En este blog suelo escribir sobre cosas chivas, positivas, alegres. En esta oportunidad lo chiva de la vida viene cuando después de un susto uno toma toda esa ira y esa fuerza para seguir adelante, para denunciar y no dejarse intimidar.
Quienes me conocen saben que ya llevo tiempo en esto de ir en bici al trabajo. Si algo tengo claro es que todos los sentidos deben funcionar al doble para evitar un accidente.
Lo que sí nunca vi venir fue la necesidad de cuidarme de un mae mano suelta, cochino y sin respeto alguno.
Sí escuché la moto subiendo la cuesta de Chile Perro ahí en Tibás. Me hice a un lado por instinto y cuando me di cuenta estaba acorralada entre un carro estacionado y un mae en moto con su mano agarrándome.
No tuve tiempo más que para gritar un par de palabras. Me asusté, me detuve, tomé aire y seguí mi camino.
Unos cinco minutos más tarde, en el cruce a Guadalupe, el motociclista reapareció y sin pensarlo dos veces me volvió a tocar.
No sé de donde saqué aire pero toda la esquina me volvió a ver. Le grité de todo. Se me salió del alma, es demasiada la impotencia.
Sí me detuve, lloré, grité… ahora sí tenía miedo. Sentía que todos los tipos en moto eran ese.
Pero me dije a mí misma que eso no me iba a detener.
No sé si habrá servido de algo pero le avisé a dos policías que pasaban en moto por ahí. Les describí al hombre de piel morena, de bigote, con moto azul y placa con terminación 43, el resto de la matrícula la llevaba tapada.
Ese poco ser humano no va a detenerme. Seguiré andando en bici y denunciando si es necesario.
No se vale tener miedo, no se vale dejarse intimidar, no se vale esconderse y dejar de pedalear.
Las mujeres necesitamos igualdad y respeto. La lucha debe ir más allá de los días en los que andamos en bus. Es evidente que necesitamos un cambio en el colectivo.
Ojalá más mujeres se animen a andar en bicicleta, a salir a la calle, a defender sus derechos.