Durante muchos siglos (y en algunos casos aún en la actualidad), a las mujeres se les negaron derechos como estudiar, trabajar, tener propiedad, acudir a los tribunales, el libre tránsito, y hasta tener nombre legal propio. Sin embargo, en redes sociales algunos promueven una versión ficticia pero muy simple de esa parte de la historia.
Para ellos, no fue que a las mujeres se les obligó a dedicar la vida a parir y limpiar la casa ni que se les quitó la libertad de elegir una ocupación diferente para tener independencia económica, sino que ellas “preferían” quedarse en la casa cómodamente mientras los hombres hacían todo el trabajo e iban a la guerra para protegerlas.
De acuerdo con la “lógica” de estas personas, los oprimidos realmente fueron los hombres a manos de las mujeres. Así, dado que ellos “construyeron la civilización” mientras las mujeres preferían disfrutar de vacaciones permanentes, hoy ellos merecen ganar más, acaparar los puestos más altos, etc. – además de recibir el agradecimiento eterno de las mujeres.
Evidentemente se trata de “argumentos” ridículos basados en una reconstrucción ficticia de la historia, pero que han circulado ampliamente en círculos digitales (blogs, sitios web, redes sociales, etc.) dedicados a instigar la polarización en temas de género, especialmente entre los jóvenes durante campañas electorales en Estados Unidos y Europa.
Una de las razones por las que ideas ridículas y ficticias se propagan con facilidad en Internet es la brevedad propia de los mensajes en redes sociales, que las convierte en terreno fértil para viralizar falacias argumentativas (argumentos engañosos e inválidos que se usan para justificar ciertas ideas).
A su vez, las falacias argumentativas tienden a ser más efectivas entre más apelen a las emociones de quienes ya tienen ciertas ideas preconcebidas, sea en temas de género, migración, racismo, religión, política, economía, etc.
Esa dinámica se observa a menudo en discusiones sobre los llamados “paneles de hombres”.
El término se refiere a paneles en conferencias, comités gubernamentales o empresariales, grupos de diálogo nacional, etc. en los que solo participan hombres. Son más comunes en temas relacionados con poder, como debates económicos, políticos y legales, pero en realidad se observan en casi todos los campos, incluyendo temas como lactancia materna y feminismo.
Los “paneles de hombres” reciben cada vez más críticas por la exclusión constante de mujeres en la toma de decisiones que las afectan directamente, las cuales por lo general resultan en una ausencia de respuesta a los problemas que afectan más a esa mitad de la población (cuando no su empeoramiento).
El tema se discutió nuevamente hace algunos días.
Mientras el Foro Económico Mundial, las Naciones Unidas y otros llamaban a incluir el liderazgo femenino – dado que la epidemia de Covid-19 está teniendo un impacto socio-económico más fuerte en las mujeres – trascendió que el gobierno aceptó el ofrecimiento de asesoría de un grupo de economistas.
Según la noticia, se trata de un grupo solo de hombres quienes asesorarían “para reactivar la economía y generar empleos ante la crisis por el nuevo coronavirus”.
Las críticas no se hicieron esperar, y una respuesta común en redes sociales fue precisamente una de esas falacias argumentativas que se han popularizado en Internet: Los nombramientos deben basarse en méritos y el género no importa.
Aparte de la suposición implícita de que en el país no hay mujeres economistas capaces, esa idea también asume que vivimos en un mundo ideal.
El mundo según las redes sociales versus el mundo real. En un mundo ideal todos los nombramientos se basarían en méritos (aunque es posible argumentar que en algunos casos ello supondría un problema de representación) pero en el mundo real, que es en el que vivimos, el género tristemente sí importa y a menudo más que los méritos.
Numerosos estudios muestran que existen fuertes sesgos a la hora de valorar y reconocer los méritos de las mujeres.
Por ejemplo, algunos experimentos muestran que un CV con nombre de hombre recibe mejores calificaciones que exactamente el mismo CV con un nombre de mujer. Asímismo, las recomendaciones de salario son más altas para el CV con nombre de hombre que para el mismo CV con nombre de mujer.
Otros estudios muestran sesgos similares a la hora de valorar los méritos de los empleados,
resultando en aumentos y ascensos para hombres pero no para mujeres, aunque estas tengan iguales o incluso mayores méritos.
Algunos experimentos también han demostrado que los estudiantes tienden a considerar como más capaces a los docentes masculinos.
Por ejemplo, en un experimento con un curso universitario por Internet los asistentes del profesor fueron presentados a los estudiantes con un nombre de mujer y uno de hombre. La evaluación fue más alta para el hombre, aunque detrás de la computadora los asistentes (una mujer y un hombre) se alternaran.
Esto de ninguna manera no significa que todos los departamentos de recursos humanos o todos los jefes subvaloren o no vean los méritos de las mujeres, o que esto ocurra en todos los casos, pero es algo muy común.
Aunque hay quienes discriminan concientemente, muchos otros – incluyendo mujeres – lo hacen por sesgos implícitos de los que no se dan cuenta. Es decir, en sus cabezas los méritos asociados a un CV de hombre realmente lucen más impresionantes que los mismos méritos asociados a un CV de mujer.
