El gobierno interino autorizó a utilizar armas de fuego para restablecer el orden y movilizó parcialmente al ejército según las autoridades que enfrentan un brote de violencia étnica entre kirguisos y la minoría uzbeka del sur del país.
Poco antes, el gobierno interino decretó el estado de emergencia en Djalal-Abad “ya que la zona de desestabilización se extiende”.
“Desde ayer, la situación está fuera de control”, admitió la presidenta interina Rosa Otunbayeva.
Pese al estado de emergencia y el toque de queda decretados por el gobierno en la ciudad de Osh, ayer la violencia continuaba.
El gobierno provisorio (que accedió al poder tras una revuelta popular en abril en la que el jefe de Estado, Kurmanbek Bakiyev, tuvo que darse a la fuga) llamó a oficiales de la policía y el ejército retirados a que se dirigieran a la región de Osh, bastión del depuesto presidente, para impedir “una guerra civil”.
Para el presidente ruso, Dimitri Medvedev, “se trata de un conflicto interno y Rusia no ve, por el momento, las condiciones para participar en su resolución”, declaró ayer su portavoz, Natalia Timakova, en respuesta a asistencia militar que le pidió antes Otunbayeva.
El Kremlin dispuso en cambio “acordar una ayuda humanitaria” a esta ex república soviética en donde Rusia dispone de una base militar, agregó Timakova.
Según un nuevo balance del ministerio de Salud kirguiso al menos 75 personas murieron y cerca de un millar resultaron heridas.
“Los tiroteos continúan, se escuchan en todas partes, varios edificios fueron presa de las llamas, la gente está asustada”, declaró a la televisión local un responsable del gobierno interino, Azimbek Beknazarov, que viajó a la región.
Aterrados, más de un millar de personas huyeron de la región de Osh; segunda ciudad más importante este país de Asia Central.
Una larga fila de coches y buses se formó en dirección de Marjamat, repletos en esencia de mujeres y niños, en una transitada vía a pocos kilómetros de la frontera uzbeka.
La estabilidad en Kirguistán es primordial para Rusia y EE. UU., que tienen allí bases militares, una de las cuales es fundamental para el despliegue de las tropas estadounidenses en Afganistán.
Desde la revolución de abril pasado, que dejó 87 muertos y desembocó en la caída del régimen de Bakiyev, se han producido varias olas de violencia en Kirguistán. Estos últimos actos de violencia llegan dos semanas antes de un referendo para adoptar una nueva Constitución, previsto el 27 de junio.