Múnich AFP “¿Quién conoce a personas de confesión judía? ¿Se puede pegar a los niños? ¿Permitiría que su hermana o hija se casara con quien quisiera?”. Alemania intenta inculcar sus valores en los migrantes, pero algunos quedan perplejos ante el tipo de preguntas.
El ministro bávaro de Justicia, Winfried Bausback, multiplica las preguntas frente a unos 60 solicitantes de asilo que asisten de forma voluntaria a un curso de Educación Cívica en la Bayernkaserne, uno de los centros de acogida más grandes de Múnich (sur).
En el pequeño gimnasio convertido en aula, una intérprete traduce del alemán al inglés. Pocos contestan. “¿Puede repetir la pregunta?”, dice uno de ellos en un inglés titubeante.
El gobierno de Baviera, puerta de entrada en Alemania de migrantes procedentes de los Balcanes, instauró cursos de educación cívica, impartidos normalmente por magistrados. En lo que va de año ya hubo 12.
“Enseñamos las reglas del convivir, de la democracia, de igualdad de género”, describe Reinhard Nemetz, presidente de un tribunal de Múnich.
Derechos. “Les recordamos que no tienen solo deberes, sino también derechos: la libertad de religión y de pensamiento, por ejemplo”. Los cursos están acompañados de folletos y películas cortas en Internet.
Sentado en primera fila, Zedan Mohamad vino para matar el aburrimiento. Aparte de las dos horas diarias de alemán, no tiene nada que hacer. Este refugiado sirio de 18 años se quedó atónito ante las preguntas del ministro.
“¡Todo el mundo conoce las reglas! Sé muy bien que no debo robar ni ser violento, era igual en Siria”, protesta. “Pero aquí nos hablan como si fuera algo nuevo para nosotros. Y esta forma de decírnoslo...”.
A su lado, Johnny Basola, un congoleño de 28 años, se siente menospreciado en relación con los refugiados considerados prioritarios.
“Al comienzo, preguntaron: ‘¿De dónde viene? ¿De Siria, de Eritrea, de Irak, de Afganistán?’. Ni siquiera se preocuparon de la presencia de otras nacionalidades. Nos enseñan reglas, pero también aprendemos que no serán las mismas para todo el mundo”, critica.
Sahid Salle Koroma, de 25 años, un migrante de Sierra Leona, se interesa por la segunda parte del curso, en la que una magistrada describe las bases del derecho alemán. “Aprendemos lo que se puede hacer y lo que no, las penas aplicadas a tal o cual delito. Me parece útil”, dice.
Las autoridades otorgan todavía más importancia a estos cursos desde las agresiones sexuales en bandas contra mujeres el 31 de diciembre por la noche en Colonia, atribuidas en su mayoría por la policía a migrantes del norte de África.
Habib Amiri, un periodista afgano, cree que estos cursos no son prioritarios y que se podría invertir ese dinero en más en clases de alemán, que es lo que necesitan para poder trabajar.
Zedan Mohamad también tiene sus dudas: “Me parece bien que enseñen las reglas para vivir en sociedad. Pero, entonces, ¿no habría también que dar cursos de vida en sociedad a aquellos que queman los centros de acogida de refugiados?”.
Después del reciente incendio de un centro en Sajonia entre vítores de transeúntes, el diario de izquierda TAZ le dio la razón con un titular irónico en portada sobre los xenófobos alemanes: “Integración malograda”.