Calais, Francia
En las calles de barro de la "jungla" de Calais las tiendas de campaña estaban abandonadas y los pequeños comercios cerrados. El campamento de migrantes más grande de Francia seguía vaciándose este martes, en el segundo día de las operaciones de evacuación.
"Jungle, finish", "La 'jungla' se acabó", dijo sonriente Hasan, un migrante afgano que empacó sus pertenencias del refugio improvisado que lo protegía de la lluvia y del frío.
"Voy a tomar uno de los autobuses", agregó, cargando una bolsa de basura.
Entre 6.000 y 9.000 migrantes –según las estimaciones– que hasta el domingo vivían en este asentamiento informal del norte de Francia, comenzaron a ser evacuados este lunes a bordo de autobuses, para ser trasladados a uno de los 451 centros de acogida puestos a disposición por las autoridades en todo el territorio francés.
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De momento se calcula que cerca de 3.000 habían sido evacuados.
Tiempo de marcharse
"Deben irse, aquí ya no hay solución para ustedes. Los policías van a pasar en unos días", advierte Marie–Paule, voluntaria de la asociación Salam, a un grupo de cinco sudaneses que aún permanecían el campamento.
"Me entristece ver el campamento en este estado, me rompe el corazón ver el final de este lugar donde vivieron, pero es la mejor solución para ellos", expresó.
Las calles animadas hasta hace apenas una semana estaban ahora sucias, abandonadas e invadidas por un olor a humo.
"Lo estamos hablando, pero tomaremos uno de los autobuses", explicó Ali, un afgano sentado con una docena de amigos alrededor de una pequeña fogata.
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Arbat, sudanés de 25 años, está listo para irse. "Voy a probar suerte en otro lugar. Además, parece que la gente de mi país obtiene el estatuto de refugiado más fácilmente", expresó en francés, lengua que estudió en su país antes de perfeccionarla en Calais, donde voluntarios impartían clases.
Este hombre, que habla cuatro lenguas, sueña con convertirse en intérprete y "casarse con una francesa. Me dijeron que todas las francesas son bellas, ¿es cierto?", preguntó animado.
Arbat se encarga también de explicar a sus compatriotas, muchos de los cuales parecen perdidos, que deben evacuar el campamento.
Los que se resisten
Pero no todos están dispuestos a irse. El "Peace restaurant", lugar donde los migrantes se reunían para tomar un café cerró, pero el "Kabul café" resiste.
"Me iré cuando la policía venga", comentó desafiante su dueño, Abdul, mientras sirve un plato de comida a un cliente.
Por su parte, Ibrahim, un paquistaní de unos 20 años, teme ser enviado de vuelta a su país. "¿Vieron lo que pasó esta mañana en Quetta, ese terrible ataque de una academia de policías?", pregunta este joven en referencia a un ataque cometido por kamikazes en el sudoeste de Pakistán que dejó más de 60 muertos.
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Reconoció "no confiar en las autoridades" y dijo que aún no sabe qué hacer ni a dónde ir.