitos inusuales en la región.
Alvarado leyó su discurso, apegado a la página, un discurso con algunos grumos, algunos tropezones y una entonación de altibajos. Pero cuando alzó la voz, el nuevo mandatario resumió los siete ejes de su propuesta y el verbo que, al parecer, se convertirá en un nuevo sello: "¡Trabajar, trabajar, trabajar!".
Luego de las formalidades, la orquesta tocó también Soy tico con Carlos Guzmán, con una estrofa entonada por una representante de los pueblos indígenas costarricenses.
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Las palabras sí importan. Quien haya leído a Alfredo Trejos, el poeta de Cartago, no lo hubiera imaginado, hace pocos meses, componiendo versos de cara al traspaso. Pero allí estaba, y de traje. Y Shirley Campbell leyó su manifiesto poético: Rotundamente negra. Por este día, las palabras pesaron como si fuera la primera vez que se pronunciaran.
"Yo de aquí me iré a asegurar el mapa de mi país a la corteza terrestre con un clavo tallado en la madera de este día", concluyó Trejos, mientras el presidente se preparaba para el resto del día.
Avenidazo presidencial
"¡Hay humo blanco!", reía una señora cuando abrían las ventanas del foyer del Teatro Nacional, el más reciente símbolo nacional. Pero no es que se estaba eligiendo al Papa ni es que el cónclave era tan secreto. Es que Carlos Alvarado llevaba desde mediodía reunido con sus pares internacionales y con los representantes de 109 naciones amigas de Costa Rica. Y apenas eran las 3 p. m.
El público aplaudió a un embajador tras otro aunque no identificara a primera vista quién era quién. "¡Gracias, gracias por venir!", les gritaron. O "Fuera JOH, fuera JOH". O "Fuera Ortega, fuera Ortega". Medio centenar de personas seguían afuera del teatro, expectantes, mientras atardecía. "Vagabundos, tanto aplauso para que después los jodan", los criticó una señora que cruzó impaciente por la plaza.
El saludo que Carlos Alvarado y Claudia Dobles hacieron desde el foyer, a media tarde, no les bastó. Algunos se aburrieron y se fueron; la mayoría se aburrió pero se quedó. Quienes más se impacientaron empezaron a corear: "¡Presi, presi, presi!" y "¡Carlos, Carlos, Carlos!". "Yo vine desde Alajuela a verlo", decía una señora, aferrada a su hija entre la multitud.
Finalmente, redoblaron los tambores de la Banda Independiente El Imperio, que marchó frente a Alvarado y su gabinete por toda la avenida central de San José. La gente se emocionó. Pero faltaba casi una hora más: el consejo de gobierno apenas empiezaba.
Otro gesto del ritual del traspaso de poderes: las primeras firmas de intenciones. No lo vio nadie desde afuera del Teatro Nacional, pero llegaban ya las primeras noticias del interior.
Se ordena intervenir 28 cuellos de botella en las vías nacionales, pálidamente imitados en el molote frente al teatro. Se ordena impulsar el hidrógeno como combustible: la Costa Rica del bicentenario quería ser carbono neutral, aunque no se logrará a tiempo.
Hasta que ocurrió lo más difícil de imaginar. El presidente, antecedido por una cadena de policías y la escolta que le corresponde, salió a caminar, seguido por su gabinete. Caminar es una forma de decirlo; la otra es que rebotaba entre persona y persona, empujado hacia adelante por una multitud que quería saludarlo, preguntarle, reclamarle, exigirle, abrazarlo, criticarlo. Le decían de todo. Él sonreía y saludaba.
Venía seguido por Epsy Capmbell, la primera vicepresidenta negra de América continental, quien también es la primera mujer que toma el mando de las relaciones exteriores del país. Y también por un gabinete que, en su inédita conformación multipartidaria, toma el tono de experimento.
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Cruzaron la plaza de la Cultura aunque parecía improbable. Por este martes, las palabras sí importaron, aunque fueran muy repetidas. No por conocidas se ha limado su sencillísima verdad. Estas son de Ernesto Cardenal, otro poeta, pero de Nicaragua:
Y el presidente
camina a pie
en San José.
La banda El Imperio irrumpió en la avenida con Tan linda mi Costa Rica. Entre ventas de pollos, de tenis, de helados, de discos, de ropa y de celulares, caminó abrazado por la multitud el presidente n.° 48 de la República de Costa Rica.
Le dio la mano a un señor frente al casino. Saludó a una señora frente al KFC. Despojado ya de su saco elegante, agarrado de la mano de su esposa, caminó entre gente que no quería solo gestos, aunque por este martes baste con la foto en la avenida. Entre tropezones, los curiosos y los emocionados estiraban la mano para tener su selfie o su video, su pedacito de una jornada desaforada de apretones de manos y breves promesas.
A partir de este miércoles 9 de mayo, Carlos Alvarado deberá de "trabajar, trabajar, trabajar". Pero por este martes, una imagen: el presidente sumergido en su propio y espontáneo "avenidazo", como si fuera diciembre, caminando 500 metros hasta una tarima donde bailaron él, su gabinete y su esposa.
En la mañana, al juramentarse, el público empezó a corear "¡Sí se pudo, sí se pudo!", como en la campaña. Y de inmediato: "¡Sí se puede, sí se puede!". Desde la noche de este martes, a Alvarado le tocará traer esas palabras a la tierra y ponerlas a caminar.