Empezamos año litúrgico y con este el ciclo B. Es un tiempo, el Adviento, apropiado para potenciar la vida cristiana a pesar de todo y el ambiente tan pesado de consumismo que nos asfixia. Lista ya la corona de Adviento y los otros signos de estos días, hemos de estar preparados para la espera del Mesías con una conciencia clara: sin Jesús no hay Navidad que valga, ni celebración con sentido.
En su mensaje para este tiempo titulada No nos dejemos robar la esperanza del pasado 26 de noviembre, los obispos de Costa Rica nos recuerdan: “Les animamos a vivir esta ruta del Adviento con ánimo de expectación y gozo”.
Al comenzar este tiempo fuerte, con su doble dimensión de espera, nos sentimos animados a mirar de frente los grandes desafíos que amenazan nuestra fe y nos lanza a ser mas protagonistas. Se trata de no “balconear” la vida, de no pactar con el pensamiento débil ni bajar la exigencia ética cristiana sin que ello implique cerrar los ojos a la necesidad de tantos de encontrar en la Iglesia una realidad acogedora y tierna.
El Evangelio de hoy, en la misma tónica del fin del año litúrgico, nos pone ante la cuestión relativa a la vigilancia.
El Señor adviene de continuo en la vida de la Iglesia pero aquí se nos invita a pensar, en el marco de la doble espera del Adviento, en su segunda venida.
Esta vigilancia de que nos habla Jesús en Marcos es tarea. Se trata de construir el Reino, de no ser mediocres, de forjar una sociedad mejor y mas justa, de luchar para defender la familia y la vida, de generar las condiciones para que el Evangelio brille en un marco que parece dominado por los que son anti-reino y anti-evangelio. Creo que tendremos mucha labor dada las circunstancias que nos están rodeando.