Fraccionamiento entre ortodoxos y laicos perjudica a Netanyahu

Estrecha alianza de Netanyahu con los ultraortodoxos le está empezando a costar políticamente

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Kfar Saba, Israel. Yamit Dulberg se considera una mujer israelí típica, con ideas derechistas, que normalmente votaría por el Partido Likud del primer ministro Benjamin Netanyahu. Pero esta semana apoyó a su principal rival, en parte porque está harta de sus aliados ultraortodoxos y de su poder desproporcionado en asuntos de la vida diaria.

“Algo cambió en los últimos años, la coerción se ha disparado”, declaró Dulberg, de 37 años, quien tiene dos hijos y administra una pequeña joyería de su familia. “Somos un estado judío, no un estado religioso”.

Entre los laicos israelíes, la religión fue decisiva en las elecciones de esta semana. La prioridad para muchos fue mantener a los rabinos lejos de las escuelas, los negocios y su vida amorosa.

Las tensiones con los palestinos fueron un tema secundario y hubo consenso en cuanto a la seguridad, por lo que la religión y el papel del estado resultaron primordiales.

Avigador Lieberman surgió como una figura decisiva, que puede inclinar la balanza para un lado o para el otro, al plantear todos esos temas luego de abandonar las filas de Netanyahu por lo que describió como su capitulación ante los ultraortodoxos. Ahora insiste en la necesidad de un gobierno de unidad laico para poner fin a la desmesurada influencia de los ortodoxos, y ni el gobernante ni Benny Gantz, cuyo partido Azul y Blanco, de centro, fue el que cosechó más bancas, parecen capaces de formar un gobierno de coalición sin él.

Los partidos ultraortodoxos representan una décima parte de la población, pero las agrupaciones más grandes tradicionalmente los incorporan a sus coaliciones para contar con una mayoría legislativa. Es por ello que a menudo están en condiciones de derribar un gobierno si no se acepta sus demandas.

Y usan ese poder político para promover un estilo de vida segregado, que gira en torno al estudio y las oraciones, criando grandes familias y aprovechando programas sociales del gobierno. Tienen una red de escuelas que con frecuencia enseñan poco de matemáticas o inglés y han bloqueado leyes que requieren que sirvan en las fuerzas armadas, como el resto de los ciudadanos judíos.

Los ultraortodoxos dicen que sus jóvenes sirven a la nación a través de sus oraciones y sus estudios, y manteniendo un estilo de vida devoto que ha mantenido viva la fe judía tras siglos de persecuciones. Se quejan de que son hostigados injustamente por la mayoría laica.

Arye Deri, cuyo partido ultraortodoxo Shas acumuló bastante poder, acusó a Lieberman y a otros de hostilizar a su comunidad.

“¿Nos van a decir qué debemos enseñar en nuestras escuelas?”, preguntó en el portal YNet. “Ojalá algunos de sus votantes recibieran nuestra educación y fuesen más corteses”.

Expertos dicen que las comunidades ultraortodoxas están quedando al margen de la sociedad moderna, creando una cultura de pobreza que compromete el futuro bienestar de todo el país.

Además de hacerse cargo de las necesidades militares y financieras, la mayoría laica resiente el que los ultrarreligiosos interfieran con su estilo de vida y sus libertades civiles. El establishment ultraortodoxo impide que haya transporte público y que funcionen la mayoría de los negocios durante el Shabat y controla todo lo relacionado con los matrimonios, los entierros y las conversiones. En años recientes demoraron proyectos de infraestructura y excavaciones arqueológicas por cuestiones religiosas.

Dulberg dijo que le fastidia sobre todo el que los israelíes no tengan matrimonios civiles y que las parejas gay tengan tantos problemas para casarse y tener hijos.

“Este país está partido por la mitad y nadie debería obligar a nadie a hacer nada”, se quejó. “Así como yo jamás conduciría un auto por su barrio en el Shabat ni estacionaría frente a su sinagoga, ellos no deberían meterse en mi vida”.

Ella y su esposo, quien alguna vez fue izquierdista, consideraron incluso votar por el nacionalista Lieberman por su malestar con los ultraortodoxos. Pero al final lo hicieron por el partido Azul y Blanco de Gantz, quien prometió defender el secularismo.

“Tengo ideas de derecha, pero eso ya no cuenta”, dijo la mujer, sentada frente a la sede municipal de Kfar Saba, una ciudad de mediano tamaño al noreste de Tel Aviv. “El mundo ha cambiado, pero la religión no. Ese es el problema”.

Samuel Rosner, del Instituto de Políticas para el Pueblo Judío, independiente, dijo que el ascenso de Lieberman reveló que muchos israelíes de derecha no ven con buenos ojos la estrecha relación de los funcionarios electos con los sectores ultrarreligiosos.

“Hay un gran grupo de gente ordinaria en el medio”, escribió en el dario Maariv. “Esto es lo que dijeron por segunda vez consecutiva: Queremos que todo vuelva a la normalidad”.

“Los ultraortodoxos usan la religión para sus propios fines”, sostuvo Eli Casspi, un jubilado de 77 años que votó por los laboristas. “Que vivan sus vidas y me dejen vivir la mía. Pero no lo hacen. Quieren imponerme cosas”.

Yohanan Plesner, presidente del Instituto por la Democracia Israelí, independiente, dijo que la estrecha alianza de Netanyahu con los ultraortodoxos le estaba empezando a costar políticamente.

“Esta vez fue diferente”, expresó. “Los israelíes prestaron más atención a la religión y el estado como consecuencia del creciente apetito de los partidos ultraortodoxos”.

La interpretación que hacen los ultraortodoxos de lo que implica llevar una vida piadosa generó asimismo fisuras con la diáspora judía, alienando a muchos que apoyan tendencias religiosas más liberales, incluidos la mayoría de los judíos estadounidenses. Los rabinos ultraortodoxos cuestionan su fe.

Julietta Tolchinsky, de 47 años y quien emigró de Argentina, dijo que teme que la influencia religiosa se haga sentir en los programas escolares.

“En la diáspora, me sentí judía. Aquí me sentí israelí, no judía, porque se han apropiado del judaísmo”, manifestó. “En Israel, ser judía implica ser religioso. Para mí, ser judía significa tener una mente abierta, progresista y tolerante”.