Esto se debe en parte a los prejuicios imperantes a los que todos estamos expuestos desde la niñez, como los que asocian a las mujeres con pasividad u obediencia y a los hombres con liderazgo o agresividad.
Por ello no sorprenden diversos estudios según los cuales cuando una mujer solicita un aumento se le tiende a ver como “egoísta” o “arrogante” y es menos factible que reciba el aumento, mientras que en el caso de los hombres se considera un comportamiento esperable y es más probable que se le aumente el salario.
También están los sesgos asociados a la supuesta obligación de las madres – pero no los padres – de dedicarse a los hijos antes que al trabajo. Esas creencias son la base de sesgos que se anteponen a la valoración de los méritos profesionales de las mujeres y resultan en que a muchas trabajadoras con hijos de antemano se les vea como menos “competentes”.
Lo mismo ocurre en temas electorales pues (entre muchos otros obstáculos asociados al género) los votantes tienden a juzgar diferente – por lo general con máz dureza y estándares contradictorios – a las candidatas que a los candidatos.
Usualmente, si una mujer no es agresiva a la hora de debatir se le critica por “débil” y si es agresiva se le critica por “grosera”.
Como se observa, el mundo real funciona de un forma mucho más compleja de lo quieren hacer creer quienes salen con la simpleza de que “el género no importa”.
La realidad es que no es un asunto de méritos sino de si se le reconocen (o no) los méritos a una persona y ese reconocimiento depende de un proceso lleno de sesgos, dentro de los cuales el género a grandes rasgos sigue operando como una desventaja para las mujeres y una ventaja para los hombres.
Es por ello que a veces se toman medidas paliativas para evitar que la toma de algunas decisiones se base solo en la necesidades e intereses de una mitad de la población. Las más conocidas quizá son las cuotas electorales, pero también existen otras, como el Consejo de Mujeres convocado por el gobierno la semana pasada.
Dicho Consejo trabajará con el gobierno para “contribuir con la gobernabilidad democrática” y como primera tarea “propondrá soluciones desde una visión social, económica y productiva para mitigar efectos por Covid-19”.
Como es de esperarse, quienes creen que “el género no importa” tampoco creen necesario tomar medidas para solucionar la lamentable realidad cotidiana de que el género sigue importando. Como sabemos, pretender que un problema no existe es la mejor forma de asegurar que quienes se benefician del status quo puedan seguir haciéndolo.
Por ello, no sorprende que la noticia del Consejo de Mujeres también fuera recibida por algunas voces con la simpleza usual de que “el género no importa”. Sin embargo, no por predecibles deben subestimarse las falacias argumentativas sobre ciertos temas, sobre todo cuando empiezan generalizarse en redes sociales.
La sustitución del debate politicos por memes y fases cortas. Muchas de las leyes y reformas de las últimas décadas para prevenir y contrarrestar la discriminación de las mujeres se basó en buena parte en demostrar cómo y por qué el género sí importa a la hora de negar oportunidades a una población o dificultar su acceso.
Esto contribuyó a crear una agenda política nacional en la que la igualdad de género estuvo presente tanto en campañas electorales como políticas de gobierno, pero la campaña pasada demostró que ello ha empezado a cambiar y la marea política parece ir hacia un retroceso en ese campo.
No se trata solo de Costa Rica
Tal y como el Foro Económico Mundial y las Naciones Unidas han advertido en los últimos años, la situación económica, la violencia y la oposición a los derechos humanos de las mujeres en el mundo han empeorado.
Una adecuada discusión del tema requiere más que frases simples y memes en redes sociales polarizadas, en el contexto de campañas políticas enfocadas en apelar a emociones y discursos divisorios. Sin embargo, esto último es a lo que las generaciones actuales, tan activas en redes sociales, han estado más expuestas – quizá sobre expuestas.
En otros contextos, la experiencia muestra que dejar florecer ese nivel tan rudimentario de debate político puede tener consecuencias serias.
Volviendo al ejemplo del inicio sobre las redes dedicadas a difundir propaganda sobre la supuesta opresión histórica de los hombres por parte de las mujeres, ese contenido ha sido usado en Estados Unidos y Europa por grupos de extrema derecha para activar a jóvenes en apoyo a movimientos políticos radicales que han ido capturando puestos de poder.
Ese tipo de información (videos, memes, hashtags, etc.) es usado como “gancho” para atraer jóvenes (especialmente) y exponerlos a ideas similares, ya no solo sobre mujeres sino también sobre otros grupos (latinos, negros, judíos, inmigrantes en general, etc.).
Algunos de esos “ganchos” han sido vinculados con las campañas rusas de desinformación, pero otros surgen de grupos radicales, supremacistas, fundamentalistas, etc. existentes en esos países, las cuales en algunos temas empatan bien con élites conservadoras con las que pueden negociar agendas económicas a cambio de retrocesos en temas sociales.
Por ahora, no existen soluciones mágicas ni garantizadas contra la substitución de un debate político responsable por la simpleza de memes y frases cortas pero falaces. Solo la certeza de que el resultado de procesos electorales recientes en los que ese tipo de contenido fue instrumental solo han traído más división y erosión de instituciones democráticas.