Desde la extrema izquierda a la derecha nacionalista, todo el espectro político turco se unió el sábado para invadir la plaza Taksim y festejar al grito de “¡Dictador, dimisión!” la derrota frente a la calle del primer ministro.
Todos expresaron la cólera acumulada contra la política del Ejecutivo, exacerbada además por la violenta represión policial. Las protestas expresan la frustración de gente de todas las corrientes políticas, dijo el politólogo Ilter Turan, de la universidad Bilgi de Estambul.
El islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) llegó al poder en 2002 en una Turquía exhausta por una crisis financiera y la inestabilidad política causada por las intervenciones de militares en la vida pública.
En diez años, ha logrado multiplicar por tres el ingreso por habitante, generalizó el acceso a educación y salud, y relegó al ejército a los cuarteles.
Pero también hizo ingresar la religión en el espacio público, ante la inquietud de los defensores de la república laica. El velo islámico ha sido autorizado en algunas universidades.
El virtuoso pianista Fazil Say fue condenado por blasfemia por una serie de tuits en los que ironizaba sobre el islam. La semana pasada, el Gobierno hizo votar una ley que prohíbe la venta de alcohol cerca de las mezquitas y las escuelas. La lista es larga, sin contar con los intentos por limitar el derecho al aborto o prohibir el adulterio.
Obligado por las normas del AKP a renunciar a la jefatura de gobierno en 2015, Erdogan no esconde su ambición de aspirar el próximo año a presidente, que será electo por primera vez mediante sufragio universal.