Nicholas Kulish. New York Times News Service. En el duodécimo piso del Kigali City Tower, un moderno edificio de oficinas de cristal azul en la ladera de una de las colinas de la capital de Ruanda, el más reciente esfuerzo para transformar a una diminuta economía rural en un centro financiero y de alta tecnología, trata de sembrar sus cimientos.
Un mercado de materias primas, con docenas de terminales y software avanzado proporcionado por Nasdaq, celebró sus primeras seis subastas en el último año; una empresa naciente, pero que ayuda a explicar cómo una nación sin petróleo, gas natural u otros recursos naturales importantes se las ingenia para crecer a un ritmo tan rápido en los últimos años.
“La idea era que podía servir a la región y quizá ser un trampolín para el resto de África”, dijo Paul Kukubo, director del Mercado del África Oriental de materias primas.
El remolino de grandes ambiciones potenciales y problemas persistentes, como las amplias divisiones de ingresos, es típico de la historia del África en auge, que ha captado la atención de corporaciones y gobiernos extranjeros por igual como una frontera que sin duda es rica para los negocios.
El Fondo Monetario Internacional dijo que el crecimiento económico en el África subsahariana promediaría 6,1% este año, comparado con 3,7% en el mundo.
Los críticos responden que esas cifras surgen de la venta de las reservas de petróleo y gas o de valiosos metales y minerales, y que las ganancias se han dividido entre las cuentas en el extranjero de los adinerados del continente y los conglomerados extranjeros.
Otro modelo. Ruanda ofrece un modelo alternativo, dicen analistas; un país donde la economía ha crecido un promedio de casi 8% en los últimos cuatro años debido a la mayor productividad agrícola, el turismo y el gasto gubernamental en infraestructura y vivienda.
Pese a tener una población de apenas 12 millones de habitantes, la firma consultora A. T. Kearney designó en marzo a Ruanda como el mercado africano más atractivo para los inversionistas en el índice de desarrollo minorista africano.
“No me puedo imaginar cómo pudieran haber hecho mejor progreso que en los últimos 20 años”, manifestó Michael Lalor, socio principal en el EY Africa Business Center en Johannesburgo.
Ese punto de partida de 20 años no es arbitrario, sino la hora cero para un país que alguna vez estuvo consumido en la violencia.
En las afueras del Ministerio de Finanzas destaca un monumento con una pequeña llama púrpura dedicado al genocidio de 1994, que sirve como recordatorio de la urgencia detrás de los esfuerzos económicos del Gobierno.
Aunque evitar cualquier cosa que parezca una repetición de la inestabilidad ha sido la principal justificación para el férreo dominio del poder del presidente, Paul Kagame, los crecientes niveles de vida han ayudado a mantener a raya la renovada tensión.
“En términos del modelo económico, pienso que es un buen ejemplo para el resto de África”, dijo Amadou Sy, miembro de la Iniciativa para el Crecimiento de África del Instituto Brookings.
Además, dijo que Ruanda había superado el desempeño de la mayoría de los demás países en la región en términos de endeudamiento, inflación y crecimiento.
Ruanda depende fuertemente de la asistencia extranjera, que disminuyó después de que un informe de la ONU acusó al país de fomentar una reciente rebelión en la vecina República Democrática del Congo; esto la llevó a una reducción del presupuesto.
Por ello, ahora, más que nunca, Ruanda está en busca de inversionistas en vez de donadores.
En abril del año pasado, vendió $400 millones en bonos a inversionistas de todo el mundo, parte de un año récord para los bonos africanos que resaltó cómo un continente alguna vez conocido por el alivio de la deuda encontró un mundo ansioso de asumir una participación en él.
La desaceleración de China, la reducción de la compra de bonos por parte de la Reserva Federal en Estados Unidos y la fuga de capital de los mercados emergentes ha puesto en peligro algunos de los logros en el continente.
Sin embargo, algunos analistas dicen que Ruanda se ha sostenido mejor que muchos y ha continuado haciendo avances tangibles en los niveles de vida.
La nación redujo la cantidad de personas que viven por debajo de la línea de pobreza de 59% a 45% entre 2001 y 2011, y la cifra de personas que viven en pobreza extrema ha bajado de una forma acelerada. La esperanza de vida, el alfabetismo, la inscripción en escuelas primarias y el gasto en atención médica aumentaron en los últimos años.
Debajo de las alturas del Kigali City Tower, los oxidados techos de hierro corrugado en los destartalados edificios de uno y dos pisos atestiguan el desafío que representa el objetivo de Ruanda: convertirse en un país de ingresos medios.
Más allá de los límites de la ciudad, un 90% de la población sigue estando empleada en las colinas verdes con terrazas del país, donde siembra plátanos, sorgo, papas y otros cultivos, muchos de ellos en agricultura de subsistencia.
Avances tecnológicos. Ruanda espera convertirse en un centro de tecnología de la información para los 135 millones de personas en la Comunidad del África Oriental, un mercado común regional.
La nación se ha conectado con más de 1.609 kilómetros de cables de fibra óptica, y el año pasado el Gobierno firmó un convenio para construir una red 4G que cubriría al menor el 95% del país.
“La visión estratégica detrás de esto es una economía del conocimiento. Ahí es donde queremos llegar, cambiando de una base agraria a una base de conocimiento, saltándonos la industrial”, dijo Jean Philbert Nsengimana, el ministro a cargo de la Juventud y la Tecnología de la Información.
Ruanda enfrenta una dura competencia. Kenia tiene un próspero escenario de empresas incipientes y oficinas de Google, Intel y Microsoft, por no mencionar un gran mercado de consumo que atrae a compañías extranjeras.
No obstante, las avenidas fluidas y la ausencia de crímenes violentos hacen a Kigali mucho más atractiva en comparación con las calles peligrosas de Nairobi.
Mientras tanto, las organizaciones no gubernamentales enfocadas en el desarrollo han elogiado las reformas económicas del país, y el Banco Mundial le ha dado altas calificaciones por la facilidad para hacer negocios, clasificando a Ruanda en el sitio 32 de 189 puestos en todo el mundo.
Como el mercado de materias primas, la Bolsa de Valores de Ruanda, que abrió sus puertas en 2011, aún no se establece bien.
Ara Nashera, director creativo de Zilencio Creativo, trabaja en una plataforma de financiamiento colectivo, que procura emplear el dinero intercambiado vía teléfonos celulares en África. La tecnología quizá sea nueva en Ruanda, pero el concepto no.
“Las contribuciones comunitarias constituyen la manera en que la gente manda a un hijo a la universidad o paga una boda. Es la vieja costumbre, modernizada”, afirmó.