A pesar de que el acceso al financiamiento es sin duda un factor que contribuye al crecimiento – de aquí la insistencia en políticas públicas que propicien la competencia, la eficiencia y la profundad del sistema financiero – ojalá las cosas fueran tan sencillas y pudiera simplemente recurrirse al endeudamiento gubernamental externo como el instrumento mágico que mejore las condiciones crediticias locales y, por esa vía reactive la producción y el empleo.
El crédito externo es un mecanismo para facilitar el ajuste macroeconómico asociado con la urgencia de reducir el déficit y propiciar que el endeudamiento gubernamental regrese a territorios de sostenibilidad. Endeudamiento sin ajuste, es simplemente dejar pasar el tiempo con una bomba de relojería en las manos con la expectativa de pasársela a otros antes que explote, pretendiendo ingenuamente que la explosión no nos afectará.
Pero hay otras dimensiones más sutiles. Como toda política pública, el camino que termina eligiéndose tiene siempre riesgos y costos y es importante tenerlos presentes, especialmente cuando son menos evidentes o sus efectos se perciben en un plazo mayor. Comprender adecuadamente las consecuencias de las decisiones tomadas puede ayudarnos a no repetir errores y descuidos pasados y evitarnos dolores de cabeza en el futuro.
El que el Gobierno cubra sus requerimientos de financiamiento en el exterior también tiene implicaciones importantes sobre el mercado cambiario, no solo en su dimensión nominal, sino que, además, en su papel en la asignación de los recursos en una economía abierta, es decir, entre los sectores que compiten con el resto del mundo (exportaciones y productos que se disputan el mercado local con las importaciones) y los que por su naturaleza no se exponen a esa competencia (el denominado sector no transable).
Afluencia de recursos externos asociada con el financiamiento gubernamental, en un contexto en donde además las expectativas de crecimiento futuro en las principales economías avanzadas auguran bajas en tipos de interés internacionales muy probablemente conducirán a una apreciación real del colón.
Con el endeudamiento sin duda la demanda se reactivará, especialmente en el caso de bienes no transables e importaciones; el gasto aumentará, pero desde la perspectiva productiva los precios orientarán la asignación de recursos hacia sectores enfocados en el mercado interno y desvinculados de las cadenas de valor y la competencia externas.
Hay dos problemas con esto, primero es dudoso que sea deseable que el desequilibrio gubernamental y la forma en cómo éste se financie tengan un peso tan importante en la asignación de los recursos productivos, especialmente – y esta es la segunda razón – si al hacerlo puede generar cambios más permanentes en la estructura económica o aumentar los riesgos y vulnerabilidades macrofinancieras, como las derivadas de financiar actividades no transables con endeudamiento exterior.
Por último, algo que debería ser obvio: al igual que a inicios de esta década, los espacios de acción para evitar estas consecuencias son pocos, la verdadera salida pasa por hacer – de una vez por todas – el ajuste en las finanzas gubernamentales.