“No quiero que ninguna chica más vuelva a dudar”, escrito por Gloriana Villalobos, futbolista y seleccionada costarricense

La talentosa Gloriana Villalobos contó para el blog Desde la grada cómo su infancia estuvo llena de obstáculos y discriminación debido a su decisión de entregarse a la práctica del fútbol siendo mujer

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No saben cuántas veces pensé en dejar el fútbol de lado. Creo que ni yo lo sé. No era falta de pasión, ni falta de ganas de esforzarme. Eso me sobra. Era exceso de estigmas, exceso de machismo, exceso de discriminación.

No quiero aburrir a nadie escribiendo sobre cómo, cuando empezaba en el fútbol, tuve que jugar con hombres debido a los pocos equipos femeninos que existían. Esa es la historia de prácticamente todas las que estamos en este deporte.

Pero sí quiero aprovechar este espacio para levantar la mano en búsqueda de un cambio grande en la sociedad, el cual permita una mejor realidad para las deportistas en formación. Y la manera más inmediata que tengo es contándoles algo de mi historia.

Soy Gloriana Villalobos, la seleccionada nacional costarricense; la mundialista Sub-17 y Mayor; la campeona de Primera División. Pero también soy Gloriana Villalobos, a la que le dijeron “si no va a jugar como un hombre, entonces no juegue”; a la que golpearon y humillaron por ser la única del sexo contrario en un equipo; a la que un niño rival, con tan solo 11 años, le vaticinó un “ni lo intente, que esto no es para usted”…. Todavía me arde la sangre al pensar en ese momento, porque me obligó a vivir para siempre con esas palabras en la mente. Para bien o para mal.

Hoy, con mi manera de ver el fútbol, interpreto todas esas experiencias como gruesas cicatrices, pero de esas que uno dice estar orgulloso. De las que “raja”, porque definitivamente forjan carácter. Sin embargo, en mi infancia, muchas veces me hicieron dudar. Me hicieron pensar si exponerme a todo eso valía la pena.

Pero yo no quiero que ninguna chica más vuelva a dudar. De hacerlo, quizás pueda perderse la oportunidad de que a los 15 años le pidan cientos de selfies. De llevar la banda de capitana en un partido en el Estadio Nacional ante 35.000 personas. De obtener una beca para estudiar y jugar en el extranjero. Básicamente, de que el deporte le dé un giro de 180 grados a su vida, tal y como me pasó a mí.

Una felicidad inexplicable.

El fútbol siempre me generó una sensación especial. Ver una bola me producía una felicidad inexplicable desde muy corta edad. Recuerdo usar las muñecas que me compraban mis padres como porteras o defensas en mis partidos imaginarios, unos que duraban horas. Fueron mis primeras oponentes, porque las esquivaba a todas hasta poder meter un gol. También me acuerdo de cuando mi mamá me llevaba al supermercado y yo quedaba congelada simplemente admirando el estante donde estaban los balones, porque sabía que era muy pequeña y no alcanzaría para agarrarlos. Para mí esa vista era como un atardecer: bello e intocable.

Definitivamente no cumplía con el estereotipo. Y romper el molde usualmente genera críticas y cuestionamientos. No fui la excepción.

Fueron demasiadas las oportunidades en las que mi papá tuvo que defenderme a gritos en las graderías de la Escuela Metodista, porque aficionados del otro equipo pedían que me sacaran de la cancha, porque “no era natural” que yo estuviese ahí, con hombres, jugando, quitándomelos, anotando...

Pero, como pueden ver, tuve la bendición de tener una familia que me enseñó a luchar por lo que amo, a pesar de que todos sabíamos que el camino no sería fácil.

Por ello, le agradeceré por siempre a mi mamá y mi papá el apoyarme en mi decisión de elegir una bola de fútbol, a pesar de los cientos de patadas que debieron soportar ver. A otros padres que hoy son como los míos, de verdad, gracias, porque están poniendo la felicidad y los sueños de sus hijas por encima de cualquier mentalidad, ideología o connotación negativa. A fin de cuentas, no importa si es una niña o un niño, todos corren con la misma intención detrás de una misma bola.

Adiós a la normalidad, bienvenido el reto.

Sé que mi adolescencia no fue normal. Por dos años me levanté a las 4 de la mañana para entrenar a las 5. Luego iba al colegio y a las 4 p. m. tenía que estar de nuevo en la cancha.

Renuncié a amigos, a invitaciones y a fiestas, en fin, a esa etapa de mi vida, todo por una hora más rematando, por una hora más corriendo. Por un sueño que en ese momento parecía una utopía. Perdí la cuenta de cuantas veces me apareció en la cabeza el “ni lo intente, que esto no es para usted”.

No obstante, aprendí lo que era dedicación y disciplina. Aprendí lo que fue apostarlo todo a ciegas, con un ideal, el cual pocos tomaban en serio, como único argumento. Porque créanme que jamás imaginé que ese Mundial Femenino Sub-17 del 2014 fuese a ser la llave de mi futuro.

Y es que después de ese torneo tuve que olvidarme de ser solamente una niña que jugaba fútbol. Mi vida dejó de ser la misma, porque pasé a cargar con grandes expectativas sobre mi espalda. Aún las llevo puestas. Sin embargo, me costó entenderlo. Porque créanme que no es fácil, con las inseguridades que van de la mano con tener 15 años, exponerse en tantos programas de televisión y radio. Tampoco lo es tener ojos encima todo el tiempo juzgando mi accionar.

Este deporte me obligó a madurar a muy temprana edad y a llevar el peso de una generación que quería cambiar el pensamiento en el país sobre el futbol femenino. A veces, cuando escucho a algunas personas, creo que lo logramos. A veces, cuando escucho a otras, sé que aún falta mucho camino por recorrer.

Siempre me preguntan por algún mensaje que desee darle a las jóvenes que sueñan con jugar fútbol. Y hay tanto que quisiera decirles, tanto que quisiera advertirles; sin embargo, no me permiten extenderme muchas líneas más en este texto. Pero esto es para ellas: Primero, no dejen de estudiar, porque la educación sirve para afrontar muchas situaciones de la vida que están a punto de elegir. Y, segundo, prepárense porque será duro. Los prejuicios y la ignorancia de mucha gente nos ponen en desventaja desde el día uno. Pero luchen y sigan adelante. Llénense el corazón y el alma con esto que nos apasiona, porque nosotras no jugamos fútbol para demostrarle nada a nadie. Lo hacemos porque nos enamoramos de un balón.

Así, algún día podremos decirle todas juntas a aquel niño de nuestra infancia: “Lo intentaré las veces que sean, porque yo decido lo que es para mí”.

Nota del editor: En Desde la grada buscamos historias escritas por los propios protagonistas del deporte de alto rendimiento. Contácteme a david.goldberg@nacion.com, si tiene interés de ser parte de esta iniciativa.