Cada cierto tiempo surgen voces que claman por una política monetaria más laxa como una forma de “reactivar” la economía.
Debe reconocerse que quienes impulsan estas ideas tienen, en principio, elementos conceptuales a su favor. Los impulsos monetarios, por lo menos en el corto plazo y bajo ciertas condiciones, tienen un impacto expansivo sobre la demanda y, por lo tanto, sobre la producción. Además, incluso la ortodoxia, concede que la política monetaria puede contribuir a mitigar el ciclo económico y que tales acciones de política, si son bien diseñadas, complementan el objetivo de la autoridad monetaria: la estabilidad de precios.
Hasta este punto, todo parece marchar muy bien. Los problemas empiezan a surgir cuando se pretende aplicar de manera mecánica estas acciones de política, como si se tratara de una receta de cocina, sin reparar en las especificidades y el contexto de la economía.
Primero, debería evitarse a toda costa la tentación de aplicar una política monetaria complaciente para facilitar el financiamiento del déficit presupuestario. Hacerlo no solo terminaría siendo un vano esfuerzo de reactivación, sino que además compromete la credibilidad de la autoridad monetaria y erosiona el sentido de urgencia del ajuste, creando peligrosos espacios para procrastinar.
En segundo término, una política monetaria menos restrictiva no implica, necesariamente, una expansión del crédito al sector privado; puede terminar aumentando las posiciones de liquidez y en bonos gubernamentales de la banca. La conexión con el crédito puede verse interrumpida por elementos estructurales que limitan el atractivo de la intermediación en colones para importantes segmentos de la banca, por problemas de eficiencia y competencia que hacen muy costoso para los hogares y las empresas el crédito en moneda local y, además, por elevados niveles de endeudamiento – producto de muchos años de usar el crédito como sucedáneo del ajuste – que hacen imposible, para el sector privado, seguir utilizando esta ruta de evasión.
Finalmente, deben considerarse, con realismo, los espacios que otorga el mercado cambiario para una política monetaria más expansiva. Bajas artificiales en los tipos de interés en colones, en un contexto de rendimientos crecientes en el exterior y de una mayor percepción de riesgo macroeconómico debido a la situación de las finanzas gubernamentales –demonio que no ha sido aún exorcizado– pueden alimentar presiones desordenadas para la depreciación del colón y, eventualmente, el retiro de recursos hacia el resto del mundo.
jlarce@cefsa.cr