En 1613, en el extremo oeste de Ámsterdam, empezó el proyecto que cambiaría la ciudad: la construcción de tres canales semicirculares que rodearían el casco histórico ofreciendo casas para los hacinados, bodegas para las mercaderías y vías de acceso para los buques de los comerciantes.
La Europa de finales del siglo XVI era un continente imposible para un plebeyo. Los “reyezuelos” y vizcondes forcejeaban entre sí por provincias y exigían al pueblo dos tributos: impuestos para sus arcas y sangre para los ejércitos.
Cuando siete provincias pequeñas y casi inundadas declararon su independencia de la España de los Habsburgo, algo cambió.
Al tiempo que Holanda guerreaba por su independencia, Ámsterdam –la ciudad más poderosa– aumentó su población de 30.000 a 80.000 habitantes en medio siglo.
El comercio fluía y los buques de la Compañía de las Indias Orientales y Occidentales no cabían en el puerto. El éxito mataba la ciudad.
Sus líderes decidieron adelantarse a su época. Construyeron una nueva muralla que ampliaba sus límites y excavaron tres canales, anchos como avenidas, donde los mercaderes podrían asentarse en casas a las orillas de los cauces.
El proyecto incluía tres canales: Herengracht (el canal de los señores), Keizergracht (el canal de los emperadores) y Prisengracht (el canal de los príncipes). Un cuarto canal –el Singelgracht– rodeó los nuevos bordes.
Cuatro siglos después, las vías mantienen vigencia. En 2010 la Unesco las declaró Patrimonio de la Humanidad y todavía mantienen su vieja función de transporte y manejo de aguas.
“Es una obra maestra de ingeniería hidráulica, planificación urbana y un programa racional de construcción y arquitectura burguesa. Es un ensamble urbano único e innovador, a larga escala, pero homogéneo”, señala la Unesco en su resolución.
Funcionalidad. Los holandeses no construyeron los canales por su belleza. Aunque ahora es una de las principales atracciones turísticas de la ciudad –junto con la marihuana y el “distrito rojo”–, los canales fueron estrictamente prácticos.
Los señores de la ciudad retiraron miles de metros cúbicos de tierra para hacer los canales (cada uno de cerca de 25 metros de ancho, incluyendo aceras) y pusieron esos desechos en las bases donde se asentarían las casas.
De pronto, la ciudad tenía amplias vías para mover los productos y nuevas edificaciones donde los comerciantes podrían tener sus viviendas y sus bodegas.
“Aquí, la naturaleza fue doblegada a la voluntad del carpintero, el ingeniero militar y el censista, los primeros verdaderos planificadores urbanos”, apuntan Sako Musterd y Willem Salet en su libro Amsterdam Human Capital .
El censista determinaba quiénes podían instalarse en los canales. Aunque la ciudad era abierta a cualquier inmigrante –era famosa por su libertad ideológica y comercial–, la bienvenida era más calurosa para quienes llegaban con capital o habilidades muy útiles.
Quienes triunfaron en el joven mundo capitalista holandés –la primera bolsa de valores del mundo se creó en Ámsterdam, en 1604–, tenían sus casas en los tres nuevos canales. Los pobres fueron relegados al Jordaan, un barrio ubicado entre el canal exterior (Prinsengracht) y los límites de la ciudad.
Hoy en día se mantiene algo de esa vieja división pues una dirección en Herengracht es sinónimo de prestigio. Sin embargo, el Jordaan es cada vez más codiciado entre los yuppies .
La construcción avanzó de oeste a este y se detuvo cerca del río Amstel. El último tramo –las tierras al este del río– no fue terminado por el revés económico que tuvo Holanda al final del siglo XVII. La época de oro holandesa terminaba.
No obstante, los canales se mantuvieron para perfilar la historia de la ciudad. Allí se celebra cada año el Koningsdag (antes Koninginnedag) que festeja el día de los reyes.
Frente al Prinsengacht está la casa de Anna Frank y muchos museos están al borde de los canales. Además, ellos están vivos: por allí pasan botes con turistas y con carga, a su lado las cafeterías sirven bocadillos y se celebran mercados. Ningún país ha tenido una relación con el agua como Holanda.