Etiopía, el segundo país más poblado de África, votará el lunes en elecciones legislativas empañadas por la violencia, principalmente en la región de Tigré, asolada por la guerra y la hambruna.
En cuanto llegó al poder en 2018, el primer ministro, Abiy Ahmed, prometió organizar las elecciones más democráticas de la historia de este país del Cuerno de África con más de 80 grupos étnicos.
Estaban previstas en agosto de 2020, pero se aplazaron dos veces debido a la pandemia de coronavirus y a problemas logísticos. Finalmente se celebrarán el lunes.
Abiy busca legitimidad popular tres años después de ser designado para el cargo e insta a los 37 millones de votantes a participar en un "día histórico".
La coalición EPRDF, que llevaba en el poder casi 30 años, nombró primer ministro a Abiy -joven y con reputación de abierto- con el objetivo de calmar una larga protesta contra su autoritarismo y carácter represivo.
En la capital, Adís Abeba, se han vivido escenas inusuales en anteriores comicios: en las calles se veían pancartas de la oposición y del Partido de la Prosperidad de Abiy, y varios movimientos políticos se congregaron el miércoles, último día de campaña.
Antes de la llegada de Abiy, "nunca podríamos haber hecho eso", explicó Ayenew Yehualaw el miércoles, durante una marcha de la oposición en la principal plaza de Adís Abeba. Unos pocos policías vigilaban a distancia.
Pero los electores no votarán en casi una quinta parte de las 547 circunscripciones del país. En 64 de ellas, la votación se aplazó al 6 de septiembre.
En algunas por temas de seguridad, debido a las insurrecciones armadas y la violencia entre comunidades que se agravaron bajo el mandato de Abiy. En otras, por dificultades logísticas (impresión y distribución de papeletas, falta de formación del personal electoral).
Aún no hay una fecha para las 38 circunscripciones de Tigré, donde la guerra causa estragos desde hace más de siete meses.
En esta región del norte, la rápida operación de "mantenimiento del orden" lanzada por Abiy en noviembre contra las autoridades regionales disidentes se ha transformado en una guerra devastadora: los combates persisten, los relatos de atrocidades contra civiles se multiplican y según la ONU al menos 350.000 personas están en situación de hambruna.
Abiy, premio Nobel de la Paz 2019 por la resolución del conflicto con Eritrea, tenía reputación de reformista y pacificador en la comunidad internacional, pero la guerra en Tigré y la creciente violencia entre comunidades lo desprestigiaron.
"El primer ministro no tiene por qué ser el niño mimado del Oeste, Este, Sur o Norte", replicó esta semana su portavoz, Billene Seyoum. "Basta con que defienda al pueblo etíope y el desarrollo de la nación. El 21 de junio el pueblo etíope decidirá", agregó.
En algunas regiones, partidos de la oposición boicotean las elecciones para protestar por el encarcelamiento de sus dirigentes o para denunciar unos comicios que consideran no equitativos.
Se prevé que proporcionen al Partido de la Prosperidad una cómoda mayoría en el Parlamento, de modo que Abiy sería elegido primer ministro.
"Para muchos etíopes y observadores internacionales siempre habrá grandes dudas sobre la credibilidad del proceso", estima William Davison, del centro de análisis International Crisis Group (ICG).
Bethel Woldemichael, de 37 años, un comerciante en Adís Abeba, irá a votar: "Espero que las elecciones se desarrollen en la calma, que no se manipulen y que todo transcurra bien".
Occidente las seguirá de cerca: Estados Unidos ha expresado su preocupación por la exclusión de tantos votantes del proceso y la Unión Europea ha renunciado a enviar una misión de observación, por falta de garantías sobre las condiciones laborales.
También estarán muy pendientes sus vecinos: Egipto y Sudán.
Estos dos países se oponen a la "Gran Presa del Renacimiento", un proyecto hidroeléctrico en el Nilo Azul, motivo de orgullo nacional en Etiopía donde se considera fundamental para la autonomía energética y el desarrollo del país.
Abiy se comprometió a llenar la presa, con una capacidad total de 74.000 millones de m3, pese a la oposición de El Cairo y Jartum, quienes la consideran una amenaza para su aprovisionamiento en agua.
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