La noche del domingo y madrugada del lunes, miles de personas en el mundo se maravillaron con una voluminosa, brillante y sonrojada luna.
A partir de las 8:11 p. m. en Costa Rica, y a lo largo de una hora, astrónomos y aficionados en América, Europa, África, Asia occidental y Pacífico oriental -hasta donde las nubes dieron tregua- pudieron apreciar la coincidencia de dos eventos astronómicos.
Dado que la luna se encontraba en su perigeo, su punto más cercano a la Tierra, su luminosidad fue un 30% mayor y se veía un 14% más grande.
Asimismo, la Tierra se alineó con la luna y el sol, lo cual oscureció al satélite natural al privársele de la luz que recibe del sol y le da su color blanco. Sin embargo, algunos rayos desviados por la atmósfera terrestre siguieron iluminando a la luna y de allí esa luz rojiza que la tiñe.
La última vez que ocurrió una superluna y un eclipse total de luna fue en 1982 y volverá a pasar hasta el año 2033.
"Uno siempre quiere ver el eclipse, porque siempre son diferentes", comentó el astrónomo Edwin Krupp, director del Observatorio Griffith de Los Ángeles, a agencias de noticias.
No es para menos, el acontecimiento tiene un particular interés científico.
En su ciclo normal, la temperatura lunar oscila entre 121 °C y -115 °C, según sea su exposición al sol. Esas variaciones permite a los científicos estudiar la composición de la corteza del satélite, ya que las rocas se calientan y enfrían más lentamente que las zonas cubiertas de polvo.
A raíz de este acontecimiento astronómico, la temperatura de la luna evolucionó más rápido, lo que permitió a los científicos realizar observaciones más detalladas de la superficie lunar.