La guerra que dislocó el mundo

Este domingo 11 de noviembre se conmemora el centenario del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial

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Una rememoración histórica da el banderazo de partida de este blog. O, mejor dicho, el autor se aprovecha de la ocasión para lanzarse al agua con un espacio para comentar noticias y hechos históricos relevantes. El propósito: compartir con ustedes mis puntos de vista, mis inquietudes y oír las suyas. En ejercicio de un sano intercambio de opiniones, tan necesario y propio de una sociedad democrática y pluralista.

Sin más, voy a lo mío.

¿Qué me motiva a escribir sobre aquel acuerdo que acaba con el primer gran conflicto internacional que, por sus características, se le denomina “mundial”?

Una intuición, quizás una sospecha (no he hecho ningún estudio que sustente mi hipótesis): se conoce poco de la Primera Guerra Mundial y, como consecuencia, se ignora bastante sobre el impacto que tiene en la Historia Contemporánea.

Creo que se sabe más de la otra gran guerra que siguió a esa, apenas 20 años después de que en Versalles se suscribían varios acuerdos de paz que supuestamente librarían al mundo, y en primer lugar a Europa, de los horrores que ya se habían visto y sufrido a lo largo de casi cuatro años y medio de pólvora y sangre.

De la Segunda Guerra Mundial se habla más y hemos estado más expuestos a libros, películas, documentales y series, aunque no siempre haya apego a la verdad ni estén libres de manipulación. (Un paréntesis: quienes ya cruzamos la frontera de los 50 años disfrutamos en nuestra niñez y/o adolescencia de Combate, una serie de la ABC en la cual los alemanes eran los “malos” y los estadounidense siempre ganaban).

La Primera Guerra Mundial nos parece más lejana, no solo en el tiempo, sino en la identificación con ella.

La calma engañosa

La gente de la Europa de 1914 en lo menos que pensaba era en un conflicto militar. Había un optimismo rebosante por el presente, confianza por el desarrollo tecnológico aportado por la Segunda Revolución Industrial (la de la química, la electricidad motor de combustible fósil, el telégrafo, el cine, el avión...) y por desenvolvimiento de las artes.

¿Guerra? ¿A quién se le ocurriría pensar en ella? Además, en los 100 años anteriores, los enfrentamientos entre estados europeos eran pocos, de corta duración y con repercusiones limitadas y focalizadas. Francia y Prusia (luego, Alemania) habían librado una guerra entre 1870 y 1871, Rusia había chocado contra Francia y Reino Unido en la Guerra de Crimea (1854-1856), y Prusia y Austria en 1866.

En las semanas que precedieron el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo –28 de junio– no había espacio para tal preocupación. Las fábricas funcionaban a toda máquina y los agricultores se alistaban para recoger las cosechas.

Además, los europeos seguían confiando en la solidez del pentapoder: Reino Unido, Francia, Alemania, la Rusia zarista y el Imperio austrohúgaro se marcaban celosamente para evitar una posición hegemónica unilateral. ¡Ah, ah, cuidado!: ese mismo equilibrio de pesos y contrapesos no impedía el juego de alianzas pues cada quien miraba al otro con el rabo del ojo.

Con lo que no contaban en aquel verano era con el magnicidio del heredero del trono de Austria-Hungría, que tomó a gobernantes y parlamentarios con la guardia baja mientras disfrutaban de las vacaciones..

Cuando Austria-Hungría decide “castigar” a Serbia por el asesinato, los intereses interestatales entran en juego y entonces, sí, ¡viene la guerra!, que estalla un mes después de los disparos mortales en Sarajevo.

Aun así, los europeos seguían confiados. Bueno, la guerra sería cuestión de meses. “Todos creen que va a ser un paseo militar (...), una aventura corta” y que para Navidad ya todos estarán de vuelta en casa, ironiza el académico español Juan Eslava Galán en su obra La Primera Guerra Mundial contada para escépticos.

A las tropas las despidieron con vítores ya fuera en París, Viena, Berlín o Londres. Prácticamente, toda la clase política del continente se sumó a la “euforia”.

No pasó mucho tiempo para que los vivas dieran paso a las caras de preocupación y de dolor conforme empezaba a cobrarse conciencia de que esa era una guerra diferente. Cuando se recibía un cadáver (si es que no quedó enterrado en el mismo frente de batalla) o, en el mejor de los casos, un pariente malherido, ya no había campo para el entusiasmo, peor todavía cuando la guerra se hizo interminable en el frente occidental lleno de trincheras malolientes, donde los soldados tenían que convivir con muertos, heridos, ratas, fango y un permanente fuego de artillería.

Esta era otra guerra

Todos sabemos cuán cierto es aquello de que “del dicho al hecho, hay mucho trecho”, y no es la primera vez que los políticos y los militares llevan a la gente a una guerra con base en supuestos que a la hora de los balazos se demuestra que son falsos. Claro, es muy fácil inventar o planear una guerra desde una oficina y sobre mapas.

Pues, bien, el conflicto de unos meses se hizo largo. Vinieron el otoño y el invierno de 1914, y las cuatro estaciones de 1915, 1916 y 1917, y tres de 1918, cuando terminó el “paseo”.

Los errores de cálculo de los europeos no fueron solamente un asunto de calendarios.

La misma ciencia y tecnología que tanto los hacía sentirse cómodos se volvieron, a la postre, un bumerán: nuevos inventos (entiéndase armas) contribuyeron a prolongar las hostilidades y a incentivar la tentación de probarlas.

¿Saben cuáles armas debutaron? Tomen nota: el tanque, el submarino, el avión, el dirigible y una que sembró horror entre los combatientes: las sustancias químicas (cloro, fosgeno y gas mostaza). Fue tal el impacto que fueron prohibidas por medio del Protocolo de Ginebra de 1925.

Quizás ustedes se estén preguntando cómo es que los europeos persistieron en su tozudez de continuar peleando, no obstante que pronto se hizo evidentemente el empantanamiento del conflicto.

Hay una razón (“filosófica”, digamos), explica el reputado historiador británico Eric Hobsbawm: ambos bandos (Reino Unido, Francia y Rusia, por un lado; Alemania, Austria-Hungría y el Imperio otomano, por el otro) consideraron que había que buscar la victoria o la derrota total. ¡Nada de medias tintas!

“Oigan” a Hobsbawm: “...A diferencia de otras guerras anteriores, impulsadas por motivos limitados y concretos, la Primera Guerra Mundial perseguía objetivos ilimitados”, que incluían tanto lo político como lo económico.

Se aplicaba, entonces, el principio del florentino Maquiavelo según el cual el fin justifica los medios, y los militares y políticos europeos apostaron a despedazarse ¡y vaya que lo lograron!

Otro hecho por el cual esa guerra fue diferente radica en que con la derrota de los imperios centrales (Alemania y Austria-Hungría) y del decante Imperio otomano, desaparecieron estas entidades y dieron origen a una serie de países nuevos e independientes: Checoslovaquia (ahora dividida en República Checa y Eslovaquia), Austria, Estonia, Letonia, Lituania, Hungría, Polonia y Turquía.

La “corta” guerra terminó el 11 de noviembre de 1918 con una Europa exhausta, desangrada.

Lo peor fue que la esperanza de que no se repetiría otra contienda de esa índole igualmente resultó ser falsa y apenas 20 años después Europa sería el escenario de una nueva guerra que rebasaría sus fronteras y alcanzaría otros continentes., y mucho más brutal.

¡Todo por una mala paz de Versalles! Pero este será tema para otro momento.

Por ahora, es suficiente.