Policía que perdió hijo en Nicaragua: 'No es un perro el que murió'

Armando Reyes vio por televisión a un manifestante que sangraba por la cabeza en las protestas del miércoles pasado. Horas después supo que era su hijo Francisco.

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Managua. El oficial de policía Armando Reyes fue uno de los miles de nicaragüenses que vio por televisión la imagen de un manifestante que sangraba por la cabeza y al que compañeros intentaban subir a una moto para llevarlo al hospital.

Horas después, supo que ese muchacho era su hijo. Uno de los 16 fallecidos tras los violentos ataques del miércoles contra manifestantes opositores, en medio de la aguda crisis política que vive el país.

Reyes era hasta esta semana uno de esos ciudadanos a los que el presidente Daniel Ortega, el hombre que ha dominado la política de Nicaragua por las últimas cuatro décadas, podía incluir en su base más sólida de apoyos.

De 65 años, peleó junto a Ortega en la rebelión sandinista que sacó del poder al dictador Anastasio Somoza, en 1979. Luego de la victoria guerrillera, se unió a la policía de la nueva junta de gobierno, que se instaló con Ortega a la cabeza.

Reyes ha servido por 39 años en esa fuerza, durante los primeros 11 años de Ortega en el poder, luego cuando este fue derrotado en las urnas, en 1990, y también tras su regreso a la presidencia, en 2007.

Ahora ya no quiere ser parte de la policía de Nicaragua.

De hecho, está tan convencido de la responsabilidad de las fuerzas de seguridad de Ortega en la represión de las protestas antigubernamentales, que el viernes echó del funeral de su hijo Francisco a sus compañeros oficiales.

"No es un perro el que murió", dijo Reyes, un hombre de hablar sencillo y cabello canoso que vive con su numerosa familia en un humilde vecindario de Managua.

Reyes no sabía que su hijo Francisco estaba en las protestas del miércoles. De 34 años, el fallecido solía pasar sus días trabajando como vendedor informal; un empleo que se inventó luego de no poder encontrar ningún otro.

Pero el miércoles –día de la madre en Nicaragua– decidió sumarse a las marchas pacíficas en apoyo a las madres que habían perdido a sus hijos durante las siete semanas de violentas protestas que han sacudido a este país centroamericano.

Reyes estaba trabajando en su comisaría de Managua cuando dio un vistazo a las imágenes de televisión que mostraban un video grabado con un teléfono de uno de los sangrientos incidentes que ocurrieron ese día.

En el video, un grupo de hombres jóvenes intenta subir a la parte de atrás de una moto a un manifestante herido por una bala en su cara.

Era obvio que el hombre tenía pocas probabilidades de sobrevivir: su cuerpo cuelga como el de una muñeca de trapo y cae de la moto apenas el conductor intenta acelerar.

Fue solo al caer la noche que Reyes recibió una llamada de su hermano y comenzó a comprender la terrible realidad: el manifestante herido de la televisión era Francisco.

Este hombre sencillo de piel tostada no tiene mucho que decir sobre el gobierno al que ha servido gran parte de su vida. Pero su ira se percibe.

"A mí me dicen los compañeros 'tenés que ser fuerte, ser fuerte'. Yo les digo 'sí', pero ¿cómo mataron como criminales a hermanos que venían en una protesta pacífica?”, criticó.

Pidió su baja de la fuerza, aunque ese proceso le tomará tiempo.

"Son unos genocidas, asesinos", dijo en tanto a la AFP Guillermina Zapata, la madre de Francisco, en el funeral de su hijo.

Con 16 fallecidos, el pasado miércoles fue el día más sangriento de las protestas que se han cobrado más de 100 vidas desde que comenzaron, el pasado 18 de abril.

La violencia de esa jornada llevó a la suspensión del diálogo nacional, mediado por la iglesia católica y que busca una salida a la crisis política.

Ortega, de 72 años, niega que su gobierno sea responsable de las muertes. A los hechos del miércoles los tildó de "conspiración" de la oposición para "aterrorizar" a la gente.

Pero basándose en la experiencia policial de Reyes, su familia está convencida de otra cosa.

Han revisado la evidencia y dicen que todo indica que Francisco fue asesinado por un francotirador equipado con un rifle que solo tienen el ejército y la policía.

"Son la propia policía... Estaban en el estadio (nacional de béisbol) escondidos", dijo José, el hermano mayor de Francisco.

Otro hermano, Roberto, describió la evidencia forense: a Francisco le dispararon desde arriba, por la parte de atrás de su cabeza. La bala salió por su ojo. "Le disparó un francotirador", concluyó. "Este gobierno está matando al pueblo con la policía nacional", aseguró.

La interrogante es si esas conclusiones –que comparten activistas de derechos humanos y parte de la comunidad internacional– minarán al gobierno de Ortega.

El ejército ya dijo que no quiere participar en la represión de las protestas y llamó al fin de la violencia.

La élite empresarial, antes aliada de Ortega, rompió con su gobierno durante la crisis.

Y los manifestantes dicen que muchos policías son afines a su causa.

"Hay muchos policías que tienen miedo y no quieren seguir" haciendo esto, dijo una estudiante de sociología de 25 años en una protesta el viernes.

"Saben que no somos armados. Que no es una guerra, es una masacre", aseguró la joven que prefirió no revelar su nombre.