Aldea en Panamá vive conmoción por tragedia de ‘ungidos por Dios’

Aislada en la selva de Bocas del Toro, El Terrrón fue escenario de una tragedia que mató a siete vecinos a manos de una secta

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El Terrón, Panamá. Tres biblias, un güiro, un tambor, una maraca y dos ramos de rosas son los testigos mudos que permanecen en el altar de madera de un galerón donde se realizaban los ritos.

Salvo los restos de ropa chamuscadas abandonadas en la yerba, a unos metros del galpón, no hay nada que permita saber que aquí ocurrió una masacre; que siete vidas -incluidas las de cinco niños y de una mujer embarazada- fueron segadas aquí por hombres que dijeron estar “ungidos por Dios” y que debían castigar a los no creyentes.

En un descampado de una montaña remota del Caribe panameño, adonde para llegar se debe tomar un bote que toma más de una hora desde el pueblo más cercano y luego caminar al menos otra hora más, se erige el cobertizo de techo de lámina y unos tablones de maderas que a manera de paredes protegen el improvisado altar y reciben a cualquiera con una leyenda escrita a mano y con faltas de ortografía: “Iglesias de Dios. Puente de Salbasión”.

Es la sede de una secta que se hacía llamar “Nueva Luz de Dios” y de la que hace cuatro días el mundo supo de ella después del hallazgo de siete cadáveres en una fosa distante de su improvisado templo. Ese día también rescataron a 14 personas más que estaban atadas y arrestaron a varios miembros del culto.

La tragedia sacudió a Panamá y, sobre todo a El Terrón, la comunidad donde los aproximadamente 300 indígenas ngöbé buglé que viven ahí vieron cómo hace unos meses algunos de sus vecinos se sumaron a ese culto. Lo ocurrido hace unos días fue un sacrificio y casi acabó con una familia entera.

El grupo mató, después de torturarlos, a la esposa y cinco hijos pequeños de Josué González. Otros dos de sus pequeños fueron rescatados. Y lo que sacudió más al hombre y a la comunidad es que entre los responsables se encuentra su padre, el abuelo de los menores, y un par de sus hermanos.

“Es una tragedia demasiado grave que nunca esperábamos”, dijo casi conteniendo el llanto la máxima autoridad indígena de El Terrón, Evangelisto Santo, mientras algunos aldeanos se agrupaban el viernes en la escuela del lugar para buscar más información.

Nueve indígenas de la aldea han sido detenidos y acusados de varios delitos, incluyendo el de asesinato agravado.

El grupo había operado desde hace algún tiempo con normalidad, hasta los acontecimientos de terror registrados los últimos días, según Santo.

Las autoridades judiciales han señalado que todos los detenidos son pobladores de la aldea, incluido el abuelo de los menores. Los vecinos aseguraron a The Associated Press (AP) que la secta la integraba mayormente una familia conocida en la aldea y con lazos de sangre directos o cercanos con muchos de la comunidad. Por ello, la gente sentía que la tragedia los tocaba a todos de alguna manera.

Pero más a Josué, porque según los pobladores su papá y algunos hermanos integraban la secta, un reporte que las autoridades judiciales no ha corroborado.

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Razón de un sacrificio

“Dentro de la lógica de los sacrificios religiosos en algunos cultos extremistas no hay mayor prueba de fe que entregar la vida de un ser querido o familiar”, dijo el sábado a la AP Andrew Chesnut, profesor de estudios religiosos de la Virginia Commonwealth University. “Los familiares de esta familia indígena que no vomitaron sus supuestos demonios fueron vistos como casos perdidos que tenían que ser eliminados para poder salvar a los demás parientes que habían echado sus demonios”.

No se conocían rencillas entre estos familiares, y los vecinos aseguraron que había una convivencia pacífica en una comunidad mayormente de creencias católicas, donde la gente sobrevive del cultivo de yuca, arroz.

En la aldea, de unas 50 casas mayormente de techo de hojas de palma y pared de tablas, hay una choza grande donde ocasionalmente catequistas enseñan la religión católica o viene esporádicamente algún sacerdote a oficiar una misa, refirió el cacique.

El templo de la secta se encuentra en un área relativamente alejada de las chozas de la comunidad. En los últimos días, algunos de sus miembros -dos hermanos de Josué, según los aldeanos- se proclamaron profetas y “ungidos por Dios” para sacrificar a los no creyentes e incluso borrar del mapa la aislada comunidad.

