Ciudad Hidalgo, México. “Que en la tierra nada nos detenga”, clama sobre un muro el grafiti de un jaguar como si protegiera a una multitud de migrantes, pero la realidad es que en la frontera de México con Guatemala el sueño americano de los centroamericanos se quiebra cuando son regresados a sus países.
“Preferimos pasar legalmente”, dice José Mario sobre el puente que atraviesa el río Suchiate, frontera natural entre México y Guatemala.
“Los que cruzan (el río) los agarran y después los deportan”, explica este hondureño de 53 años, mientras tres autobuses cargados de migrantes emprenden su camino de vuelta a Guatemala.
Detrás de los vidrios polarizados, rostros tristes, la mayoría muy jóvenes.
José Mario forma parte del centenar de migrantes que llegaron a la frontera por la mañana del jueves, y acompaña a una familia de amigos que espera iniciar el trámite administrativo para obtener un permiso de estancia temporal en México.
Harto de la violencia y la pobreza en Honduras, no descarta quedarse en México y buscar trabajo.
Algunos de los migrantes que solicitan el permiso migratorio son albergados por autoridades mexicanos en improvisados albergues cerca de las oficinas de migración, donde secan su ropa al sol mientras los niños juegan.
Ante los reclamos del presidente estadounidense, Donald Trump, para que frene la migración ilegal so pena de imponer aranceles de al menos 5% a todas las exportaciones, México ha endurecido su política para con los migrantes, mayoritariamente centroamericanos.
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En lo que va del 2019, unas 300.000 personas han ingresado a México. Para impedir que lleguen a la frontera con Estados Unidos, las desbordadas autoridades mexicanas les ofrecen un permiso que les permite circular solo por el sur del país.
“Trump tiene la razón”, expresa un agente fronterizo que pide no ser identificado. “México los deja entrar, les da todas las facilidades, pero no tendría que ser así”.
Caza de migrantes
La frontera entre México y Guatemala es extremadamente porosa y no se observa despliegue policial a lo largo del río. La estrategia de las autoridades es colocar retenes en las carreteras que suelen recorrer los migrantes camino al norte.
En las últimas semanas, se han realizado operativos inéditos tanto en las carreteras como en algunos hoteles donde se hospedan migrantes.
El miércoles, en un operativo encabezado por agentes migratorios con el apoyo de un centenar de militares y policías, se bloqueó el paso de una caravana de unos 1.200 migrantes en Chiapas, a unos 12 kilómetros de la frontera.
Luego de producirse una gresca, unos 420 fueron retenidos y trasladados a un estación migratoria.
Según cifras oficiales, entre enero y abril han sido interceptados más de 51.000 personas, 17% más que en el mismo periodo del 2018.
Las estaciones migratorias, desde donde son expatriados los extranjeros, están saturadas y se han repetidos fugas masivas de extranjeros.
La mayor parte de los migrantes entra a México por el río Suchiate, que en ciertas temporadas se puede cruzar a pie. Otros abordan improvisadas embarcaciones hechas con neumáticos que trasladan gente y mercancías entre ambos países.
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Cristóbal, mexicano de 38 años, se dedica desde hace años a hacer estos trayectos. Él mismo es un exmigrante expulsado de Estados Unidos, donde trabajó cinco años en una construcción en Dallas, Texas.
“Los migrantes atraviesan confundidos con los (habitantes) locales, a veces no los podemos identificar, y no es nuestro trabajo”, manifiesta.
En las rudimentarias barcas se apilan lo mismo bebidas gaseosas, que papel higiénico, gasolina de contrabando y hasta aves de corral.
“La frontera es muy larga y muchos pueden cruzar por otros puntos” del río, señala.
Ya en territorio mexicano, algunos migrantes se ocultan en vehículos para evitar los retenes policiales.
Los afortunados que tienen familiares ya instalados en Estados Unidos, sobre todo cubanos, reciben ayuda financiera para pagar a un coyote (traficante de personas) para llegar a la frontera norte.
La presencia de barricadas policiales pareciera haber disparado los precios de los traficantes, agrupados en bandas criminales y que trasladan a la gente a bordo de camiones de carga, la mayoría de las veces en condiciones infrahumanas.
El cobro sería ahora de unos $6.000 por cabeza.
En el puente de Ciudad Hidalgo, los migrantes sin recursos se encomiendan a su suerte para escapar de esas bandas y alcanzar por sus propios medios la frontera.