Origen sofocante

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En el 2000, el médico salvadoreño Ramón Trabanino notó un gran número de hombres jóvenes o de edad mediana que venían a su hospital en El Salvador aquejados por casos avanzados de enfermedad renal crónica. “Por alguna razón, para el resto del mundo esto parecía normal”, recordó.

En el 2002, Trabanino publicó uno de los primeros estudios sobre la enfermedad, un perfil de 205 pacientes nuevos que ingresaron a su hospital con enfermedad renal terminal. Dos tercios de estos casos no tenían los factores de riesgo usuales para insuficiencia renal crónica.

“Eran casi todos hombres que vivían en las zonas de tierras bajas del país, no lejos de la costa y cerca de un río grande”, escribió Trabanino en la Revista Panamericana de la Salud Pública . Un grupo grande de estos pacientes también describía “frecuente contacto ocupacional sin protección adecuada con insecticidas y plaguicidas”. Otro estudio de pacientes renales del norte de Costa Rica –de nuevo en una región baja y sofocante cerca de la costa del Pacífico– describía un patrón similar.

“Todos son hombres jóvenes, con edades de entre 20 y 40 años”, escribió el doctor Manuel Cerdas, de Costa Rica, en la publicación especializada Kidney International . “La característica más interesante es epidemiológica: todos han trabajado en la caña de azúcar durante mucho tiempo”.

Cerdas descubrió posteriormente que las víctimas de la epidemia compartían otra condición: la enfermedad atacaba una parte de sus riñones llamada túbulos. La enfermedad intersticial tubular es generalmente rara, tanto que solo da cuenta del 3,7% de los casos de enfermedad renal en etapa terminal en Estados Unidos. Las causas conocidas incluyen exposición a tóxicos y deshidratación.

Hoy, El Salvador promueve exámenes de sangre en las áreas rurales más golpeadas, para tratar de encontrar los casos en etapas cuando todavía son tratables.

Trabanino, quien ha estudiado la epidemia durante más de una década, cree que la detección precoz, campañas de educación pública y mejor seguridad ocupacional podrían frenar la proliferación de la enfermedad, si se contara con los recursos necesarios.

Mientras tanto, los investigadores en Centroamérica tienen el camino cuesta arriba. Los pocos estudios sobre IRC desarrollados hasta ahora se han efectuado en comunidades afectadas. Las teorías acerca del papel que puedan tener las sustancias químicas tóxicas en la causa de la enfermedad son difíciles de probar debido a que los científicos necesitan tener acceso a las víctimas de la epidemia cuando empiezan a enfermarse.