Como resultado, el presidente Barack Obama y sus pares europeos son acusados de haber sido engatusados por el presidente ruso y no haber detectado el reflejo expansionista de un hombre para quien el colapso de la Unión Soviética fue una tragedia.
De todas maneras, Washington consiguió la ayuda de Putin para sortear la crisis por el uso de armas químicas en Siria y para las conversaciones sobre el programa nuclear iraní, justificando su estrategia de tratar de acercar al presidente ruso.
Pero el reclamo de Putin sobre la península ucraniana de Crimea tomó a la Administración estadounidense por sorpresa.
“Puede tener su versión de la historia, pero creo que él y Rusia, por lo que han hecho, están del lado equivocado de la historia”, dijo el secretario de Estado, John Kerry, al aludir a Putin.
Desde el punto de vista de Washington, el movimiento del presidente ruso parece ilógico para una nación que cambió el socialismo por un estridente capitalismo. Ahora esta nación afronta el aislamiento, las sanciones, una posible expulsión del G-8 y daños económicos.
A juzgar por la imagen de una Rusia que resurge liberada de la humillación del colapso soviético, que se desprende del discurso de Putin de esta semana, el presidente ruso sigue otra lógica.