Peshawar, pakistán. Casi una de cada dos mujeres sufre actualmente de estrés postraumático por las ofensivas militares y los regulares sobrevuelos de drones por los cielos de Waziristán.
“No podemos dormir con el sonido en el aire”, manifiesta Aysha, de 37 años.
En una de mis visitas a Mir Ali, Waziristán del Norte, vi a unas mujeres salir corriendo de sus habitaciones hacia el patio interno de sus casas tras escuchar el zumbido metálico en el aire .
Miraban a los drones en el aire con un odio tal en sus caras que estaba seguro de que, de poder hacerlo, los hubieran derribado. Salir a un espacio abierto tiene su razón: querían mostrar, en caso de que alguien vigilara el video que transmitía el avión no tripulado, que había mujeres y niños en la casa.
“Estamos hartos y al borde de la histeria. Personalmente, vi cuerpos de mujeres y niños que fueron asesinados hace dos años y todavía no puedo olvidarlos”, nos informa una mujer de setenta años llamada Kalima Bibi.
Hasta el lenguaje y el juego de los niños ha cambiado. Varios chicos apuntaban al drone con piezas de madera, simulando tener armas, y escondiéndose como han visto que hacen los combatientes. Al juego lo llamaban ghangay .
“Hace el sonido de ghung... ghung... ghung entonces lo llamamos ghangay . No podemos jugar en grupos, pues el ghangay puede confundirnos con militantes y atacarnos”, expresa Azmat Dawar, de 9 años.
Los drones no solo han afectado a mujeres y a niños, sino también a los mercados, pues es casi imposible sostener el negocio con el rugido en el cielo. Las clínicas regionales están abarrotadas, sobre todo las psiquiátricas.
Millones de personas se han visto desplazadas por fuertes operaciones militares en Waziristán y ahora viven como refugiados en otras partes del país.