Desde 1986, Estados Unidos (EE. UU.) no experimentaba una reforma importante a su sistema fiscal. Lejos de la pretensión anunciada por Trump, de simplificar el complejo sistema, se hizo lo contrario y nos puso a todos a correr y a estudiar.
A hoy, persisten muchas dudas, pero ya se han aclarado muchas cosas.
Lo primero es aclarar que no es cierto que EE. UU. haya migrado hacia un sistema territorial, pero sí se ha desecho del mecanismo de diferimiento eterno del que gozaban y lograba que solo al repatriar ganancias, se pagara.
A cambio de ello, se debe pagar un impuesto de transición para repatriar utilidades acumuladas por las empresas y a partir de ahora, los dividendos recibidos por las casas matrices de sus subsidiarias, estarán exentos.
Por eso, dicho sea de paso, gravar los dividendos de las zonas francas, no permitiría que tales impuestos puedan ser acreditados por las empresas y por ello, si graváramos dividendos de zonas francas, solo lograríamos encarecer su operación.
Más bien, la reforma parece favorecer que las empresas reinviertan sus utilidades en la operación misma.
Al bajar la tasa a 21% y permitir la deducción del 50% de los ingresos por intangibles ( y casi cualquier otro generado fuera de sus fronteras ) el impacto para las empresas en zona franca, es de 10.5% máximo, lo que no parece ser suficiente para irse, máxime si los costos de operación son menores.
Más bien, estar en zona franca en Costa Rica, permite reducir ese 10.5% que los grupos deban pagar en EEUU por sus operaciones internacionales revisando con cuidado la estructura de cobros intercompany, la asignación de cargas financieras y la ubicación de intangibles, así como la estructura de propiedad de las empresas.
No, la reforma de Trump no alejará inversión, por el contrario, puede afianzarla y atraerla.
Cierro esta columna con una felicitación a Costa Rica, a su gente, por su impresionante demostración de civismo, visión de conjunto y pragmatismo.
Luego felicitar al presidente electo, Carlos Alvarado y desearle lo mejor en la tarea que está a punto de asumir.
El éxito de su gestión representa sin duda, la renovación de nuestra confianza en la democracia.
Por eso, todos debemos hacer lo que esté a nuestro alcance, por ponernos de acuerdo y promover los cambios que nos permitan heredarle a los pequeñines un país próspero, libre y feliz, o sea, vivible.