Actores del partido religioso Nueva República han sido agarrados al menos dos veces compartiendo noticias falsas este año y en ambos casos su reacción a las críticas fue la misma: Intentar trivializar el tema.
En uno de los casos, el líder del partido compartió una cita de un médico ficticio a quien se refirió como el “gran Dr. Laifsgud” (construcción de “la vida es buena” en inglés, idioma que dicho político no domina) y le agradeció por “ser siempre tan acertado”.
En medio de críticas y burlas en redes sociales, el religioso borró la información y minimizó el haberla compartido, alegando que era sátira. “Hasta me da risa”, dijo sobre la situación.
En julio, el mismo político compartió una información sin firma del “Diario La Carta”, ligado a miembros de su partido, según la cual el gobierno aumentaría la tasa del impuesto sobre el valor agregado (IVA).
Cuando varios medios expusieron que la noticia era falsa, uno de los dueños del sitio y miembro del partido la defendió, alegando supuestamente tener acceso a fuentes de información (no identificadas) que los otros medios no tienen.
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La reacción de estos políticos contrasta con la de la mayoría de las personas (desde votantes hasta sindicalistas y diputados, quienes suelen reconocer o aclarar cuando accidentalmente publican algo falso), pero es consistente con el origen y uso religioso de las noticias falsas actuales.
En las últimas décadas, conforme la ciencia, la democracia y los derechos humanos ganaron terreno, la mayoría de denominaciones cristianas se han ido adaptando de una u otra forma, sin que por ello hayan dejado del todo de oponer resistencia al conocimiento y al cambio.
Sin embargo, ese no ha sido el caso del fundamentalismo protestante.
Este se ha caracterizado por aferrarse a creencias, interpretaciones y prácticas antiguas, por lo general incompatibles con los valores democráticos y el conocimiento científico imperantes hoy en día.
Burbuja fundamentalista
Como forma de resistencia, el fundamentalismo protestante se ha dedicado durante décadas a construir una contra-infraestructura concentrada en promover su forma de ver el mundo, ya no solo en sus iglesias sino además en sus universidades, escuelas, editoriales, cadenas de televisión, revistas, sitios web, asociaciones, organizaciones sin fines de lucro, partidos políticos, etc.
Esta contra-infraestructura ha operado como un ecosistema alternativo de “conocimiento” capaz de aislar a estas personas de la realidad del mundo. Así, mientras las escuelas enseñan la evolución ellos enseñan creacionismo y, mientras algunas iglesias evolucionan en sus interpretaciones bíblicas, ellos mantienen interpretaciones rígidas hostiles a cuestionamientos.
Esta burbuja fundamentalista tiene varias consecuencias en lo que respecta al consumo de información. Una de las más importantes es que sus audiencias han sido formadas para no creer o confiar en centros de conocimiento e información como universidades, prensa, e instituciones científicas o de derechos humanos.
En su lugar, se les ha formado para buscar “conocimiento” dentro de ese ecosistema alternativo fundamentalista hecho a la medida de sus creencias y, a la vez, para rechazar como falsa, sesgada, conspirativa o hasta “obra del diablo” cualquier información que no calce con sus creencias religiosas particulares.
La popularización reciente de temas anti-ciencia como el rechazo a las vacunas, los ataques contra el uso de anticonceptivos y la negación del cambio climático sorprendió a muchos, pero tiene años de gestarse dentro de ese ecosistema informativo.
Es por ello que las personas afines a esta denominación religiosa están más acostumbradas que otras a creer noticias falsas, al punto de que los creadores de las mismas utilizan temas religiosos o promovidos por esas iglesias como gancho, según muestran diversos estudios. También es por ello que las justificaciones usadas por políticos religiosos para publicar información falsa pueden ser creíbles para esos segmentos de la audiencia, aunque dañen su reputación ante el resto de la población.
Redes expansivas
Los expertos trazan el origen de esta contra-infraestructura a la derecha religiosa de Estados Unidos en los 70s, pero su alcance se expandió con la exportación de esas creencias a otras regiones, por ejemplo con la instalación de iglesias a lo largo de Latinoamérica, y con la explosión de redes sociales y tecnologías para producir información.
Estas redes fundamentalistas también se han expandido a la política, apoderándose de o creando partidos políticos y financiando grupos internacionales de cabildeo con el objetivo de ajustar las leyes y políticas públicas a sus creencias.
Paralelamente, la facilidad con que sus audiencias creen información falsa ha sido aprovechada por otros actores políticos, desde Rusia, que busca causar crisis en las democracias occidentales, hasta grupos de extrema derecha, que capitalizan en tiempos de crisis, y oportunistas, que hacen noticias falsas por dinero.
De ese modo, la oferta y la demanda fundamentalistas de información falsa han sido y siguen siendo un factor esencial en la normalización de noticias falsas y teorías conspirativas en muchos países, aún si no son el único factor.
¿Qué pasa en Costa Rica?
En Costa Rica, algunas de estas iglesias tienen años de operar hasta en rincones remotos del país y parecieran intentar seguir un modelo relativamente similar al estadounidense, incursionando en política y tratando de crear la infraestructura tecnológica necesaria para reafirmar su burbuja informativa. Pese a ello, esta aún se encuentra en una etapa aún incipiente.
Por ejemplo, antes de que el “Diario La Carta” circulara la supuesta noticia sobre el IVA y el líder del partido religioso la compartiera, esta había sido diseminada en el programa de radio de uno de los dueños de ese diario. En menos de 24 horas seis perfiles de Facebook (con 120.0000 seguidores en total) ya la habían compartido.
Aún así, episodios recientes y relativamente nuevos en el país – como la oposición de miembros de comunidades protestantes a vacunar a sus hijas – sugiere que el flujo de información falsa podría convertirse en un problema con consecuencias reales en campos tan delicados como la salud y la educación públicas.
A la promoción de información falsa en ocasiones se unen actores de otras denominaciones religiosas (sea desde el púlpito de otras iglesias, como por ejemplo la católica, o desde instituciones controladas por personas cuyas creencias se alinean con los grupos fundamentalistas en ciertos temas) y actores no religiosos (por ejemplo, grupos xenófobos o troles dedicados a atacar a ciertos partidos políticos).
Sin embargo, el rol de los grupos protestantes en la creación, expansión y mantenimiento de un ecosistema de información falsa es central en los sistemas informativos de diferentes países y merecen estudiarse con mayor atención por dos razones.
Por una parte, para prevenir crisis en áreas de interés público, como por ejemplo la salud de los niños y la prevención de embarazos no deseados.
Por otra parte, tal y como numerosos expertos han advertido, la información falsa tiene un objetivo principal y es destruir la idea de que existen estándares de evidencia o hechos verificables imparcialmente.
Estos no existen en círculos fundamentalistas, puesto que las creencias los han sustituido, pero son indispensables en los procesos de una democracia pluralista capaz de convivir armónicamente pese a diferencias de pensamiento.
En ese sentido, quizá es necesario ir más allá de exponer la información falsa promovida por figuras religiosas y explorar los factores que hacen a sus audiencias vulnerables a ese tipo de contenido. Esto con el objetivo de encontrar mecanismos efectivos para que las noticias falsas no sean un modo de ejercer la religión o manifestar fe en figuras espirituales.