Los médicos le dijeron a Mario Vargas y a Wendy Araya que Enrique, su segundo hijo, nunca caminaría. Tampoco los llamaría mamá o papá porque no tendría capacidad para hablar. Quique, como le llaman de cariño, nació hace casi 13 años con una enfermedad de origen genético (síndrome de Phelan McDermid), que le causa un significativo retraso en su desarrollo con ausencia total de lenguaje, dificultades de aprendizaje y de movimiento. También problemas del corazón.
Casi trece años después de su nacimiento, Quique busca a su papá con la mirada en el patio de juegos del Instituto Andrea Jiménez, en San Francisco de Dos Ríos, en San José, su segunda casa desde que tenía un año de edad. Camina con alguna dificultad, es cierto, pero lo hace solo. Busca a Mario con sus ojazos, que hablan sin palabras. Balbucea y sonríe mientras alrededor suyo otros niños y niñas con alguna discapacidad física y mental, o ambas, disfrutan con sus maestras en el campo de juegos.
El encuentro de padre e hijo culmina en un fortísimo abrazo. El hijo regresa a los juegos mientras su papá atiende a esta periodista, en una de las aulas del Instituto. Ahí Mario me confía su profunda angustia porque ese edificio de aulas, rodeado de jardines, y con maestras y maestros cuyos cuidados, terapias y enseñanzas hicieron trizas aquellos primeros pronósticos médicos para Quique, tiene sus días contados.
Ya no hay vuelta de hoja. Una sentencia del Tribunal Contencioso, de julio anterior, confirmó la orden de desalojar la propiedad tras un largo pulso legal que se inició en el 2012 con los vecinos del Instituto, del residencial La Cabaña, a quienes el juez les dio la razón: tienen derecho de recuperar los 9.670 metros cuadrados que alguna vez donó la Municipalidad de San José al Andrea Jiménez para convertirlos en un parque comunal, como lo piden los vecinos y corresponde por ley.
La directora del Instituto, Silvia Mora, confirmó la situación. Un error material en la inscripción de la propiedad fue el origen del proceso que desembocó en la sentencia judicial. Ahora, lo que piden es tiempo. Sí, tiempo para ver qué va a pasar con los 90 alumnos y 50 funcionarios del Instituto. Rezan para que ocurra un milagro y alguien les done un terreno que les permita encontrar un nuevo y definitivo hogar para el trabajo en Educación Especial que han venido desarrollando a lo largo de 48 años.
Quique permanece ajeno a la angustia de estos procesos burocráticos, pleitos vecinales y trámites legales. Su papá, sin embargo, no puede evitar mirar en retrospectiva la hoja de vida de su hijo. Tantos años ahí, han convertido al personal, a estudiantes y a sus parientes en una gran familia. El Instituto recibe a personas con discapacidad de todas las edades. Tiene dos programas: uno para niños de 0 a 21 años, y otro para adultos entre los 21 y 65 años; incluso mayores.
Enrique Vargas llegó cuando apenas tenía un año, referido del Hospital Nacional de Niños, como sucede con la mayoría de los alumnos del Instituto. Tuvieron que pasar siete años para que lograra lo que su familia percibe como una proeza: dar su primer paso solo.
“Un día, logró ponerse de pie y empezó a caminar. ¡Esa fue la fiesta de la familia, el evento de la década!”, recuerda Mario antes de que su voz se quebrara por la emoción que traen los recuerdos de las cosas que verdaderamente cuestan en la vida.
“Para nosotros, fue la alegría que pudiera sentarse. Luego, tomar el chupón y llevárselo a la boca. Una de nuestras grandes frustraciones es saber si es feliz; aunque no lo dice con palabras, él lo expresa con abrazos y esto nos consuela”, dijo Mario quien atribuye estos inmensos avances en su hijo al cariño que sus maestros y terapeutas del Instituto le han dedicado desde que Enrique llegó ahí, siendo apenas un bebé.
