El juego con Brasil pudo haber terminado cero a cero. La calidad de la selección sería igual que la que tiene, pero todos estaríamos pensando que es mayor.
Es semejante a lo que ocurre al estudiante que tiene suerte en un examen porque le preguntan sobre el tema que más sabe. ¿Es mejor estudiante? ¿Sabe más? No. Sigue teniendo las mismas carencias y fortalezas que antes del examen. Pero éste – o el resultado del partido – nos hacen ver la realidad de diferente manera.
Existe la voluntad de verdad. Ese afán de discurrir hacia la coincidencia entre lo que se afirma y lo que es. Pero si la verdad es incómoda o la no verdad nos consuela, a veces se cae en la tentación de querer tapar el sol con un dedo y no ver lo que es evidente. Y ya no estoy hablando de fútbol.
Gemela de la voluntad de verdad es lo que podríamos llamar voluntad de realidad. Con frecuencia preferimos la imagen a la realidad. Narciso no se veía. Veía su imagen. El perro del hortelano, sacrificó el bocado real que tenía atrapado, seducido por el bocado que vio reflejado en el agua.
Podemos fallar en nuestras percepciones sensoriales. Miramos en nuestro desierto el espejismo que promete agua. Y emocionalmente podemos apostar a que esa es la verdad y perseguirla. Distorsionamos la realidad cuando malinterpretamos una percepción (no me saludó), formulamos una creencia (está disgustada conmigo) y sobre ella construimos una reacción emocional (¡Ahora va a ver¡)
Todo esfuerzo de mejoramiento, nacional, institucional, empresarial, familiar, personal, ha de arrancar de un reconocimiento de la realidad. Y ese reconocimiento debe ser pasado por el cuerpo, esto es, debe convertirse en aceptación. Sin aceptación de lo que hay que cambiar, no hay cambio posible. Nos quedamos en el terreno de las excusas. Y la simple aceptación, ya es movilizadora. Es el primer paso de la acción.
Una buena regla sería el decir de Aristóteles, al discrepar de su maestro: soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad. Y agregar: y ahora, voy a por ella.