San José Las Flores, El Salvador
"La paz nos permitió impulsar un nuevo estilo de vida en solidaridad", proclama con orgullo Tobías Orellana, un campesino y exguerrillero del pintoresco pueblo San José Las Flores, en el norte de El Salvador, modelo de organización comunitaria a 25 años del fin de la sangrienta guerra civil.
Al callar los fusiles tras 12 años de guerra, el 16 de enero de 1992, los habitantes de San José Las Flores, municipio del departamento de Chalatenango, no solo reconstruyeron sus viviendas, sino que lograron establecer un sistema comunitario de producción que transformó la vida de sus habitantes.
Los 1.600 pobladores de la localidad participan en empresas colectivas como una panadería, un comedor popular, un taller de confección de ropa, un centro de recreación y actividades de producción agrícola.
Una parte de las ganancias de las empresas se distribuye entre los trabajadores-socios y otra se destina a financiar necesidades de interés social como un asilo para ancianos.
"Hemos luchado por cambios que permitan mejorar la calidad de vida de la comunidad", comenta Orellana, un líder campesino de 61 años que combatió al lado de la guerrilla durante el conflicto armado.
San José Las Flores es uno de los pocos municipios cuyos habitantes hablan con orgullo de una envidiable paz, sin las pandillas que asuelan al resto del país y, desde hace 20 años, con cero homicidios, en contraste con la tasa nacional de 80 asesinatos por cada 100.000 habitantes, lo que convierte a El Salvador en una de las naciones sin guerra más violentas del mundo.
"Una semilla de paz, justicia, amor, solidaridad y unidad" se puede leer en un mural a la entrada del municipio, un bastión del gobernante Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN, de izquierda.
Ayer de violencia. Enclavado en las montañas de Chalatenango, San José las Flores fue escenario de cruentos combates entre el Ejército salvadoreño y la guerrilla, al punto que en 1981 llegó a convertirse en un pueblo fantasma.
La población huyó en busca de refugio, pero en 1986 las familias tomaron la decisión de regresar y pidieron el apoyo y la protección del entonces arzobispo de San Salvador, Aturo Rivera y Damas, quien medió con las autoridades militares.
Chalatenango, con sus 33 municipios, es uno de los departamentos más pobres y más golpeados por el conflicto armado, que dejó el saldo de más de 75.000 muertos, más de 7.000 desaparecidos y pérdidas a la infraestructura económica estimadas por la ONU en $1.579 millones.
"Este es un departamento donde se vivió cruentamente la guerra y por eso cuidamos la paz. Hay una importante organización social que se preocupa por lo que está pasando en su municipio", destaca la diputada Aurelia López.
Las transformaciones más visibles, según la parlamentaria, son las calles asfaltadas y la moderna infraestructura pública de escuelas y centros de atención médica, en su mayoría construidos tras la llegada al poder del FMLN en el 2009, con el presidente Mauricio Funes.
Con el fin de la guerra fueron desmovilizados cerca de 8.000 guerrilleros. El Ejército se sometió al poder civil, redujo de 63.000 a 30.000 su número de efectivos y fueron proscritos tres cuerpos de seguridad y cinco batallones élite.
La memoria y el río. Como testimonio de un pasado de guerra, en la plaza central de San José Las Flores se exhibe a los visitantes dos bombas de 500 libras lanzadas por la aviación salvadoreña y distintos tipos de armas utilizadas en el conflicto como ametralladoras y un mortero de 90 milímetros.
A la orilla del caudaloso río Sumpul, donde en mayo de 1980 el Ejército masacró a más de 300 campesinos, la Asociación Comunal estableció un centro de recreo que genera empleo para los habitantes.
"El río tiene una gran historia que nos sirve para recordar todo lo que hemos vivido y seguir luchando para que esos acontecimientos no se repitan. Y eso será posible en la medida que mantengamos la memoria histórica", dice Orellana, quien sobrevivió "milagrosamente" a esta masacre.
Los ojos del dirigente comunal se humedecen al recordar que en la desesperación por cruzar el río para salvarse de la arremetida militar, perdió un hijo de siete meses, aunque logró salvar a su esposa y a otro hijo de dos años. En toda la guerra perdió a 22 familiares.
Al igual que en Chalatenango, en otras regiones del país decenas de excombatientes viven del llamado "turismo guerrillero" que presenta a visitantes los túneles que utilizaban para ocultarse, campamentos guerrilleros y pequeños museos de armas, videos, fotos y documentos.
Sin embargo, ante la falta de oportunidades en su país, muchos exguerrilleros y exmilitares salvadoreños han vendido las parcelas de tierra que recibieron del Estado tras el fin de la guerra con el fin de emigrar a Estados Unidos.