“Una cosa es ver esto por televisión, que causa horror, y otra muy diferente es vivirla como nos tocó a nosotros”.
Las lágrimas brotan a chorros de los ojos de Caterin Lombona al revivir en su mente lo que desearía hubiera sido solo una pesadilla, una pésima película apocalíptica en su pantalla.
“Fue un ruido horrible que retumbó por todos lados. Era un monstruo”, le dijo la joven de 26 años a El Tiempo.
A las 11:40 p. m. del viernes 31 de marzo, un vecino llegó con su hija pequeña a su casa y les dijo que la quebrada estaba creciendo demasiado, que subieran al segundo piso.
Después de esa ingrata noche, Mocoa, capital del departamento del Putumayo, nunca más será la misma. Barro, piedras y la furia del agua arrasaron con el pueblo colombiano, ubicado al sureste del país.
“Infortunadamente, sigue subiendo la cifra de fallecidos y heridos. Hasta esta mañana van 293 personas muertas y 332 heridos”, publicó este miércoles en su cuenta de Twitter Juan Manuel Santos, presidente colombiano. “Hay 2.700 personas en 7 albergues y 1.518 registrados como damnificados. 467 personas han reportado desaparecidos. De ellas se han ubicado 153”.
Uno de los quince desastres naturales más mortíferos del país sudamericano pasó su factura.
Sentada al lado de las piedras y el lodo que dejó el desbordamiento del río Mocoa y sus afluentes (Sangoyaco y Mulatos) Caterin mira con dolor las pocas cosas que pudo rescatar: una bicicleta, algo de ropa y un microondas.
“El agua seguía aumentado, las piedras y los árboles se estrellaban contra la casa y todo temblaba, veíamos pasar los carros flotando en el agua y sonaban durísimo cuando se estrellaban contra las piedras”, cuenta. En ese momento, una ola gigante los golpeó y los obligó a romper una de las paredes de madera de la casa y pasarse al techo de una vivienda vecina.
“Ahí todos no abrazamos y empezamos a rezar. Le pedíamos a Dios que tuviera piedad de nosotros, porque estábamos convencidos de que íbamos a morir”, narró.
Llamó a su esposo, quien trabaja en Purificación (Tolima), pero él no contestó. Duerme en un campamento con otras personas y su celular estaba en silencio. “La verdad, lo llamé para despedirme. Le dije que íbamos a morirnos, que lo amaba mucho, que si oía ese mensaje orara para que nos salváramos”.
“Quedamos en la calle, estamos durmiendo en la casa de mi hermano, pero no tenemos nada. Hasta la ropa nos la han regalado”, agregó.
LEA MÁS: Masiva avalancha en el sur de Colombia cobra más de 200 vidas
LEA MÁS: Ciudad colombiana de Mocoa busca vida entre escombros, lodo y piedras
La tragedia que se pudo evitar
Centenares de personas continúan buscando a sus familiares desaparecidos entre el lodo, rodeados de un ambiente de desesperanza absoluta.
“Sin agua, energía, gasolina ni teléfonos fijos. Con sus hospitales atestados de heridos y sus calles pobladas de gentes que claman por techo y alimentación”, publicó este miércoles el medio Posta.
“Según el último reporte del Puesto de Mando Unificado (PMU), en el desastre que dejó cifras dolorosamente sorprendentes da cuenta de 283 muertos, 17 barrios afectados, más de 300 personas heridas, seis municipios sin energía, dos con acueductos afectados, dos puentes colapsaron y dos puentes resultaron averiados”, agregó. “De igual modo, no había suministro de agua hasta ayer en horas de la tarde. Pero esos números son sólo la punta de lanza de una tragedia que se agrava con el paso de las horas”.
La tragedia pudo evitarse. Un informe dado por la antigua entidad del estado, el Instituto Colombiano de Hidrología, Meteorología y Adecuación de Tierras (Himat), advirtió al gobierno lo que podía pasar si el río que desemboca en Mocoa llegara a desbordarse nuevamente. También planteó las medidas de seguridad que debían tomarse y el presupuesto de todas las obras.
El 29 de enero de 1989, un desbordamiento del río Mulato por el aumento de las lluvias arrasó con viviendas, cultivos e infraestructura.
“A solicitud de la Intendencia del Putumayo, se efectuó a mediados de febrero de 1989 una inspección a la zona de desastre por los funcionarios de la Regional No.10 HIMAT con sede en Pasto”, publicó el medio. “Luego de ser analizada la zona, se concluyó la urgente necesidad de adelantar obras de protección en las orillas del río Mulato y se programó la reforestación en la parte alta de la cuenca y la reconstrucción de la Bocatoma”.
“Esto era una tragedia anunciada y las autoridades no hicieron lo que debían", dijo Omar Parra, sacerdote católico en Mocoa, a la estación radial La FM.
“Sobre todo es culpa del gobierno, que nos dejó construir acá”, dijo Carlos Garcés a la agencia AP. Él llegó hace más de una década a Mocoa, junto con su esposa y su hijo. “Todos sabíamos que se iba a inundar, pero no hicimos caso".
Según estimaciones publicadas por la agencia de noticias, casi la mitad de los 40.000 habitantes de Mocoa llegaron a la zona huyendo de la violencia en otras partes del país, como víctimas del conflicto armado.
La comunidad continuó creciendo por la presencia de desplazados a pesar de que los enfrentamientos entre la guerrilla y los paramilitares se redujeron.
LEA MÁS: Colombia declara emergencia por alud y nombra jefe de reconstrucción
LEA MÁS: Ciudad de Mocoa pone en marcha su recuperación luego de alud
El futuro
Sandra Lizcano, vecina de un barrio ubicado a 200 metros del Parque Cementerio Normandía, lugar en el que las autoridades adelantan el proceso de entrega de los cuerpos sin vida a sus familias, aseguró que el hedor se apoderó de todo el municipio.
“La verdad estamos muy mal con los olores y la pestilencia que atrae el viento. Anoche casi no pudimos dormir por el olor tan insoportable”, le dijo a EFE. “Mucha gente viene y llora de dolor por la pérdida y otros porque no les entregan a sus familiares muertos a pesar de que ya los han reconocido”.
A mediados de esta semana se anunció una investigación para determinar si las autoridades de la ciudad aplicaron correctamente los reglamentos de construcción y planeación de desastres naturales.
Al cierre de esta edición (jueves 6 de abril) la cifra de fallecidos había aumentado a 301, incluyendo casi 100 niños. 314 aún continúan desaparecidos.
Edgardo Maya, Contralor Nacional, aseguró que la investigación “no se trata de castigo, sino de prevención. ¿De qué sirve castigar a la gente ahora, después de tantas muertes?”.