La bitácora era el cuaderno de apuntes en el cual los marineros registraban todos los eventos del viaje; hoy los ingenieros de construcción registran en ella todos los eventos del proceso
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Por Álvaro Cedeño
Emprendemos el viaje del 2018. Por más que nos deseen un feliz año nuevo, todos deberíamos saber que el futuro es incierto. Tenemos la esperanza de que las cosas nos vayan bien. Emprendemos el camino con ilusión, que es el bálsamo puesto en el ánimo, por la energía que estamos dispuestos a aplicar a determinado asunto. Pero en nuestra mochila lo único que es real es el pasado y sus consecuencias, y el presente y sus circunstancias en las cuales vamos accionando.
La bitácora era el cuaderno de apuntes en el cual los marineros registraban todos los eventos del viaje. Hoy los ingenieros de construcción registran en ella todos los eventos del proceso, que es como un largo viaje. Y los investigadores y otros científicos van registrando en análogos cuadernos las peripecias de los experimentos y proyectos que están conduciendo.
¿Sería útil llevar una bitácora personal sobre este nuevo año? Tendría varios usos. Conviene reflexionar sobre lo que ocurre. Con actitud objetiva. No para disculparse ni para racionalizar, sino para presenciar nuestras fortalezas y debilidades en acción. Para recordar lo que nos sorprendió porque no lo habíamos tenido en cuenta. Para sacar a flote lo que suponemos sobre nosotros, sobre los demás o sobre las circunstancias.
Serviría para comprobar que una alta proporción de lo que tememos que ocurra, no ocurrirá. Listaríamos en la bitácora nuestros temores y aprensiones y según recorremos el camino, iríamos señalando cómo los va diluyendo la realidad que se va desplegando con el paso del tiempo.
Al escribir, adquirimos un cierto dominio sobre lo que escribimos. No es lo mismo estar enamorado, que decirle a la amada por escrito que se está enamorado. Y los temores, culpas y rencores puestos por escrito, pierden su malignidad y nos resultan un poco más manejables.
Nos sería útil la bitácora para subrayar cuándo tuvimos buen juicio. Y cuándo nos cegó el instinto o la fantasía. Para determinar fallos cognitivos y sesgos mentales, esto es, cuando estuvimos convencidos de que algo era blanco, cuando en realidad era gris. Para intentar transferir a otras situaciones lo que vayamos aprendiendo en el transcurso.
Escribir no es solo un medio de comunicación. Es un medio de aprendizaje. El escrito es un experimento evolutivo. Podemos volver a él y darnos cuenta de cuánto hemos cambiado y de cuánto seguimos conservando. Lo que pensamos está en una móvil nube. Lo que escribimos queda fijado, es manipulable y podríamos retomarlo para matizarlo, corregirlo, redimensionarlo. Escribir es colocar un conjunto de previstas como las llaman los constructores, a partir de cada una de las cuales podemos iniciar una ampliación, una modificación, una nueva reflexión.
Ganaríamos dominio sobre nuestra acción y romperíamos posiciones mágicas como las relacionadas con el destino o la fatalidad. Nos daríamos cuenta de que no todo es azar, pero que el azar a veces juega.
Si lo hemos de hacer, hagámoslo con autenticidad. No escribamos para ganar un premio. Y sobre ciertos temas, no escribamos para otros. Escribamos para luego guardar la bitácora en el almario… palabra muy bella que designa el lugar donde reside el alma.
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