En julio de 1998, el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos cambió el criterio para determinar si alguien tiene exceso de peso. Dijo que los adultos con un índice de masa corporal de 25 o más estaban incluidos en ese grupo.
Hasta entonces, el tope había sido de 28 para los hombres y de 27 para las mujeres, de manera que unos 29 millones de estadounidenses que aparentemente tenían un peso adecuado, se convirtieron de súbito en personas con sobrepeso a pesar de que no habían subido ni un solo gramo.
Este cambio, fundamentado en cientos de estudios que vinculaban los niveles del índice de masa corporal (IMC) con riesgos de salud en numerosos grupos de gente, alinearon a Estados Unidos con las definiciones usadas por la Organización Mundial de Salud y otras dependencias de salud.
Sin embargo, esto también hizo que muchos dudaran del verdadero significado del IMC y descubrieran sus potenciales inconvenientes, entre ellos, el riesgo de catalogar a personas saludables como obesas –o excedidas de peso–, y la incapacidad para diferenciar las distribuciones de grasa corporal peligrosas de las inocuas.
Investigaciones más recientes han revelado que mucha gente con niveles de IMC “normales” son menos saludables que otros que, según ese valor, se considerarían con sobrepeso.
Asimismo, algunas personas que, con base en el IMC, son claramente obesas, se encuentran tan saludables como otras consideradas dentro del peso normal. Este asunto se aborda en el nuevo libro La paradoja de la obesidad , del doctor Carl J. Lavie, cardiólogo en Nueva Orleans, y Kristin Loberg.
A diferencia de la simple lecturas de la báscula, el IMC se calcula relacionando el peso de un individuo con su estatura.
De acuerdo con los criterios actuales, las personas con un IMC inferior a 18,5 están bajas de peso; los que se ubican entre 18,5 y 24,9 tienen un peso normal; aquellos con valores de 25 a 29,9 presentan sobrepeso, y los que tienen 30 o más son obesas.
Asimismo, los obesos se clasifican en tres grupos: grado 1 (IMC entre 30 y 34,9), grado 2 (IMC de 35 a 39,9) y grado 3 (de 40 en adelante).
Antes de que usted adopte una dieta extrema porque su IMC lo señala como alguien con sobrepeso, analice lo que el índice representa en realidad y entérese de qué se sabe hoy sobre su relación con la salud y la longevidad.
Este índice fue creado en la década de 1830 a partir de mediciones en hombres hechas por un estadístico belga interesado en el crecimiento humano. Más de un siglo después, fue adoptado por aseguradoras y algunos investigadores que estudiaban la distribución de la obesidad en la población general. Este parámetro no fue diseñado para hacer evaluaciones individuales y, durante décadas, se utilizó solamente como una manera de analizar el peso en grandes poblaciones. Sin embargo, gradualmente fue adoptándose como una forma fácil y barata para que los médicos evaluaran el peso de sus pacientes.
En el mejor de los casos, el IMC resulta una burda medición que “efectivamente, pasa por alto a más de la mitad de la gente con grasa corporal en exceso”, opina Geoffrey Kabat, epidemiólogo del Colegio de Medicina Albert Einstein, en Nueva York.
Una persona con un IMC “normal” podría ser “obesa en su interior” y propensa a padecimientos relacionados con la obesidad.
Así las cosas, hay una tendencia creciente a ver el IMC solo como un “pronosticador imperfecto” de los riesgos de salud de una persona, y por eso, los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos afirman ahora que no debe usarse como una herramienta de diagnóstico.
Medición imprecisa. Para empezar, el peso corporal está compuesto por músculo, hueso, agua y grasa corporal. De modo que, por sí solo, el IMC es una medición imprecisa del grado de gordura que un individuo podría tener. Cuando Arnold Schwarzenegger era Mr. Universo, su IMC estaba bien entrado en el rango de obesidad, pero difícilmente podría decirse que estaba gordo.
Hay otro problema: la forma en que se distribuye el exceso de grasa corporal en cada persona marca grandes diferencias para la salud.
Quienes tienen mucha grasa abdominal, que está metabólicamente activa, son más propensos a desarrollar diabetes, hipertensión, elevados lípidos en la sangre, enfermedad cardiovascular prematura y mayor riesgo de disfunción eréctil y de mal de Alzheimer.
En cambio, la grasa que se acumula en caderas, nalgas o muslos es relativamente inofensiva. Es decir, aunque resulte indeseable en términos cosméticos, no está vinculada con enfermedades crónicas ni con un peligro mayor de muerte prematura.
Todavía hay más tela que cortar: resulta que la edad de la persona, su género y su origen étnico influyen sobre la relación entre el IMC, la grasa corporal y los riesgos de salud. En personas muy jóvenes, un IMC alto suele ser un indicador bastante creíble de que hay exceso de grasa y una propensión a ser excesivamente obeso en la adultez.
Sin embargo, en una persona de edad avanzada o en alguien con un mal crónico, un IMC que sugiera exceso de peso u obesidad hasta podría ser protector. A veces, después de un ataque al corazón o una cirugía mayor, tener algo de grasa corporal adicional puede aportar energía y esto ayuda al paciente a sobrevivir. Una capa extra de grasa también puede proteger contra lesiones traumáticas en un accidente.
Eso sí, sin importar la estatura, estar en forma puede reducir el riesgo de padecer males cardíacos y pulmonares, diabetes o hipertensión.