Una lluvia de monedas y billetes fue quizá la señal más elocuente. En las instalaciones de la Asociación de Educadores Pensionados (ADEP) la cúpula sindical explicaba, el jueves anterior, el acuerdo logrado con el Gobierno horas atrás, mientras un enardecido sector de la concurrencia arrojaba dinero de baja denominación a quienes calificaban incesantemente de "traidores".
Nadie parece desconocer que el sindicalismo se anotó un valioso punto a su favor con el notorio poder de convocatoria logrado en la recién concluida huelga del Magisterio Nacional, respaldada parcialmente por otros burócratas. Igualmente con el espacio de discusión y negociación ganado para los próximos meses.
No obstante, apagado el bullicio de las multitudinarias manifestaciones y tras el análisis reposado de los hechos, pocos se atreven a apostar por una fuerte reactivación de este movimiento y muchos coinciden, más bien, en que este aún carga el lastre de múltiples yerros que en el pasado lo debilitaron.
La lista es amplia: divisionismo interno, intereses personales, escasa credibilidad, errores de estrategia, inclinaciones partidarias y ausencia de planes u objetivos de largo plazo son algunos de los factores que atentan contra los sindicatos en su esfuerzo por recuperar parte de la vitalidad perdida.
Desde adentro, sus mismos dirigentes aceptan sin ambages esta situación. Ellos confían, empero, en que el último mes haya sido un valioso ensayo que les permita afinar sus acciones y corregir deficiencias de cara a próximas luchas.
La coyuntura
Desde afuera, la óptica es diametralmente opuesta. Especialistas en derecho laboral, expertos en negociaciones de esta índole y estudiosos del tema coinciden en que la huelga de educadores -que se prolongó por más de un mes- no implica una señal importante de reactivación sindical.
En esa línea de pensamiento se encuentra el exministro de Trabajo y exvicepresidente Germán Serrano Pinto, quien además es especialista en derecho laboral. "No hubo revitalización, lo que se reflejó públicamente fue una reacción popular contra políticas gubernamentales que afectaban al ciudadano y no un movimiento propiamente sindical, aunque estos aprovecharon la coyuntura para dirigirlo", explicó.
Para Serrano, este gremio no muestra todavía un hilo conductor ni una política general de defensa a los intereses de sus miembros, sino que sus actuaciones son reacciones específicas a hechos concretos, como el caso de los educadores y la nueva ley de pensiones del Magisterio Nacional.
Si se pasa revista al reciente movimiento laboral, no puede obviarse que, aunque se conformó el Comité Cívico Nacional, que aglutinó a casi todos los grupos sindicales, el apoyo de los trabajadores de otros sectores -en la mayoría de los casos- se circunscribió a la participación en varias de las marchas, pequeños paros como muestra de solidaridad, manifestaciones verbales y, en algunas oportunidades, ni siquiera se concretó.
Eugenio Solano, jefe de Relaciones Laborales del Ministerio de Trabajo, quien cuenta con una vasta experiencia en conflictos de esa naturaleza, aseguró que mantiene reservas sobre una posible vigorización de los sindicatos. "Yo diría que lo que se ha oxigenado es la dirigencia y no el movimiento sindical en general", acotó.
El funcionario explicó que a pesar de la muestra externa de cohesión que brindó su dirigencia, "lo cierto es que en lo interno siguen existiendo posiciones muy divergentes que atentan contra la fortaleza de los grupos en conjunto."
Con ojos propios
Aun con esos y otros desaciertos, una sonrisa de optimismo se dibuja en el rostro de la cúpula sindical. "Es un buen arranque", afirmó Albino Vargas, secretario general de la Asociación Nacional de Empleados Públicos (ANEP).
Según su criterio, la huelga de educadores sirvió para "revitalizar, extractar enseñanzas y valorar nuevas tácticas de lucha, en síntesis, para apertrecharse mejor y estar juntos para lo que venga."
Pero ello no significa que se desdeñen las impericias cometidas por la dirigencia de ese sector. Vargas resaltó, entre las lecciones aprendidas, que "continúa pesando la concepción gremial, hay falta de credibilidad y representatividad en la dirigencia y existen intereses personales muy fuertes que conspiran contra la elaboración de una estrategia de lucha armónica".
Hubo líderes sindicales -que omitieron identificarse- que fueron más allá al asegurar que existe una especie de "sindicalismo empresarial" para cuyos representantes resultan más importantes sus negocios individuales que los ideales del grupo.
Los que han analizado en detalle el comportamiento de los sindicatos en las últimas décadas, como el historiador Vladimir de la Cruz, también son críticos de sus actuaciones.
De la Cruz aseveró que los sindicatos "todavía carecen de un programa unitario de acción, algunos de sus dirigentes entran en contradicción con los partidos políticos a los que pertenecen, no tienen capacidad de negociación, no realizan estudios minuciosos de la realidad y no tienen una visión política, táctica y estratégica de lucha".
Pese a este panorama, no se puede desconocer el esfuerzo del sindicalismo por constituirse en un sector con voz propia y peso específico en la sociedad, aunque sus propios vicios parecen ser, una vez más, la muralla infranqueable para conseguir ese cometido.