Los milagros existen en el Andrea Jiménez
El embarazo de Wendy transcurrió en el 2009 con total normalidad. La pareja, que ya tenía a Sofía, esperaba con ansiedad al nuevo miembro de la familia. Tal y como estaba programado, Quique nació por cesárea, el 4 de noviembre del 2009.
“En el instante en que nació, no lloró. Mi esposa me dijo ‘él tiene algo’. Cuando lo recuerdo me dan escalofríos. Yo lo alcé y estuve un rato con él. Los médicos no nos dijeron nada.
“Quique nació en la mañana. Por la tarde, Wendy se lo puso al pecho para darle de comer y Quique no mamó. Al día siguiente, lo trasladaron al Hospital Nacional de Niños”, recordó Mario.
Lo que sigue es el relato de una historia que comparte escenarios y momentos muy parecidos con otros padres de alumnos del Instituto Andrea Jiménez: prolongados internamientos hospitalarios, cirugías, exámenes médicos, y una larga lista de diagnósticos que erizan la piel y que incluyen retraso mental, enfermedades congénitas como la de Quique, epilepsia, discapacidades visuales y auditivas, hidrocefalia, fibrosis quística y síndrome de Down.
Como muchos de quienes han llegado a estas aulas, Mario y Wendy matricularon ahí a Quique por referencia del Hospital Nacional de Niños, en donde les aconsejaron buscar un espacio para su pequeño.
Mario describe este hallazgo como encontrar agua en el desierto. Los primeros meses de vida de su pequeño transcurrieron de terapeuta en terapeuta, de un lado a otro. Por eso, hallar en un mismo centro todas las terapias que su pequeño necesitaba, fue dar con el cielo en la tierra.
Banco | Tipo de cuenta | Número de cuenta |
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Banco Nacional | Cuenta cliente | 1500010011653951 |
Cuenta IBAN | CR 50015100010011653951 | |
Sinpe | 8936-2888 (a nombre de la Fundación Andrea Jiménez) |
Al Instituto le da soporte una fundación del mismo nombre, que recibe ingresos, entre otros, del Ministerio de Educación Pública (MEP), que paga a los docentes; de la Junta de Protección Social de San José (JPS), y de donantes. Esto le permite becar al 80% de sus alumnos.
“Mi hijo ha encontrado aquí otro hogar y nosotros otra familia. Pero no logro entender el mundo. Todavía no me explico cómo se llegó a este desalojo. No sé qué vamos a hacer sin el Instituto. En el país no hay un mejor lugar para él y para el resto de sus compañeros.
“Entre las posibilidades, se habló de distribuirlos en otros institutos, pero esto sería devastador porque no hay ni uno solo que dé los servicios y la calidad de la atención que nos da el Andrea Jiménez. Me angustia que mi hijo pueda sufrir algún retroceso”, comentó Mario.
El inicio del milagro esperado podría estar en manos del Concejo Municipal de San José. Un grupo de regidores visitó el Instituto, el martes 27 de setiembre, para hablar con los padres, y conocer a alumnos y maestros.
El vicepresidente del Concejo, Fernando Jiménez Debernardi, junto a sus compañeros, se comprometió a buscar un terreno en las cercanías y evaluar la posibilidad de un traslado que permita, en un futuro, firmar un convenio con la fundación que soporta al Instituto Andrea Jiménez.
¿Será que se hace el milagro? Por ahora, el primero que pide el Instituto es tiempo. Tiempo para buscar terrenos y edificios que reúnan las condiciones que Quique y sus compañeros necesitan para asegurar su futuro.
También busca donaciones de quienes quieran apoyar la reconstrucción de este sueño en otro lugar, preferiblemente en el cantón de San José, de tal manera que las familias que hoy reciben los beneficios —muchas de Desamparados y cantones circunvecinos— sigan teniendo acceso a ellos.