Ankara, Turquía. Desde que asumió la presidencia en el 2003, el presidente Recep Tayyip Erdogan ha dado nombre a cada etapa de su consolidación de poder en Turquía. Primero se llamó aprendiz, luego obrero, y últimamente maestro. Ahora, dice que un nuevo período de cinco años lo elevaría a “gran maestro” y le ayudaría a convertir a Turquía en una de las mayores potencias mundiales para el 2023, cuando la república festeje su centenario.
El líder más poderoso y divisivo de la historia de Turquía, Erdogan, está postulándose para ser reelegido en los comicios del domingo.
En 15 años ha transformado profundamente Turquía. Ahora mide sus fuerzas para consolidar su poder e igualar en la historia al fundador de la República, Mustafá Kemal.
La elección podría cimentar el cambio de Turquía, de sistema parlamentario a presidencial, que apenas fue aprobado en un referendo el año pasado. Él asumiría la presidencia con amplios poderes, en un sistema que críticos señalan como autoritario.
Sus oponentes han prometido un regreso al sistema parlamentario, con una distintiva separación de poderes.
Sondeos de opinión colocan al presidente de 64 años varios puntos adelante de su competidor más cercano, Muharrem Ince. Sin embargo, necesita ganar más del 50% de los votos para asegurar su victoria y evitar una segunda ronda -algo que parece menos probable. Análisis dicen que el resultado podría ser decidido en una segunda vuelta el 8 de julio.
Erdogan, quien nunca ha perdido una elección, esta vez enfrenta a una oposición con candidatos y partidos más fuertes que están cooperando unos con otros como parte de una alianza anti-Erdogan.
Turquía también elegirá un nuevo parlamento pero la campaña del partido de Erdogan, Justicia y Desarrollo, parece un poco insípida y poco alentadora, enfocándose en logros pasados y haciendo promesas raras como crear “centros vecinales de lectura” donde se ofrezca té y pasteles.
Analistas incluso indican que existe la posibilidad de que Justicia y Desarrollo pierda su mayoría en el parlamento.
Posible coalición
Ante esas predicciones, Erdogan, afirmó que baraja la posibilidad de formar una coalición en el Parlamento si la alianza dominada por su partido no alcanzaba la mayoría en las elecciones del domingo.
“Si la ‘Alianza del pueblo’ consigue 300 escaños (de los 600), la cuestión está resuelta. Si está por debajo de 300, podríamos buscar formar una coalición”, declaró el jefe de Estado turco en una entrevista a una radio el miércoles por la noche.
“Veremos el domingo”, agregó, sin precisar con qué formación política pensaba formar esta coalición.
El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, islamoconservador) del presidente Erdogan se presenta en estos comicios junto a su aliado el Partido de Acción Nacionalista (MHP, ultranacionalista).
Frente a ellos, la oposición ha formado la Alianza de la Nación, que reúne al Partido Republicano del Pueblo (CHP, socialdemócrata), al joven Buen Partido (derecha nacionalista) y al Saadet (conservador).
Tres formaciones se presentan solas: el Partido Democrático de los Pueblos (HDP, prokurdo y abiertamente antiErdogan), y dos partidos que tienen pocas posibilidades de superar el umbral de 10% de los votos para entrar en el Parlamento, Hüda-Par (islamista kurdo) y el Partido Patriótico (VP, izquierda).
Ni su paso por prisión, ni las monstruosas manifestaciones ni tampoco una sangrienta intentona golpista frenaron el irresistible ascenso del “rais” (“jefe”), como lo apodan sus más fervientes seguidores, que dirige el país con mano dura desde 2003.
Erdogan, el reformador
Sea cual sea el resultado de la votación, que se augura más reñida de lo previsto, Erdogan ya ha transformado profundamente Turquía a través de unos megaproyectos de infraestructura y llevando a cabo una política exterior firme, que ha llegado a molestar a los tradicionales aliados occidentales.
Para sus simpatizantes sigue siendo, pese a las dificultades actuales, el hombre del “milagro económico” que hizo entrar a Turquía en el club de los 20 países más ricos del mundo, y el campeón de la mayoría conservadora, mucho tiempo desdeñada por una élite urbana y laica.
Pero sus detractores acusan a Erdogan de protagonizar una deriva autocrática, en particular desde el intento de golpe de Estado de julio de 2016, al que siguieron unas purgas masivas. Opositores y periodistas también fueron detenidos, suscitando preocupación en Europa.
A menudo descrito en Occidente como un sultán insuperable, este nostálgico del Imperio Otomano es un temible animal político que ha ganado todas las elecciones desde que su partido, el AKP, llegara al poder en 2002.
En sus mítines, despliega las cualidades de un orador sin igual que en gran parte han contribuido a su longevidad política, echando mano de referencias a poemas nacionalistas y al Corán para movilizar a las multitudes.
Nacido en un barrio popular de Estambul, Erdogan se planteó hacer carrera en el fútbol -un deporte que practicó en una categoría semiprofesional- antes de meterse en política.
Aprendió todos los trucos en el movimiento islamista del ex primer ministro Necmettin Erbakan, antes de ser propulsado a la primera línea cuando fue elegido alcalde de Estambul en 1994.
En 1998 fue condenado a una pena de prisión por haber recitado un poema religioso, un episodio que no hizo sino reforzar su aura.
Tomó la revancha en la victoria electoral del AKP -partido que cofundó- en 2002. Un año después, fue nombrado primer ministro, cargo que desempeñó hasta 2014, cuando se convirtió en el primer presidente turco elegido por sufragio universal directo.
Casado y padre de cuatro hijos, Erdogan sigue siendo el político favorito de la mayoría de los turcos, el único capaz de “mantenerse firme” frente a Occidente y de guiar el barco a través de las crisis regionales, empezando por el conflicto sirio.
Sus virulentos discursos contra la “islamofobia” que gangrena, según él, Europa y sus posicionamientos a favor de los palestinos le han reportado una inmensa popularidad en el mundo musulmán.
Pero desde las grandes manifestaciones antigubernamentales de la primavera de 2013, brutalmente reprimidas, también se convirtió en la personalidad política más criticada de Turquía, a causa de la deriva autoritaria e islamista que fue adoptando según sus detractores.
S