Caracas. The New York Times. Cuando unos ladrones asaltaron al ingeniero Pedro Venero para quitarle el carro, él esperaba que lo llevaran hasta su banco para cambiar un cheque que traía en bolívares; el tipo de cosa a la que los venezolanos ya se han acostumbrado.
Sin embargo, los ladrones, armados con rifles y una granada, y seguros de que él tendría un montón de dólares en su casa, no querían nada con los bolívares en su cuenta bancaria. “Me dijeron directo: ‘No te preocupes por eso’”, contó Venero. “‘Olvídate de eso’”.
El ímpetu por tirar los bolívares o evitarlos por completo muestra la pérdida de fe de los venezolanos en su economía y en la capacidad de su gobierno para encontrar una salida.
Hace un año, con un dólar se compraban 100 bolívares en el mercado negro. Hoy día, es frecuente que sean más de 700 bolívares, un signo de cuán completamente ha caído la confianza interna en la economía.
Mal pronóstico. El Fondo Monetario Internacional (FMI) pronosticó que la inflación en Venezuela alcanzará 159% este año y que la economía se reducirá 10%, el peor desempeño proyectado en el mundo.
Eso sería como lanzarse por un acantilado en forma desastrosa para un país que tiene las reservas petrolíferas estimadas más grandes del mundo y que hace mucho que se autoconsidera rico, en comparación con muchos de sus vecinos.
No obstante, la verdadera historia va más allá de los números; se revela en lo absurdo de la vida en un país donde el Gobierno se ha negado, durante meses, a dar a conocer los datos económicos básicos, como la tasa de inflación o el producto interno bruto.
Aun cuando el ingreso del país se ha reducido por el colapso en los precios del petróleo –la única exportación significativa de Venezuela– y ha aumentado el mercado negro de dólares, el Gobierno insiste en mantener congelado el tipo de cambio oficial en 6,3 bolívares por dólar.
Esa asombrosa disparidad da lugar a una economía de precios altos en la que puede ser difícil saber el valor real de cualquier cosa y en la que el mercado negro dicta los precios.
Un boleto de cine cuesta alrededor de 380 bolívares. Calculado a la tasa del Gobierno, serían 60 dólares. A la del mercado negro, solo serían 0,54 centavos de dólar. ¿Unas palomitas grandes y un refresco? Según se calcule, pueden costar 1,15 dólares o 128.
El salario mínimo es de 7.421 bolívares mensuales, que pueden ser unos decentes 1.178 dólares al mes o unos miserables $10,60.
De cualquier forma, ese dinero no llega muy lejos. Según el Centro para la Documentación y el Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros, el valor de la alimentación mensual de una familia de cinco costaba 50.625 bolívares en agosto, más de seis veces el salario mínimo.
Una cena para dos en un buen restaurante puede costar 30.000 bolívares. Eso es $42,85 según el tipo de cambio del mercado negro o $4.762 según el tipo oficial.
La inflación está tan mal que las aseguradoras de automóviles han amenazado con emitir pólizas que venzan en seis meses a fin de minimizar el riesgo del costo en aumento de las refacciones.
Un galón de pintura blanca costaba casi 6.000 bolívares un martes reciente. El viernes siguiente, en la misma tienda, eran más de 12.000 bolívares.
Con cruciales elecciones legislativas programadas para diciembre, el Gobierno empezó a poner a disposición de empleados de gobierno, y leales al partido, refrigeradores, aparatos de aire acondicionado y enseres domésticos a precios bajísimos. Uno de ellos dijo que había comprado un televisor de plasma chino de 48 pulgadas, en 11.000 bolívares, es decir, $15,71 al tipo de cambio del mercado negro.
¿Guerra económica? Maduro culpa de los problemas a una “guerra económica” desatada por sus enemigos, extranjeros y nacionales. Sin embargo, la mayoría de economistas dicen que la caída en los precios del petróleo y las políticas gubernamentales, incluidos los controles estrictos sobre los precios y el tipo de cambio para las importaciones son las que causan los problemas.
Conforme evoluciona la crisis, Maduro ha dudado en hacer los cambios que hasta los altos funcionarios dicen que son necesarios, como aumentar el precio de la gasolina, tan subsidiado que prácticamente es gratis; quizá porque teme una respuesta negativa antes de los comicios.
Las cosas se ponen más raras día con día.
¿Necesita una nueva batería para coche? Traiga una almohada porque tendrá que pasar la noche en su automóvil afuera de la tienda. Una noche reciente, había más de 80 carros en fila.
¿Quiere un nuevo trabajo? Muchos venezolanos han renunciado a su empleo para vender productos básicos, como pañales desechables o harina de maíz, multiplicando así su salario.
¿Necesita efectivo? Está bien, pero no demasiado. Se limita el retiro en algunos cajeros automáticos al equivalente en el mercado negro de 0,50 de dólar.
Dada la escasez crónica de bienes básicos, los supermercados y las farmacias llenan largas filas de estantes con un solo producto. Hace poco, una tienda tenía ambos lados de un pasillo alineado con paquetes de sal. Otra hizo lo mismo, pero con vinagre. Una farmacia tenía fila tras fila de hisopos.
El más buscado. Entre todos los productos que escasean en Caracas, uno de los más notables es el papel dinero, en especial los billetes de 100 bolívares que son los de mayor denominación ($0,14 centavos en el mercado negro), con un retrato de Simón Bolívar.
“¿Quiere entender por qué hay mucho dinero y no hay dinero?”, preguntó Ruth de Krivoy, exgobernadora del Banco Central.
El problema principal, dijo, es que el Gobierno no ha respondido al rápido aumento de los precios emitiendo billetes de denominaciones más grandes, como de 1.000 o 10.000 bolívares. Así que se necesitan más billetes para comprar los mismos productos.
Asimismo, la gente recurre al mercado negro para adquirir bienes de consumo que no se pueden encontrar en las tiendas y esas transacciones se deben efectuar en efectivo. Eso crea problemas logísticos, ya que los bancos deben mover cantidades enormes de papel moneda y los cajeros se vacían con mayor rapidez.
“Existe el mito de que al imprimir billetes más grandes, reconocerían o validarían la inflación y precios más altos”, dijo Krivoy.
Por supuesto que Maduro está consciente del impacto simbólico de emitir billetes más grandes, con más ceros, así como también de la inevitable comparación que tendría con su predecesor y mentor, Hugo Chávez.
En el 2008, Chávez emitió billetes nuevos y le quitó tres ceros a la moneda y la renombró ‘bolívar fuerte’.
Hoy, el bolívar es todo menos fuerte.
El otro día, Jaime Bello, un mecánico de aviación comercial, acudió a su institución bancaria, el Banco del Tesoro, operado por el gobierno, y encontró que no había dinero en ninguno de los tres cajeros automáticos. Recordó una ocasión anterior en la que fue a retirar 2.000 bolívares y se quedó parado escuchando el chirrido de la máquina cuando salían los billetes. Para su asombro, la máquina lanzó un enorme montón de billetes de cinco bolívares, cada uno con un valor de menos de un centavo estadounidense. Sacó la pila de 200 billetes y, luego, esperó mientras la máquina contaba 200 más.
“Es una locura”, dijo. “Estamos viviendo una pesadilla. No hay nada que comprar y el dinero no vale nada”.