El Torreón está en medio de montañas y la gente tiene que caminar horas a pie por caminos angostos empinados y lodosos en medio de la selva o buscar a alguien que los traslade en botes por un río de piedras resbaladizas hacia los pueblos más cercanos donde hay luz eléctrica, teléfonos, presencia policial y centros de salud.

“Esta tribu indígena vive en la extrema pobreza y han sufrido muchas invasiones de sus tierras, lo cual ha creado un contexto socio religioso propicio al fanatismo religioso”, expuso Chesnut.

Aislados del resto

Los aldeanos aseguran que ignoraban lo que estaba pasando en el galerón y dos chozas de paja donde se realizaban los ritos, que está situado a más de 500 metros de la que sirve a los creyentes del catolicismo y de la escuela primaria. A ese “templo” se llega por un camino fangoso y en medio de la hierba.

“La gente estaba bailando y cantando y nadie le tomó atención porque sabíamos que era algo que estaban en presencia de Dios”, señaló el cacique Santo. “Y surgió entonces como que satanás entró en cada uno de ellos y empezaron a agredir a las personas”, agregó.

Los miembros de la secta colocaron hojas de plátano alrededor del galerón para que personas que pasaban por un camino cercano no vieran los ritos.

“Nadie lo esperaba”, aseguró Santo, en alusión que se estuviese torturando y matando en ese culto. “Cuando alguien va a la iglesia a predicar la palabra de Dios es porque va a ir a buscar una salvación para el mundo. Nadie toma las precauciones de que pueda suceder algo buscando a Dios”.

Pero los aldeanos comenzaron a alarmarse cuando tres indígenas escaparon del lugar el fin de semana con quemaduras y, mucho más el martes por la mañana, cuando otros vieron a los miembros de la secta trasladar cadáveres desnudos hacia un cementerio distante en medio de la maleza. El lunes en la noche habrían sido los sacrificios.

Diomedes Blanco, un lugareño de 27 años que acompañó a los miembros de la fuerza pública a rescatar a los 14 indígenas el martes por la tarde, contó que dos hermanos de Josué le habían comentado previamente ese día que habían recibido un mensaje de “Jehová” para exterminar a todas las familias de la aldea que no creyeran en Dios.

“Los agresores, los criminales se hicieron pasar por profetas”, dijo Blanco. “Ellos dicen que había bajado Dios del cielo, que ellos lo vieron, que los había ungido, así fue el proceso”.

El jueves, mientras un juez en Bocas del Toro -jurisdicción a la que pertenece El Terrón- imputaba los cargos de homicidio agravado a los nueve detenidos, algunos aldeanos se reunían en la sede de la escuela, que está cerrada por el periodo de vacaciones.

“Esto es muy duro”, expresó una mujer que solo se identificó como Eulalia.

La mayor parte de los vecinos permanecían en sus casas ya que la noche anterior se mantuvieron en vigilia por si aparecía algún seguidor de la secta, según Santo. El viernes estaban más tranquilos porque llegaron cuatro unidades de la fuerza pública.

La Policía había pedido que no se acercaran al lugar del culto debido a que las investigaciones seguían. Pero al caminar hasta allí se encuentran chancletas tiradas en el camino que se presume sean de algunos de los rescatados o los que lograron escapar el fin de semana quemados.

“Este fue el lugar de los hechos”, manifestó Blanco. “Como ven aquí, todo el desorden. Todo tirado, la ropa de las víctimas, la comida de los agresores. Aquí vemos la ropa de los muertos, ellos fueron llevados al cementerio sin vestidos, desnudos. Allí eran donde los quemaban”.

Tres biblias se mantenían sobre el piso de madera del altar, una de ellas abiertas y con un bolígrafo negro sobre las páginas, entre los que se leía varios versículos, incluidos “Samgar libera a Israel de los filisteos" y el de “Débora y Barac derrotan a Sísara”.

Además del tambor y el güiro, había sobre un taburete dentro del galerón un acordeón que utilizaban los miembros de la secta para amenizar con música y canto sus ritos.

Para Chesnut, el experto de la Virginia Commonwealth University, la secta parece ser un “culto sincrético” que defiende una “mezcolanza de creencias unidas” con el Pentacostalismo en su núcleo, pero también elementos de las creencias indígenas e incluso la filosofía de la nueva era o new age.

“Después de lo que estamos viviendo esta semana, ya no es lo mismo”, dijo el cacique. “De aquí en adelante la gente tiene que vivir con precauciones. De una tragedia puede salir la otra, que Dios nos proteja”.